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domingo, 18 de octubre de 2015

No nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas sino busquemos lo que verdad nos hará vivir en la mayor plenitud

No nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas sino busquemos lo que en verdad nos hará vivir en la mayor plenitud

Isaías 53, 10-11; Sal. 32; Hebreos 4, 14-16; Marcos 10, 35-45
Todos en la vida tenemos aspiraciones, soñamos con algo, hay ambiciones en el corazón que nos hacen luchar por algo. Es la vida. Y la vida tiene que crecer, ansiamos lo mejor, queremos una vida en plenitud. Y eso se llamará desarrollo de nuestras capacidades y valores, crecimiento personal, aspiraciones y ambiciones de todas formas que anidan en nuestro corazón. Eso en sí mismo, decimos de entrada, no es malo. Porque lo contrario sería anularnos, un camino de muerte, podríamos decir.
Pudiera parecer ir a contracorriente en mi reflexión con los comentarios que normalmente hacemos ante este pasaje del evangelio. A contracorriente aparentemente de los comentarios habituales, es cierto, pero no me estoy alejando de ninguna manera de lo que es el espíritu del evangelio. Ya nos enseñará Jesús en otro momento con sus parábolas que tenemos que hacer fructificar nuestros talentos.
Ahí aparecen los sueños de los hermanos Zebedeos; se manifiestan ellos hoy claramente, pero ¿por qué no pensar que eso andaba también en el corazón de los otros discípulos? Les veremos mientras van de camino ir discutiendo por los primeros puestos. Además no terminaban de ver claro que Jesús fuera el Mesías y cuál era la misión del Mesías. Pesaba mucho sobre ellos, como sobre todo el pueblo en general, la idea de un Mesías caudillo para liberar a Israel de la opresión de los otros pueblos. Recordaban quizá demasiado guerrero a Moisés que los había sacado de Egipto - como vemos incluso en las imágenes que hoy se nos ofrecen en las películas - olvidando la misión profética que había realizado Moisés guiando a su pueblo, enseñándoles a ser un pueblo unido, constituyéndolos como pueblo. La liberación que había realizado Moisés era mucho más que sacarlos de Egipto.
Aparecen, sí, Santiago y Juan pidiendo primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda. En su deseo de seguir a Jesús y seguirlo en la mayor plenitud aparecen las confusiones de la mente y del corazón. Aparecen las ambiciones que buscan el poder y la influencia. Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir… Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda’. Y es donde Jesús les va a hacer reflexionar, les va a hacer ver que otras han de ser las aspiraciones, que otro ha de ser el estilo y el sentido en su reino.
Es cierto, como antes recordábamos, que nos pide que hagamos fructificar nuestros talentos, pero no son simplemente para un enriquecimiento personal, por el deseo de alcanzar poder o influencia; es algo más y es algo distinto porque la meta está en el servicio. ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos’, les dirá luego cuando surgen los resentimientos y las envidias en el resto de los discípulos. Y se pone de modelo a sí mismo. ‘Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’.
Y es que la razón de ser, la motivación grande de la vida ha de ser la del amor. Es lo que hace Jesús y es lo que nos pide a nosotros. Crecemos para amar y amando crecemos; amándonos y dándonos en como llegamos a vivir la vida en mayor plenitud. Y cuando amamos nos damos generosamente y sin límites, nuestra entrega es hasta el final. Y amar algunas veces duele, porque nos arrancamos de nosotros mismos, nos desprendemos de nosotros para ir al otro, para dar al otro, para ser para el otro. Y eso cuesta. Cuesta desde nosotros mismos y cuesta de lo que quizá en otros podamos encontrar. Alguien no entenderá quizá ese amor, esa entrega y eso nos puede hacer sufrir. A Jesús le llevó a la pasión y a la muerte, pero con la certeza de la vida, con la certeza de la resurrección.
Por eso cuando los hermanos Zebedeos le piden primeros puestos Jesús les dirá si son capaces de beber el mismo cáliz que El ha de beber, si ellos serán capaces de amar y de darse hasta el final siguiendo el estilo de Jesús aunque eso les llevara a pasión, a sufrimiento, a muerte de sí mismos. Todo será una consecuencia del amor, de ese amor sin límites. No es que Jesús buscara el sufrimiento por si mismo o que Dios se lo exigiera. Lo que busca Jesús es amar, lo que quiere Dios es que amemos. Y es la ofrenda de Jesús que ha de ser nuestra ofrenda.
Decíamos al principio que tenemos aspiraciones, ambiciones, sueños de algo grande y mejor. Pero ya vemos cuál es el camino, cuáles han de ser las motivaciones profundas que tengamos en esos deseos de vivir. Crecemos, nos desarrollamos, llegamos o queremos llegar a la mayor plenitud de nosotros mismos en lo que somos y en lo que podemos hacer, pero no es para buscar pedestales, no es para servirnos de los demás, no es para aprovecharnos de forma egoísta, no es simplemente por mi enriquecimiento personal (y cuando hablo de enriquecimiento no es solo lo material o lo económico) sino porque queremos un mundo mejor para todos, porque amamos y estamos dispuestos a servir con lo que somos y todo lo que es nuestra vida. Queremos construir el Reino de Dios.
Que el Señor nos ayude a descubrir esa verdadera grandeza que encontramos en el amor; que no nos confundamos en nuestras ambiciones ni nos quedemos en las grandezas humanas; que busquemos lo que en verdad nos hará vivir en la mayor plenitud y eso lo lograremos en un amor como el de Jesús y con la fuerza del Espíritu de Jesús.

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