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lunes, 26 de octubre de 2015

El amor y la compasión con el que sufre han de tener la primacía en nuestra vida que le de sentido a lo que hacemos y vivimos

El amor y la compasión con el que sufre han de tener la primacía en nuestra vida que le de sentido a lo que hacemos y vivimos

Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17

El amor es el que tiene siempre que vencer. Es nuestro sentido, nuestra razón de ser y vivir. Sabemos que no es fácil, vivimos envueltos en muchas negruras y sombras desde nuestros intereses y nuestros orgullos; pero no nos podemos dejar vencer.
Otras veces nos cuadriculamos la vida con normas, reglamentos y leyes, o con cosas que hacemos desde la costumbre que se convierte en rutina, o desde unos parámetros que nos construimos como para decir que haciendo esas cosas ya nos podemos quedar contentos porque hemos cumplido. Otras veces desde esas cuadriculas en las que hemos metido la vida tenemos la tentación y el peligro de convertirnos en manipuladores de los demás, porque queremos que las cosas se hagan desde nuestro parecer, porque queremos encorsetarlos con nuestras normas y reglamentos, porque de alguna manera queremos imponernos sobre los demás.
La vida religiosa y social de los judíos estaba llena de normas y preceptos. Claro que tenemos que pensar si de alguna manera también nosotros andamos así. Lo que en un principio se había preceptuado como algo que nos recordara la primacía de Dios sobre todo como pueblo creyente que era se podían convertir en norma opresora y deshumanizante porque quizá olvidaban el valor de la persona frente a los preceptos. Nunca puede estar reñido el culto que le demos a Dios con el respeto y el valor que le demos a la persona; es más el amor que manifestamos a Dios cuando le damos culto tiene que llevarnos necesariamente al amor a la persona, a la valoración de la persona y a buscar su bien por encima de todo.
Es en lo que se había convertido el descanso sabático que en principio buscaba que el hombre de verdad centrar su vida en Dios; pero se había reglamentado tanto el trabajo que se podía y no se podía hacer, que había perdido todo sentido de humanidad. Pero allí está Jesús que nos viene a recordar el verdadero sentido de las cosas y cómo el amor debe primar sobre todo.
Nos habla el evangelio de una mujer encorvada a causa de su enfermedad a la que Jesús cura. Aclarar el sentido que para los judíos y los antiguos tenía todo tipo de enfermedad que se veía como una posesión y dominio del maligno cuando no de un castigo por algo que se había hecho mal. Jesús nos da un sentido nuevo y distinto. ‘Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios’.
Jesús que viene a sanarnos nos sana también de ese sentido equivocado de las cosas y en este caso de las enfermedades. Pero también nos está dando una señal de lo que realmente Jesús quiere hacer dentro de nuestro corazón del que quiere arrojar todo mal; es el perdón que nos regala, es el camino de vida nueva que nos ofrece, es la gracia que nos salva y nos llena de vida, es el amor que hemos de poner allí donde estemos y hagamos lo que hagamos para que le dé sentido y profundidad a lo que hacemos.
Frente a aquella vida encorsetada de normas y preceptos Jesús nos contrapone una vida llena de amor; como fue el amor y la compasión lo que le llevó a sanar a aquella mujer saltándose todos aquellos preceptos tan deshumanizadores. Que en verdad le demos en nuestra vida la primacía al amor.

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