Seamos agradecidos a cuanto hemos recibido del Señor con su gracia a lo largo de nuestra vida
Isaías 7, 1-9; Sal. 47; Mateo
11,20-24
¿Sabremos ser agradecidos por lo que recibimos? Pudiera dar la
impresión en muchas ocasiones nos creemos con derecho siempre a que los demás
hagan cosas por nosotros y no sabemos valorar la gratuidad y la generosidad de
los demás. Hemos de aprender a valorar lo que hacen los otros y ser
agradecidos.
En la vida no solo deberíamos estar atentos a lo que recibimos de los
otros y saber manifestar nuestra gratitud, sino que tendríamos que saber estar
con los ojos bien abiertos para aprender de lo bueno que hacen los demás como
al mismo tiempo aprovecharlo todo para nuestro enriquecimiento como personas. No
podemos ser insensibles al bien y a lo bueno que hay en los demás. Sería un
signo de nuestra pobreza como personas.
Descubrimos así valores en los que quizá no habíamos pensado ni caído
en la cuenta, aprenderemos de la manera de actuar no para actuar miméticamente
sino que nos sirva de pauta para nuestra manera de hacer las cosas. Hay tantos
detalles en los que caminan a nuestro lado que podrían ser lecciones que nos
abrieran los ojos en la vida. Si supiéramos aprovecharlos cuanto nos ayudarían
en nuestro enriquecimiento humano, en la riqueza de valores que adornarían
nuestra vida.
Esto que estamos reflexionando en un lado meramente humano que tanto
nos ayudaría en nuestra convivencia podemos ahondarlo un poco mas haciendo
referencia a nuestra vida espiritual en el camino de nuestra fe y de nuestra
vivencia cristiana. Siendo nuestra fe una respuesta personal que cada uno damos
a las maravillas del amor de Dios que se manifiesta en nuestra vida, hemos de
ser conscientes que la vivencia de la fe la expresamos en medio de una comunidad
y en comunión con los otros creyentes que caminan a nuestro lado.
Somos herederos de una fe que nos trasmitieron nuestros padres pero
que estamos recibiendo y al mismo tiempo en el seno de la Iglesia. Ahí en
Iglesia la celebramos y también la alimentamos, porque en ella celebramos los
sacramentos con los que alabamos a Dios y en los que recibimos su gracia; es en
la Iglesia donde recibimos el alimento de la Palabra de Dios que ilumina
nuestro camino; es desde la experiencia de fe de la comunidad desde donde nos
sentimos estimulados e impulsados a dar testimonio de esa fe en medio de
nuestro mundo.
Y es aquí donde siguiendo la reflexión que antes nos hacíamos nos
tenemos que plantear y revisar en nuestra vida cuánto hemos recibido en ese
camino de nuestra vida cristiana de la Iglesia, de nuestros padres y de tantos
que han sido ejemplo y estimulo para nuestro camino creyente. Ha sido una
riqueza grande a lo largo de nuestra vida en la Palabra escuchada, en los
sacramentos celebrados y recibidos, y en tanto que hemos compartido en el seno
de nuestra comunidad cristiana.
¿Cuál ha sido nuestro aprovechamiento espiritual? ¿Cómo ha crecido
nuestra espiritualidad? ¿Cuál ha sido nuestra respuesta y el fruto que hemos
dado de tanta gracia recibida? Muchas preguntas tendríamos que hacernos. Hoy en
el evangelio hemos escuchado la queja de Jesús por aquellas ciudades donde
tanto se había prodigado con su predicación, con sus milagros, con su
presencia, pero que no dan fruto, no dan respuesta. ¿Tendrá también queja de nosotros?
¿Somos agradecidos a tanta gracia que hemos recibido del Señor? Es mucho quizá
lo que tendríamos que revisar.
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