Jer. 28, 1-7;
Sal. 118;
Mt. 14, 13-21
No podemos dejar de reconocer lo que es un milagro en sí como un hecho maravilloso y extraordinario en el que se manifiesta el poder y la gloria del Señor y nos está hablando también del amor que Dios nos tiene que así saltando incluso las leyes naturales nos quiere manifestar su amor. Pero son también muy significativos estos hechos de todo lo que Jesús quiere ofrecernos.
Cuando contemplamos el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces que nos narra el evangelio de hoy es la primera lectura que hacemos. Una muchedumbre que sigue a Jesús por todas partes; que cuando incluso Jesús se va a lugares apartados con los discípulos más cercanos allí se los encuentra con deseos de escucharle, llevándole sus agobios y sufrimientos. ‘Al desembarcar y ver el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos…’
Se hace tarde; están en descampado y allí no tienen qué comer; serán los discípulos los que manifestarán la preocupación. ‘Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer’. Podríamos decir que aquí se nos está manifestando ya lo significativo del milagro. Son los discípulos los que ya se van empapando del espíritu de Jesús y sienten esa preocupación por los demás. El que estaban palpando en Jesús en todo lo que hacía, los estaba impregnando a ellos para actuar también con un amor semejante. Será el distintivo de sus seguidores, vivir un amor como el de Jesús, amar como Jesús nos ama.
‘No se hace falta que se vayan, dadle vosotros de comer’. Es que además Jesús quiere implicarles. ¿Qué hagan también ellos un milagro? Un día les dará poder de hacer milagros, pero ya sí pueden ir realizando el milagro del amor. Es el compartir. Allí comienzan por ofrecer lo que tienen. ‘No tenemos más que cinco panes y dos peces’. Pero allí están a la disposición de Jesús. Quiere contar Cristo con nuestra colaboración.
Seguimos viendo lo significativo del milagro, porque es multitud hambrienta, o esa multitud que busca y que tiene deseos de algo mejor, o esa multitud que sufre la seguimos teniendo a nuestro alrededor. Sigue habiendo hambrientos, como siguen existiendo personas con problemas, como los hay también con inquietudes hondas en su corazón pero que muchas veces se sienten desorientados sin saber que camino tomar.
Cristo quiere contar con nuestra colaboración. Son a los que nosotros hemos de ofrecer nuestros panes y nuestros peces. Son a los que Jesús nos dice a nosotros hoy también que les demos de comer, que respondamos a sus inquietudes, o que seamos bálsamo para sus sufrimientos. No tienen por qué irse a otra partes, nos dice Jesús, ‘dadle vosotros de comer’. Los que creemos en Jesús no podemos cruzarnos de brazos ante los sufrimientos de nuestros hermanos.
Tenemos una luz que ilumina nuestras vidas y desde esa luz hay respuestas que nosotros podemos dar. Si cada uno de nosotros pusiera sus pocos panes y peces de lo que es nuestra fe, de lo que es nuestro amor, de lo que llevamos por dentro, a favor de los demás podríamos hacer que nuestro mundo sea mejor; realizaríamos el mismo milagro de Jesús porque para eso El nos ha dado la fuerza de su Espíritu.
Así se seguirá manifestando la gloria y el poder del Señor; así irá llegando a través de nuestra vida el amor de Dios a todos los hombres.
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