Jer. 30, 1-2.12-15.18-22;
Sal. 101;
Mt. 14, 22-36
Se hacía tarde. Así escuchamos a los discípulos apremiar a Jesús para que despidiera a la gente y fueran a comprar comida a los poblados cercanos porque atardecía. Ahora ya es de noche. Pero esta noche será bien significativa para despertar aún más la fe de los discípulos, para ayudarnos a nosotros a no dudar, a mantenernos firmes en nuestra fe por muchas que sean las oscuridades.
En la misma barca en la que habían llegado ‘Jesús apremió a sus discípulos para que subieran y se le adelantaran a la orilla mientras él despedía a la gente’. En la oscuridad de la noche vamos a contemplar por una parte a los discípulos bregando en la barca, lejos ya de la orilla, pero sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
La oscuridad parece que nos hace las cosas más difíciles. En la oscuridad hasta nos parece ver fantasmas. Nos pasa tantas veces. Nos llenamos de dudas. No vemos clara la salida de los problemas. Nos sentimos solos. Cuánto nos cuesta avanzar en tantas ocasiones en la vida. Perdemos incluso la perspectiva de nuestro camino y erramos de un lado para otro.
Pero mientras los discípulos luchaban por cruzar el lago en medio de la noche con tantas cosas en contra, ‘Jesús, después de despedir a la gente, subió al monte a solos para orar. Llegada la noche, estaba allí solo’. También era de noche pero para Jesús no había oscuridades. Fue el momento de su oración al Padre. Lo vemos tantas veces en el evangelio retirarse a solas para orar. Creo que con una situación que vivimos muchas veces como la de los discípulos atravesando el mar o el lago de la vida con oscuridades y dificultades, tendríamos que pedirle también, ‘enséñanos a orar’.
Podrán ser muchas las noches, pero Jesús viene a nuestro encuentro. No lo sabemos descubrir muchas veces. Como los discípulos asustados que les parecía ver un fantasma. Nosotros a veces es que ni lo vislumbramos. Pero El está ahí, porque nunca nos abandona. ‘¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!’, les dijo Jesús y nos dice Jesús.
Algunas veces tímidamente, como Pedro que quería cerciorarse de que era Jesús y por eso le pidió que él también pudiera ir a su encuentro andando sobre el agua, le pedimos que nos ayude, gritamos pidiendo socorro, nos parece que nos hundimos. Su mano siempre está tendida hacia nosotros para que nos agarremos a El.
Pedro caminaba también sobre el agua en dirección a Jesús pero aun seguía dudando si era posible que cuando volviera de nuevo la ola fuerte podría mantenerse en pie. Como nosotros que le decimos al Señor que nos ayude pero dudamos; tememos que cuando vuelva de nuevo la dificultad o la tentación no sepamos tener fuerzas para superarla, para vencerla; nos falta la absoluta confianza de saber que El está ahí a nuestro lado por muchas que sean las oscuridades. Pedro se hundía tan pronto sintió de nuevo la fuerza del viento. Nos hundimos por nuestra falta de fe. ‘Señor, sálvame… en seguida extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’
Pidamos al Señor que se afiance nuestra fe. Que nos sintamos seguros en su compañía porque El está siempre junto a nosotros. ‘Realmente eres Hijo de Dios’, decían todos los de la barca. Realmente eres mi Salvador, mi Señor, mi vida, mi compañía, mi luz, mi todo. No temamos las oscuridades. Jesús está con nosotros. vayamos al encuentro con Jesús. El nos está siempre esperando. ¿Sabremos venir hasta el sagrario para hablarle, para escucharle, para sentir su fuerza y su presencia?
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