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martes, 20 de octubre de 2015

La vigilancia una actitud profundamente humana para saber estar atentos a la vida de cada día y darle plenitud a todo lo que hacemo

La vigilancia una actitud profundamente humana para saber estar atentos a la vida de cada día y darle plenitud a todo lo que hacemos

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38

El mensaje que Jesús nos deja en el evangelio está lleno de cosas muy concretas y muy humanas que forman parte de la vida de cada día. Muchas veces Jesús lo que quiere es hacernos reflexionar sobre eso concreto que vivimos y de alguna manera quiere hacer resplandecer con una luz nueva y con un sentido nuevo y profundo. Algunas veces tenemos el peligro de espiritualizarlo de tal manera que nos parece que no son cosas humanas, esas cosas que cada día hemos de vivir y en las que manifestamos la sencillez al mismo tiempo que la grandeza del ser humano. Por supuesto que con Jesús adquieren una trascendencia nueva, pero partiendo siempre de esa realidad de cada día.
En la vida, en una vida verdaderamente humana, no vamos caminando como locos o simplemente dejándonos arrastrar por nuestros instintos o inclinaciones. Todo ser humano ha de ser reflexivo para comprender y dar sentido a lo que hace en todo momento. No nos contentamos con vivir como si fuéramos dejándonos arrastrar por la inercia sino que a cada cosa que hagamos o vivamos le queremos dar un sentido y un valor.
Es lo que nos va haciendo crecer y madurar como personas, porque de la vida misma vamos aprendiendo con nuestra reflexión. Usamos de nuestra inteligencia para comprender y de nuestra voluntad para hacer lo que mejor nos conviene y lo que nos haría más humanos. Es aquí donde podemos hacer entrar lo que llamamos vigilancia, para estar atento al suceder de cada día, para no dejarnos arrastrar embrutecidos quizá por nuestras pasiones descontroladas, y para no hacer aquello que sabemos que no deberíamos hacer porque atentaría contra nuestra dignidad o la dignidad de los demás. En esa vigilancia aprendemos de la vida y aprendemos también de los que nos rodean.
Yo diría que de eso es de lo que nos quiere hablar Jesús hoy cuando nos habla de tener ceñida la cintura y las lámparas encendidas como quien aguarda a que su señor vuelva para abrirle apenas venga y llame. Vigilantes ante la llegada del Señor a nuestra vida, vigilantes ante el momento final de nuestra historia porque es también una llamada a un encuentro definitivo con el Señor.
Pero esa vigilancia de la que nos está hablando el Señor es para saber estar atentos a la vida de cada día, para darle plenitud a todo lo que hacemos; pero es la vigilancia para saber leer en lo que nos rodea, en las personas con las que nos encontramos o con las que convivimos, en los acontecimientos que se van sucediendo en cada momento esos destellos de luz y de vida que tanto pueden enriquecernos. Esa vigilancia nos hace abrir los ojos de una manera positiva para ver lo bueno, lo bello de la vida, de las personas que nos rodean. Esa vigilancia nos hace discernir con nuestra reflexión lo que nos sucede o lo que sucede a los que están a nuestro lado para ver su lado bello.
Esa vigilancia nos hace mirar con una mirada nueva y llena de amor y de compasión a ese mundo de sufrimiento que nos rodea para sentirnos impulsados a llevar vida y luz sin tardanza. Esa vigilancia nos hace estar de una manera nueva al lado de los que hacen camino con nosotros para tendernos la mano, para ser descanso para los que se sienten agobiados por el peso y el sudor del camino, para aprender a compartir desde nosotros hasta ellos y de lo que de los otros podamos recibir.  Y es que en todo eso aprendemos y crecemos; en todo eso vamos descubriendo las huellas del paso del Señor que nos enseña a hacer nuestro camino; en todo eso descubrimos al Señor que llega a nuestra vida. Vigilancia, pues, para seguir siempre los caminos del Señor, para dejarnos iluminar por la luz de su evangelio.

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