Podemos
seguir cantando al Señor como María porque reconocemos que la misericordia del
se derrama sobre nosotros también de generación en generación
Romanos 12, 9-16b; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd.
5-6; Lucas 1, 39-56
En medio de la tribulación parecería
que nadie podría dar saltos de alegría, que cuando nos aventuramos a algo nuevo
que nos resulte desconocido podamos ser capaces de alejar de nosotros los
miedos ante la incertidumbre y mantener firme la esperanza, que cuando
emprendemos un camino nuevo que nunca hayamos recorrido lo hagamos con total
seguridad de manera que alejemos de nosotros todo tipo de desconfianzas. Pero
sí es posible mantener la esperanza aunque es necesario tener un gran
equilibrio en nuestra vida porque de verdad tengamos unos sólidos cimientos
sobre los que fundamentemos todas esas esperanzas y nos abran caminos de luz en
nuestros ojos.
Hoy contemplamos a María dando saltos
de alegría en su camino hacia las montañas de Judea. Sobre su vida se han
abierto otros horizontes en los que quizá nunca habría pensado para si y tenía
que sentir que todo aquello que le estaba sucediendo podría complicar su vida.
Había marchado de Nazaret sin que su prometido esposo aun supiera el misterio
que en ella se estaba realizando y eso podría sembrar algunas inquietudes en su
corazón ante la posible manera de reaccionar de José; su marcha por los caminos
de Samaría y Judea hasta llegar a las montañas de Judá habiendo partido de
Galilea no era un camino de rosa – no podemos hacer comparación alguna entre lo
que era entonces y lo que puedan ser hoy esos caminos – y eso entrañaba
peligros de todo tipo y son miedos difíciles de superar; su presencia en casa
de Zacarías e Isabel que iba a ser inesperada no sabía realmente la respuesta
que podría encontrar, porque habían vivido en la distancia agravada en aquellos
tiempos por la dificultad del transito entre unos lugares y otros.
Pero María iba cantando en su corazón.
Podríamos decir que iba ensayando aquel canto con que prorrumpiría a la llegada
a la casa de su prima Isabel. La sorpresa del recibimiento había sido algo
agradable, porque sentía además que el misterio de Dios se revelaba más y más,
sobre todo escuchando las palabras de Isabel. ‘¿De donde a mi que venga a
visitarme la madre de mi Señor?’ habría prorrumpido, pero además la había
llamado dichosa porque había creído en el Señor.
Sí, estamos contemplando el camino de
fe de María. Muchas veces resaltábamos en este episodio la generosidad y el
amor de María que allá había ido para servir a su prima Isabel, pero como
trasfondo siempre tenemos que ver su fe. Es lo que resalta Isabel; es lo que se
desprende del cántico de María; era la mujer que confiaba en el Señor y en sus
manos se había puesto para dejar que en ella el Señor hiciera cosas grandes,
obrara maravillas.
Es lo que ella ahora quiere cantar al
Señor en aquel cántico seguramente tantas veces ensayado en su corazón en el
camino desde Nazaret hasta la montaña. Por eso desborda de gozo en el Señor.
Reconoce ella la mano de Dios en su vida; sin esa mano y esa presencia de Dios
no podía realizarse en ella todas aquellas maravillas. Allí se está
manifestando la misericordia del Señor. Lo va a repetir de mil maneras. Todo es
un derroche de gracia, un derroche de misericordia que transforma los corazones
como se ha ido transformando su propio corazón. Ahí esta recordando María toda
la historia de Israel que ha sido la historia de la misericordia de Dios para
con su pueblo y que ahora en su Hijo Jesús se va a realizar de manera tan
admirable.
¿Seremos capaces de cantar a Dios así,
con un corazón tan agradecido, por tantas maravillas de amor que va realizando
en nosotros? Que se despierte nuestra fe para que podamos creer como María,
para que podamos ver esa mano de Dios obrando en nosotros. ¿Quién te ha traído
ahora mismo, en estos momentos, a este encuentro con la Palabra de Dios que nos
está haciendo cosquillas en nuestro corazón?
Podemos sentirnos también perturbados
por muchas cosas, porque la vida no siempre es fácil, porque el camino se nos
hace duro, porque reconocemos nuestras debilidades y también tantos fracasos,
pero también podemos seguir cantando al Señor como María porque reconocemos que
la misericordia del Señor se derrama sobre sus fieles, se derrama sobre
nosotros también de generación en generación. Mira tu vida de forma concreta,
con lo que eres y como eres y descubre esas señales de la misericordia de Dios.
Hermosa reflexión. María con la visita a su prima Isabel nos habla de compromiso, solidaridad, entrega, alegría. Servicio. No hay tiempo que perder.
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