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viernes, 30 de octubre de 2015

La gloria del Señor está en que sepamos hacer más feliz a quien está a nuestro lado borrando de su vida todo lo que le hace sufrir

La gloria del Señor está en que sepamos hacer más feliz a quien está a nuestro lado borrando de su vida todo lo que le hace sufrir

Romanos 9,1-5; Sal 147; Lucas 14,1-6

Hay momentos en que tenemos la sensación de que estamos siendo observados y lo  normal es que de alguna manera nos sintamos incómodos; no nos agrada, nos parece que nos están desnudando con sus ojos y en su pensamiento, analizando nuestros actos, interpretando lo que hacemos. En esa incomodidad no sabemos qué hacer, o pasamos olímpicamente de ello y nos da igual lo que miren, piensen u opinen, o tenemos la tentación de acomodarnos un poco y tratar de parecer normales, o también podemos reaccionar de mala manera según sea nuestro temperamento. En la madurez de nuestra vida, cuando obramos rectamente no nos importa que nos miren y seguimos actuando con toda rectitud.
A Jesús también lo observaban, algunos miraban con lupa lo que hacia y lo que decía y cuándo actuaba. Pero como alguien le dijo un día ‘sabemos que eres sincero t veraz y no tienes ninguna acepción de personas’. Ahora nos cuenta el evangelio que lo habían invitado a casa de unos de los principales fariseos y allí estaban letrados y fariseos expiando a ver qué es lo que hacía.
Era sábado. Y allí estaba un hombre enfermo de hidropesía. Y Jesús pregunta qué es lo licito de hacer el sábado. Era el día del Señor; todo tenía que estar centrado en el culto a Dios. Pero el culto que había que tributarle a Dios ¿era solamente lo que en el templo o en la sinagoga se pudiera hacer? ¿Solo serían los sacrificios del templo o la lectura de la ley y los profetas de las sinagogas? ¿Y la gloria del Señor no es el buscar el bien del hombre? ‘Y se quedaron sin respuesta’, dice el evangelista ante las preguntas que en este sentido Jesús les hacia.
Allí tenía que manifestarse la gloria del Señor. En la curación de aquel hombre que era mucho más que simplemente curarle de su enfermedad. Era la atención, la cercanía, el contacto humano, el amor en una palabra lo que en verdad iba a curar a aquel hombre, por lo que aquel hombre podría sentirse sano, sentirse feliz. Y esa es la gloria del Señor que hemos de buscar.
Vamos a iniciar el año de la misericordia al que nos ha convocado el Papa. Pero que no se quede en bonitas palabras sino que se manifieste de verdad la misericordia del Señor en su Iglesia. Aun seguimos pendientes más de las normas y de las leyes, de los ritos y de la imagen que podamos dar, que de una autentica misericordia con la que nos acerquemos a todas las personas.
Todavía seguimos condenando con dureza de corazón, sin llenarnos de ternura para ver cual es la situación humana de aquel que quizá haya obrado mal y porque obró quizá en un momento mal ahora excluimos y separamos. No terminamos de mirar cuanto es el sufrimiento que puedan tener en su interior esos a los que condenamos y excluimos. Todavía en nuestra Iglesia tenemos muchas cosas que revisar.
En nuestro corazón, en nuestros gestos y en nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar, en nuestras relaciones con los demás mucho tenemos que revisar para en verdad nos manifestemos compasivos y misericordiosos, como nos dice el evangelio, que tenemos que ser pareciéndonos al Padre bueno que siempre es compasivo y misericordioso.

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