Jesús es el Camino que nos abre a horizontes de diaconía y felicidad
Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; 1Ped. 2, 4-9; Jn. 14, 1-12
Podemos tener delante de nosotros un hermoso y bello
camino, pero si nosotros no lo recorremos, no lo hacemos, de nada nos vale. El
camino es algo más que un sendero que se abre ante nosotros; es algo más que
una senda o una ruta que nos dicen que hay y que nos puede llevar a un
determinado sitio o a una determinada meta. El camino tenemos que hacerlo, o lo
que es lo mismo, ponernos nosotros en camino, peregrinar por esa senda que la
hacemos parte de la vida, de nuestra vida. Cuando decimos que hacemos un camino
no nos estamos refiriendo solamente a un recorrido físico o material que
hagamos por una senda establecida, sino que estamos refiriéndonos a lo que
nosotros recorremos, hemos recorrido, a lo que nosotros hemos vivido; nos
referimos al camino de la vida, de mi vida.
Las palabras del evangelio que hoy hemos escuchado, y
como hemos venido diciendo estos días en que ya en parte las hemos meditado,
nos suenan a despedida de Jesús porque vuelve al Padre, pero suenan también por
una parte a una presencia nueva de Jesús junto a nosotros pero también a lo que
nosotros hemos de vivir para ir al encuentro con el Padre.
Cuando les dice Jesús ‘y adonde yo voy, ya sabéis el camino’, los discípulos aún con sus
dudas y corto entendimiento le replican,
‘Señor, no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’; es
entonces cuando Jesús les hace esa rotunda afirmación de tan gran significado
para todos: ‘Yo soy el Camino, y la
Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a Mi,
conoceréis también a mi Padre’. Nos viene a decir cuál es el camino.
El camino no son lugares o cosas que hacer; el camino
es Jesús; el camino es una vida. Es a Jesús a quien tenemos que vivir y así
estaremos haciendo ese camino que nos conduce al Padre. No es contentarnos con
hacer unas cosas, cumplir con unos mandatos como quien cumpla unas normas de
tráfico, sino es dejarnos impregnar por la vida de Jesús para vivir su misma
vida, sus mismos sentimientos y actitudes, su mismo hacer y actuar, su mismo
amor; por eso decimos que el cristiano está configurado con Cristo, porque ya
no vive su vida sino que es Cristo quien vive en él. Por eso al decirnos que El
es el Camino, nos dice también que es la Verdad y que es la Vida.
Entendemos, entonces, lo que nos quiere decir Jesús
cuando nos habla del Padre y cuando nos habla de que ya debemos conocer el
camino que nos lleva al Padre. ‘Adonde yo
voy, ya sabéis el camino’, que nos
dice. Cuando les dice eso a los discípulos se tendría que suponer que después
de haber convivido tanto con El tendrían que conocerle, pero bien vemos que aun
siguen llenos de dudas y les cuesta entender claramente lo que Jesús les dice.
Por eso aún siguen preguntando y pidiendo como le dice
Felipe, ‘muéstranos al Padre y nos
basta’, a lo que Jesús le replicará que después de tanto tiempo con ellos
aún parece que no lo conocen. ‘Hace tanto
que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha
visto al Padre… ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?’
¿Nos tendrá que decir algo así también a nosotros,
porque aún no le terminamos de conocer? Cuánto escuchamos nosotros el evangelio
y aún no terminamos de impregnarnos del espíritu del evangelio. Quizá no
siempre abrimos del todo nuestro corazón a la Palabra del Señor; la tierra de
nuestro corazón no la preparamos lo suficiente para recibir esa hermosa semilla
de la Palabra de Dios y cae muchas veces en el terreno duro o lleno de malas
hierbas de nuestro corazón endurecido y encallecido por tantas cosas donde lo
tenemos apegado.
Creo que esta Palabra del Señor que estamos escuchando
tendría que movernos en lo más hondo de nosotros mismos para que surjan esos
buenos deseos de querer conocer más a Jesús y su evangelio para llenarnos de
vida. Que se despierte nuestra fe, que se enardezca nuestro corazón escuchando
su Palabra, que tengamos verdadera hambre de Dios en nosotros para abrirnos a
su gracia salvadora.
Creo que tenemos que darnos cuenta y reconocer que la
piedra angular, la piedra fundamental de
nuestra vida es Cristo y en la fe en El tenemos que fundamentar toda nuestra
vida. Quizá busquemos otros fundamentos para nuestra vida descartando a quien
es la verdadera piedra angular de nuestra existencia.
Que tengamos verdaderos deseos de seguir el camino de
Jesús, de hacer el camino de Jesús porque nos llenemos de verdad de su vida. Pero
pensemos una cosa: quien se pone en camino ha de salir y arrancarse de sí mismo,
como el que va a hacer un trayecto tendrá que dejar atrás el punto de partida
si quiere llegar a la meta que se ha propuesto. Eso nos cuesta, no siempre nos
es fácil realizarlo. Apegos, rutinas, cansancios, tibiezas que van apareciendo
en nuestra vida son impedimentos con que nos vamos a encontrar para realizar
ese camino.
Cuando en verdad nos hemos encontrado con Jesús y se ha
despertado la fe en nuestro corazón nos damos cuenta de que merece la pena
emprender ese camino, aunque nos cueste esfuerzo y sacrificio. Es el camino que
nos conduce a la plenitud porque es llenarnos de Cristo, de su verdad y de su
vida. Es un camino que nos abre horizontes para ponernos siempre en una actitud
de servicio, el camino de la diaconía,
porque quien vive a Cristo comprenderá que nuestra verdadera grandeza está en
servir. Son las obras de Jesús que se han de realizar en nuestra vida. Como hoy
le hemos escuchado: ‘El que cree en mí,
también hará las obras que yo hago, y también mayores’.
Hemos escuchado en la primera lectura cómo surge desde
el principio en medio de la Iglesia naciente, la diaconía, el servicio para
atender a los huérfanos y a las viudas y a cuantos padecen necesidad del tipo
que sea. No será una verdadera Iglesia de Jesús si no hay esa diaconía en sus
miembros, que no solo es el que se dedique a unas personas a ese ministerio,
sino que ha de ser el espíritu con el que hemos de vivir todos los que creemos
en Jesús.
No nos podemos quedar en nosotros mismos, en nuestros
criterios o nuestra manera de pensar o de ver las cosas; no podemos quedarnos
dando vueltas simplemente alrededor de nuestros deseos o aspiraciones meramente
terrenales; hay que ponerse en camino desprendiéndose de su yo para dejar de
mirarse a si mismo y poder comenzar a ver lo que nos rodea, los que nos rodean
con una óptica distinta porque comenzaremos a mirar con la mirada de Cristo.
Cuando con mucho amor en nuestro corazón, con mucha
ilusión y esperanza en la vida queremos emprender ese camino de vivir a Jesús
nos damos cuenta que ahí en esa diaconía permanente que tiene que ser nuestra
vida encontraremos la mayor dicha y felicidad. Seguir a Jesús nos hace
dichosos, nos hace sentirnos las personas mas felices del mundo; recordemos que
mensaje central de su evangelio son las bienaventuranzas. En Jesús encontramos
la plenitud de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario