Poniendo misericordia en nuestro corazón ayudaremos en verdad a que nuestro mundo sea más feliz porque seremos capaces de amarnos y perdonarnos
Isaías 38,1-6.21-22.7-8; Sal.:
Is. 38; Mateo 12,1-8
Todos conocemos personas que están excesivamente preocupadas por el
orden, porque las cosas estén en su sitio, porque todo esté brillante y
reluciente, de manera que se convierte en una obsesión y una manía. Un amigo mío
cuando se enteró que ahora yo tenia un perrito lo primero que comentó como lamentándose
es que ahora con un perrito en casa cómo iban a estar las cosas todas
desordenadas y cuanto me iba a costar el mantenerlo todo limpio y en su sitio.
No pretendo con esto justificar mi afición porque además no viene al caso, sino
hago referencia a ello por la obsesión de mi amigo por el orden y la limpieza.
Pero esto que digo del orden se convierte en muchos en la obsesión por
el cumplimiento de la ley y la observancia escrupulosa de los más pequeños
detalles que al final se convierten en cosas esclavizantes. Muy cumplidores de
la ley y de las consecuencias practicas que se han sacado para convertirlas en
normas que establecen hasta los más mínimos detalles, pero que se convierte en
algo frío y poco menos que ritual pero a lo que le falta un alma, un espíritu
que anime y dé verdadero sentido a lo que hacemos. Falta humanidad, falta amor
y comprensión, falta misericordia y capacidad de perdón que ayude a levantarse
a los que hayan errado o cometido pecado.
Es la referencia o la respuesta que Jesús les da a aquellos
quisquillosos que se estaban fijando si los discípulos de Jesús al pasar por un
sembrado un sábado arrancaban algunas espigas para estrujarlas en la mano y comérselas.
Ese gesto ya se convirtió en un trabajo, como si fuera la siega, que no estaba
permitido por la ley realizar en el sábado, día del descanso porque estaba
dedicado al Señor.
Cumplidores estrictos pero sin corazón. Observantes de leyes y normas
pero sin darle ternura a la vida y a las relaciones con los demás. Personas que
se dicen buenas porque no faltan a ningún rito o actos religiosos, cumplidoras
de ayunos y abstinencias y capaces de muchos sacrificios quizá, allá las vemos en todas las novenas, en todas
las procesiones, en todos los actos piadosos que podamos imaginar, pero luego
las veremos con gesto adusto, mala cara, sin una sonrisa en los labios, sin
ternura en su corazón con un trato siempre displicente hacia los demás.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice Jesús hoy en
el evangelio. Que no nos falte nunca esa ternura en nuestro corazón; que seamos
en verdad comprensivos con los demás, porque nosotros también podemos caer en
los mismos fallos; dispuestos siempre al perdón y a tender la mano que levanta,
que anima, que ayuda; que no nos falte nunca un corazón generoso para compartir,
para amar de verdad, para sembrar ilusión y esperanza en los corazones de los
demás; que la sonrisa sincera de nuestros labios despierte simpatías y alegrías
para hacer que nuestra convivencia sea siempre agradable para todos y así
hagamos en verdad felices a los demás.
Poniendo misericordia de verdad en nuestra vida haremos que todos
seamos más felices comprendiendo, amándonos, perdonándonos y siendo siempre
capaces de tener la oportunidad de comenzar de nuevo después de nuestros
errores.
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