Una esperanza, una ilusión, una fuerza interior que nos hace crecer interiormente y lleva el Reino de Dios a su plenitud
Romanos
8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
Algunas veces parece que nos desesperamos porque no
vemos el fruto de aquello que hacemos; nos parece estar trabajando en baldío
porque en nuestro deseo quisiéramos ver enseguida el fruto de lo que enseñamos,
de lo que trabajamos por los demás, o del esfuerzo que realizamos por
superarnos en la vida.
Es lo que muchas veces nos sucede en la familia, los
padres se afanan en la educación de sus hijos, enseñan, corrigen, aconsejan,
ayudan, apoyan pero parece que no vemos el resultado porque da la impresión que
los hijos hacen casi lo contrario de lo que tratamos de imbuirles. Se ha de
saber cultivar en uno mismo la virtud de la paciencia, saber esperar y confiar
que aquella semilla que sembramos algún día brotará, algún día veremos las
flores anuncio de nuevos y buenos frutos.
Nos sucede en el ámbito de nuestra vida religiosa y
nuestra vida eclesial. Los pastores de la Iglesia se afanan en cómo mejor
servir al pueblo de Dios, se trazan planes pastorales, se trabaja con ahínco
por enseñar, por formar a las comunidades y no siempre encontramos el fruto que
tanto deseamos.
Es la pequeña semilla que hemos de ir sembrando con la
esperanza de que un día brotará; eso en nuestra propia vida en ese desarrollo
personal, en esa superación que hemos de ir logrando en nosotros para ser
mejores, pero es también en lo que hagamos por los demás. Es la paciencia del agricultor
que echa la semilla en la tierra y ha de esperar para un día poder recoger los
frutos. Es el proceso que en toda vida se desarrolla que tiene sus pasos y que
hemos de saber seguir con paciencia y con esperanza.
Es de lo que nos hablan las pequeñas parábolas que hoy
nos propone el evangelio. Nos habla de la pequeña e insignificante semilla de
la mostaza que un día brotará y se convertirá en un arbusto grande; o es el
puñado de levadura que mezclamos con la masa que parece que se diluye y desaparece
pero que hará fermentar toda la masa; y que fermente la masa lleva su tiempo,
su proceso.
Tenemos que aprender para la vida en todos sus
aspectos. Es la esperanza que nos anima cuando tratamos de hacer el bien aunque
no veamos respuesta. Es el ánimo que estimula nuestra vida en la lucha de cada
día. Es el esfuerzo constante, sin cansarnos, que hemos de ir realizando en el
desarrollo de nuestras responsabilidades y compromisos. Es la ilusión con que
unos padres trabajan por el futuro de sus hijos y será el gozo final que
tendrán cuando los ven crecer y madurar.
Que no nos falte nunca esa esperanza en ese compromiso
con que vivimos nuestra vida. Que sintamos que el Espíritu del Señor está
actuando ahí en nuestro interior, en nuestro corazón y es el que nos da fuerza
y empuje para esa tarea de cada día. Es la esperanza con que vivimos y
construimos el Reino de Dios que sabemos que un día alcanzará su plenitud.
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