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sábado, 24 de octubre de 2015

Un camino de sinceridad, de superación, de crecimiento espiritual para dar los frutos que el Señor espera de nuestra vida

Un camino de sinceridad, de superación, de crecimiento espiritual para dar los frutos que el Señor espera de nuestra vida

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9

Con la vida que vivía no es extraño que haya terminado así, pensamos y decimos cuando vemos que a alguien le sucede algo que frustra su vida, o en la que termina siendo un desastre por las cosas desagradables que le suceden. Tenemos la tendencia a juzgar fácilmente a los demás y sacar nuestras conclusiones a nuestra manera de las cosas que les suceden, pero quizá no somos capaces - o al menos nos cuesta - en reflexionar sobre nosotros mismos aprendiendo de lo que nos sucede para mejorar o para cambiar nuestra vida.
Ya lo hemos reflexionado en alguna ocasión hemos de ser capaces de leer nuestra vida y los acontecimientos que nos suceden con un sentido positivo que nos ayude a ver claro, que nos ayude a corregir derroteros por los que andamos no siempre demasiado bien o con rectitud. Esa reflexión nos haría madurar más en nuestra vida y nos ayudaría a nuestro crecimiento interior.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Vienen a contarle las cosas que han sucedido aquellos días con una actuación de Pilatos el gobernador romano frente a unas revueltas de unos galileos; aquello había sucedido en el templo, en lugar sagrado, lo que era más motivo de escándalo para los judíos. Y ya sabemos la reacción primaria que se tiene en muchas ocasiones en esos casos de desgracias o calamidades, eso es un castigo de Dios, decimos.
‘¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo’. Y les hace reflexionar también a partir de otro hecho calamitoso donde con la caída de una torre en la piscina de Siloé habían muerto también muchas personas.  ‘Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera’, les dice invitándoles a la reflexión sobre su propia vida y a buscar una manera de cambiar y transformar la vida en mejor.
Nos creemos buenos; aunque en la sinceridad del corazón quizá no nos quede más remedio que reconocer que no siempre lo somos, nos ponemos la venda en los ojos para creer que no somos tan malos, pero sobre todo para aparentar ante los demás lo que realmente no somos. Es necesario que abramos los ojos con sinceridad, que nos quitemos esas vendas de la vanidad y de falsedad e hipocresía con que tantas veces queremos cubrir la realidad de nuestra vida, y hemos de poner en ese camino de superación, de cambio de actitudes y costumbres, de arrancarnos de rutinas y vaciedades, de comenzar a darle una mayor plenitud a nuestra vida.
El evangelio ha terminado con una pequeña parábola. El hombre que viene a buscar fruto en su higuera plantada en medio de su viña y no lo encuentra y que en principio decide cortarla y arrancarla; pero allá está el viñador que le aconseja que espere, que la abonará y la cultivará esmeradamente con la esperanza de que al año llegue a dar fruto. Es la espera del Señor por los frutos de nuestra vida. Es la tarea que hemos de realizar con la ayuda de la gracia del Señor para cambiar, para mejorar, para ser un árbol bueno que dé fruto bueno y abundante. ¿Seremos capaces?

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