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miércoles, 28 de octubre de 2015

Celebrar a los apóstoles nos recuerda que siempre hemos de ser sembradores de esperanza en el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación de Jesús

Celebrar a los apóstoles nos recuerda que siempre hemos de ser sembradores de esperanza en el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación de Jesús

 Efesios 2,19-22; Sal 18; Lucas 6,12-19
‘Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no solo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria del apostolado, con preferencia a todos los demás…’
He querido comenzar hoy mi reflexión con estas palabras de san Cirilo de Alejandría - una padre de la Iglesia en la antigüedad de los primeros siglos del cristianismo - en su comentario sobre el evangelio de san Juan. Y es que hoy celebramos la fiesta de dos apóstoles, que formaban parte del grupo de los Doce a quien Jesús llamó de manera especial y constituyó apóstoles, sus enviados. Hoy celebramos a san Simón y san Judas Tadeo.
Poco sabemos de estos apóstoles, Simón el  cananeo y Judas Tadeo que no el Iscariote, poco más que lo que nos dicen los evangelios al hacernos relación de los nombres de aquellos Doce a quienes Jesús llamó y constituyó como Apóstoles. Es lo que nos ofrece el evangelio de este día, la elección, llamada y envío de los Doce Apóstoles, dándonos la relación de sus nombres. A Simón se le llama también el Celotes probablemente por su pertenencia en origen a aquel gripo de los Celotes que vivían en resistencia al dominio de los romanos. También sabemos que era de Caná de Galilea. Y de Judas Tadeo se hace mención cuando en la última cena la pregunta a Jesús por qué se manifestó a ellos y no a todos.
Bien nos viene recordar y celebrar a los Apóstoles; no es necesario que nuestro recuerdo y devoción lo hagamos simplemente desde esas devociones populares que los llaman santos muy milagrosos a los que hemos de acudir. Ya sabemos que la verdadera devoción a los santos no es convertirlos en unos más milagreros que otros porque nos ayuden en nuestras necesidades, aunque no negamos su intercesión por nosotros, sino que hemos de ir a algo más profundo, desde el testimonio de santidad que en su vida nos ofrecen que es lo que verdaderamente hemos de imitar.
Por otra parte la celebración de los apóstoles nos recuerda siempre esa característica fundamental de nuestra cristiana y de la Iglesia que es su categoría de apostólica, enraizada en la fe de los apóstoles que fueron los primeros testigos del Señor resucitado cuyo testimonio recogemos para vivir ese profundo sentido eclesial que siempre ha de tener nuestra fe.
Al escuchar hoy en el evangelio la llamada y el envío de Jesús nos recuerda también esa llamada que el Señor nos hace que también nos envía en medio de nuestro mundo a ser testigos de su Reino, anunciando con nuestra vida y con nuestras palabras la Buena Nueva de la Salvación que Jesús nos ofrece. Un cristiano siempre tiene que ser testigo y apóstol. Un cristiano nunca ha de ocultar su fe sino que con toda gallardía y valentía ha de proclamarla ante los que le rodean. Un cristiano siempre tiene que ser sembrador de esperanza porque anuncia la salvación, ha de ser sembrador de la paz porque ha de ir en todo momento repartiendo amor.

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