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viernes, 15 de julio de 2016

Poniendo misericordia en nuestro corazón ayudaremos en verdad a que nuestro mundo sea más feliz porque seremos capaces de amarnos y perdonarnos

Poniendo misericordia en nuestro corazón ayudaremos en verdad a que nuestro mundo sea más feliz porque seremos capaces de amarnos y perdonarnos

Isaías 38,1-6.21-22.7-8; Sal.: Is. 38;  Mateo 12,1-8 

Todos conocemos personas que están excesivamente preocupadas por el orden, porque las cosas estén en su sitio, porque todo esté brillante y reluciente, de manera que se convierte en una obsesión y una manía. Un amigo mío cuando se enteró que ahora yo tenia un perrito lo primero que comentó como lamentándose es que ahora con un perrito en casa cómo iban a estar las cosas todas desordenadas y cuanto me iba a costar el mantenerlo todo limpio y en su sitio. No pretendo con esto justificar mi afición porque además no viene al caso, sino hago referencia a ello por la obsesión de mi amigo por el orden y la limpieza.
Pero esto que digo del orden se convierte en muchos en la obsesión por el cumplimiento de la ley y la observancia escrupulosa de los más pequeños detalles que al final se convierten en cosas esclavizantes. Muy cumplidores de la ley y de las consecuencias practicas que se han sacado para convertirlas en normas que establecen hasta los más mínimos detalles, pero que se convierte en algo frío y poco menos que ritual pero a lo que le falta un alma, un espíritu que anime y dé verdadero sentido a lo que hacemos. Falta humanidad, falta amor y comprensión, falta misericordia y capacidad de perdón que ayude a levantarse a los que hayan errado o cometido pecado.
Es la referencia o la respuesta que Jesús les da a aquellos quisquillosos que se estaban fijando si los discípulos de Jesús al pasar por un sembrado un sábado arrancaban algunas espigas para estrujarlas en la mano y comérselas. Ese gesto ya se convirtió en un trabajo, como si fuera la siega, que no estaba permitido por la ley realizar en el sábado, día del descanso porque estaba dedicado al Señor.
Cumplidores estrictos pero sin corazón. Observantes de leyes y normas pero sin darle ternura a la vida y a las relaciones con los demás. Personas que se dicen buenas porque no faltan a ningún rito o actos religiosos, cumplidoras de ayunos y abstinencias y capaces de muchos sacrificios quizá,  allá las vemos en todas las novenas, en todas las procesiones, en todos los actos piadosos que podamos imaginar, pero luego las veremos con gesto adusto, mala cara, sin una sonrisa en los labios, sin ternura en su corazón con un trato siempre displicente hacia los demás.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, nos dice Jesús hoy en el evangelio. Que no nos falte nunca esa ternura en nuestro corazón; que seamos en verdad comprensivos con los demás, porque nosotros también podemos caer en los mismos fallos; dispuestos siempre al perdón y a tender la mano que levanta, que anima, que ayuda; que no nos falte nunca un corazón generoso para compartir, para amar de verdad, para sembrar ilusión y esperanza en los corazones de los demás; que la sonrisa sincera de nuestros labios despierte simpatías y alegrías para hacer que nuestra convivencia sea siempre agradable para todos y así hagamos en verdad felices a los demás.
Poniendo misericordia de verdad en nuestra vida haremos que todos seamos más felices comprendiendo, amándonos, perdonándonos y siendo siempre capaces de tener la oportunidad de comenzar de nuevo después de nuestros errores.

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