Que el Señor nos conceda espíritu de sabiduría y de discernimiento para tener una mirada de creyente ante lo que nos sucede
Romanos
7,18-25ª; Sal. 118; Lucas
12,54-59
Saber discernir de una forma justa y correcta qué es lo
que tenemos que hacer y lo que no, lo que es bueno y recto para actuar con
rectitud y no dejarnos arrastrar por malas influencias, saber interpretar lo
que nos sucede a nosotros o en nuestro entorno para sacar una lección positiva
incluso de lo que no es tan bueno, podríamos decir que es una gran sabiduría y
una gran prudencia.
No siempre es fácil porque podemos recibir muchas
influencias; es necesario tener una buena capacidad de reflexión para rumiar
bien interiormente lo que contemplamos y ser capaces de mirar los
acontecimientos de una forma imparcial pero sin desentendernos de lo que son
nuestros principios y nuestros valores bien fundamentados que han de ser esos
buenos cristales a través de los cuales contemplemos sabiamente los
acontecimientos.
Es una buena sabiduría de la vida que se va adquiriendo
con la experiencia y la reflexión profunda de cuanto nos sucede. Se suele decir
que la experiencia es un grado, pero ha
de ser una experiencia reflexionada, rumiada, bien madurada en nuestro interior;
no son necesarios solo los años que hayamos vivido, sino lo reflexivos que
hayamos sido sobre cuanto nos sucede.
El camino de la vida cristiana es vivir una experiencia
de Dios en nuestra vida; pero una experiencia que no es solo dejar pasar los
acontecimientos y se sucedan unos a otros, sino que es necesario saber hacer
esa profundización, esa reflexión honda, en la que además, en este caso, no
andamos solos porque es el Espíritu divino el que nos va ayudando en nuestro
interior, el que nos va guiando y dando esa capacidad de abrirnos a esa
presencia y experiencia de Dios.
Es lo que va dando hondura a nuestra fe; es la fe
reflexionado y asumida en nuestra vida de manera que así nos empape totalmente
para saber tener esos ojos de creyente que sabe descubrir la presencia de Dios
en su vida. Hemos de saber vivir esa experiencia de Dios, esa presencia y ese
actuar de Dios en nuestra vida. En consecuencia hemos de saber discernir bien
en lo que nos va sucediendo lo que es esa verdadera presencia y gracia de Dios.
Será así cómo iremos sintiendo que Dios nos habla en
nuestro corazón; escucharemos su voz en nuestro interior pero que nos llega
quizá desde esos acontecimientos que se van sucediendo en nuestra vida y en
nuestro entorno. Es lo que llamamos una mirada creyente de la vida, una mirada
con los ojos de Dios. Pero hemos de discernir muy bien todo eso para no
confundirnos, para no desviarnos, o para hacerle decir a Dios lo que realmente
no nos está manifestando sino que pueden ser nuestros caprichos o criterios muy
personales. No es fácil, hemos dicho, por lo que hemos de saber dejarnos
conducir por el Espíritu de Dios.
Pidamos al Señor que nos dé ese espíritu de sabiduría,
que nos conceda ese don de la prudencia y del discernimiento; que abra nuestros
cojos con su gracia para poder tener la mirada de la fe en la vida. Hoy nos habla Jesús en el Evangelio de saber discernir los signos de los tiempos. Por este sentido que hemos reflexionado van las palabras de Jesús.
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