Aprendamos a hacer el mismo camino de Jesús atentos a los gritos de los que sufren y ofreciendo nuestro brazo para caminar en una nueva claridad
Jeremías 31, 7-9; Sal. 125; Hebreos 5, 1-6; Marcos 10,46-52
Nos habla el evangelio de un ciego que está junto al
camino en Jericó y que al paso de Jesús gritará insistentemente pidiendo
compasión; Jesús lo mandará llamar ante los gritos insistentes del ciego preguntándole
que desea y ante la fe de aquel hombre que, desde su pobreza y su humildad así
acude a Jesús, por su fe lo curará.
‘Jesús, hijo de David,
ten compasión de mí… ánimo, levántate que te llama… ¿qué quieres que haga por
ti?... Maestro, que pueda ver… Anda, tu te ha curado… recobró la vista y lo
seguía por el camino’.
Así sencillamente en ese diálogo tan hermoso, casi con
naturalidad, nos cuenta el evangelista el episodio. Está la fe de aquel hombre,
por un lado, desde su pobreza y necesidad, pero enfrente está la compasión y la
misericordia de Jesús. Pero nos puede decir muchas cosas fijándonos en detalles
que son como signos y que hemos de saber traer a nuestra realidad y a nuestra
vida.
‘El ciego Bartimeo (el
hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna’, nos dice el evangelista. Al borde
del camino, con su ceguera y con su pobreza. Ni la ceguera ni la pobreza le podían
dejar hacer el camino. Será incapaz, no ve, no tiene medios. Algunos le
gritarán que se calle, que no moleste. Nos molesta la pobreza y la necesidad de
los demás y preferimos no enterarnos, seguir nuestro camino y que no
encontremos impedimentos. Pero los pobres, los que están discapacitados como
aquel ciego tienen tantos impedimentos. Sus limitaciones le impedían una vida
digna y desde su necesidad no podía hacer otra cosa que pedir y mover a
compasión. Pero no nos gusta que nos pidan o que nos quieran mover a compasión
y cerramos los ojos o miramos hacia otro lado para no ver, para no sentir.
Miremos cuáles son nuestras cegueras nosotros que
creemos que vemos; miremos cuál es nuestra pobreza nosotros que creemos que nos
bastamos; miremos si acaso nos hemos discapacitado para amar de verdad. ¿No tendríamos
que ser nosotros los que estemos gritando que se tenga compasión de nosotros si
somos capaces de reconocer esas pobrezas, esas cegueras, esas discapacidades
que tenemos en nuestra vida? Será algo que tenemos que preguntarnos. Aquel
ciego está quizá ocupando nuestro lugar porque allí tendríamos que estar
nosotros.
Pero Jesús no se desentiende, no se hace el sordo.
Jesús se detiene en su camino y pide que lo traigan. Pararnos en nuestras
prisas por llegar no sabemos donde, aunque digamos que vamos al templo. Mereció
la atención de Jesús y Jesús movió a los demás para que no se hicieran sordos,
para que prestaran atención. Ahora sí se movilizan. ‘Animo, levántate que te llama’ y lo traen hasta Jesús. No eran
ellos los que lo iban a curar pero pudieron señalar el camino, tender la mano
para ayudar a caminar.
Decimos tantas veces que no sabemos, que no podemos. No
tenemos que pensar en hacer milagros, sino el milagro puede estar en esa
atención que prestas, en esa palabra de ánimo que pronuncias, en ese brazo que
ofreces para que se apoye en ti en tu titubeante caminar. Solamente con abrir
nuestros oídos para prestar atención ya estamos haciendo milagro. Quizá ese
pobre malherido por la vida no necesite sino unos oídos y un corazón que le
escuche, o una mano que le sirva de apoyo, un acompañamiento en su soledad, un
sentir que se le ha prestado atención.
Y comenzó el diálogo con Jesús. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Qué necesitas? ¿Qué te pasa? ¿Cuál
es tu problema? Jesús bien sabía cual era la necesidad de aquel hombre, como
también todos aquellos que lo veían pobre y ciego a la vera del camino. Pero le
dio oportunidad para expresarse, para manifestar cual era el problema de su
vida y aquel hombre contando sus penas y necesidades ya se sentía valorado. No
podemos pensar que ya nos lo sabemos, que ya conocemos las necesidades que hay
o los problemas de nuestro mundo. Tenemos que acercarnos y escuchar para que
cada uno cuente su realidad, se exprese con dignidad a pesar de su pobreza.
Podemos nosotros que nos lo sabemos todo alcanzar otra visión de la vida y del
problema de los demás.
‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús. Ya se sentía curado
desde que le prestaron atención, desde que le ofrecieron el brazo de apoyo para
caminar, desde que escuchó aquella palabra de ánimo, desde que pudo llegar a
los pies de Jesús y expresar su necesidad. ‘Maestro, que pueda ver’, se
expresaba aquel ciego que ya estaba comenzando a ver. Su fe y la insistencia de
su petición habían hecho posible el milagro de llegar hasta Jesús. Aunque no
fuera más ya se sentía curado porque al sentirse valorado se sentía un hombre
nuevo.
Y vaya si era un hombre nuevo. Ahora ya podía caminar
tras Jesús. Lo había buscado pero ahora se iba con Jesús porque había aprendido
algo nuevo. Su vida se transformaba del todo. No sería él de ahora en adelante
de los que sirvieran de tropiezos o impedimentos para los demás. Si El había
podido llegar hasta Jesús y ser un hombre nuevo con la luz que comenzaba a
brillar en su vida, ahora el tenía que llevar también esa luz a los demás. ‘Recobró la vista y lo seguía por el camino’,
decía el evangelista.
Si antes decíamos que nuestro lugar estaba en el sitio
que ocupaba aquel ciego allí al borde del camino, porque muchas veces a pesar
de que creamos lo contrario es así como nos encontramos, ahora tenemos que
sentir que tras este encuentro con Jesús que significa este evangelio nosotros
habremos recobrado también la vista y con el mismo entusiasmo tenemos que
seguirle por el camino.
Habremos recobrado la vista cuando comencemos a mirar
con mirada nueva cuanto nos rodea, cuando sepamos enfrentarnos con la realidad
de la pobreza y del sufrimiento de tantos a nuestro alrededor, cuando sepamos
ofrecerle nuestro brazo para su caminar porque nos hemos detenido para
prestarles atención, cuando hayamos abierto nuestros oídos para escuchar y
sentir en nuestra carne todo el sufrimiento de tantos a nuestro lado, cuando
tras todos estos pasos de verdad lleguemos al encuentro con Jesús. Entonces sí
que estaremos siguiendo a Jesús por el camino, porque habremos aprendido a
hacer su mismo camino.
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