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lunes, 11 de julio de 2016

No busquemos ganancias materiales por lo bueno que hacemos sino que tengamos la esperanza de la plenitud de vida que en Cristo vamos a alcanzar

No busquemos ganancias materiales por lo bueno que hacemos sino que tengamos la esperanza de la plenitud de vida que en Cristo vamos a alcanzar

Proverbios 2,1-9; Sal 33;  Mateo 19,27-29

‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’ Una pregunta muy humana que se hace Pedro y que le plantea a Jesús aunque nos pudiera parecer  por otra parte interesada desde aquello bueno que ha hecho de seguir a Jesús. Una pregunta que en el fondo todos nos hacemos cuando quizá no vemos un fruto inmediato de aquello por lo que quizá nos estamos sacrificando tanto y con una efectividad o ganancia para nosotros. Tanto que he hecho yo por esa persona y así me paga, tenemos la tentación de decir.
De qué me vale todo esto que estoy haciendo si luego sigo en las mismas y no me trae sino sacrificios y renuncias, nos planteamos quizá en alguna ocasión. Para qué todo eso que hago si luego en lugar de agradecimiento lo que encuentro son incomprensiones, malos juicios, desconfianzas porque quizá están viendo segundas intenciones en aquello que hago gratuita y generosamente.
De aquello que hacemos queremos obtener un fruto, un resultado, algo que signifique ganancia para mi vida. Podemos decir que somos interesados pero en fin de cuentas es humano querer ver el fruto de lo que hacemos. Claro que muchas veces el fruto lo queremos ver en lo material y quizá no nos damos cuenta de la riqueza interior que vamos ganando en los valores que vamos desarrollando, en la madurez que vamos alcanzando en nuestra vida, en todo eso que nos enriquece por dentro espiritualmente cuando somos generosos, cuando cumplimos con nuestro deber, cuando hacemos algo por los demás o por mejorar ese mundo en el que vivimos.
Es, repito, la pregunta que se hacia Pedro y le estaba planteando a Jesús. Un día Jesús les había invitado a seguirle y ellos lo habían dejado todo, la barca, las redes, la pesca, lo que era su trabajo y su vida para seguir a Jesús. Con El se habían ido por aquellos caminos de Galilea y de toda Palestina siguiendo al Maestro que anunciaba un mundo nuevo, el Reino de Dios que llegaba pero ellos aun no terminaban de ver las señales de esa llegada.
Algunas veces en su interior estaban aspirando a ver qué lugar iban a ocupar en ese reino nuevo porque no habían terminado de entender el sentido de ese Reino. Discutían por los primeros puestos, Santiago y Juan valiéndose de los parentescos un día le habían pedido a Jesús ocupar  el puesto de la derecha y de la izquierda, los discípulos habían reaccionado llenos de recelos, y Jesús les explicaba que la grandeza estaba en hacerse el último y el servidor de todos, pero era algo que les costaba entender.
Sin embargo Jesús les había ido anunciando también que iban a encontrar incomprensiones y persecuciones, como a El mismo le iba a suceder; anunciaría Jesús lo que significaría su subida a Jerusalén como un camino de pascua, porque iba a ser  entregado a los gentiles, incluso, y lo condenarían a muerte; es cierto que anunciaba resurrección pero ellos seguían teniendo sus dudas. ¿Y si era cierto lo que decían los saduceos que no había resurrección?
Ahora Jesús les dirá claramente ‘Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’. Pero ¿cómo habían de entender estas palabras?
Un anuncio de vida eterna, un anuncio de plenitud, una esperanza que ha de haber en el corazón, un descubrir lo que son en verdad los auténticos valores por los que luchar y hasta sacrificarse. Si en otra ocasión diría que un vaso de agua dado en su nombre no se quedaría sin recompensa, esa entrega, ese darse, esas renuncias que habían hecho en sus vidas un día se transformarían en plenitud. No nos importe hacer el bien aunque quienes estén a nuestro lado no lo entiendan; entendamos cuál es la verdadera ganancia para nuestra vida, busquemos lo que es la plenitud de la vida eterna que el Señor nos ofrece.

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