La salvación es un don de Dios pero hemos de dar señales de que se ha hecho vida en nosotros por los nuevos valores y actitudes con que nos manifestamos
Efesios 6,1-9; Sal 144; Lucas
13,22-30
‘Esforzaos en entrar por la puerta estrecha’, nos dice Jesús.
Pareciera que nos arroja un jarro de agua fría. Alguien se había acercado a Jesús
a preguntarle si eran muchos o pocos los que se salvaban. Era algo como decir
¿yo podré estar en el número de los que se salven? ¿Qué tendría que hacer?
Una pregunta quizá en el mismo sentido de la que ya algunos le habían
hecho en otro momento porque en el fondo es la inquietud de todos. ¿Qué tengo
que hacer? Escuchaban a Jesús, como nosotros también queremos escucharlo, y Jesús
les hablaba del Reino de Dios; Jesús despertaba esperanzas de vida eterna en
sus corazones, con Jesús sentían, como sentimos nosotros, deseos de poder vivir
en plenitud de vida con El. Y por eso surge la pregunta sobre lo que tenemos
que hacer y si es fácil conseguirlo o no.
Y Jesús nos habla de esforzarnos, de ponernos en camino, aunque la
puerta pueda parecer estrecha. ¿Es que Jesús nos está poniendo dificultades?
¿No decimos que la salvación es una gracia, una acción gratuita de Dios que nos
la ofrece porque es Jesús el que ha muerto por nosotros? Es cierto, es un don
de Dios, pero un don de Dios que hemos de aceptar, querer vivir; hemos de dar
señales de que vivimos esa salvación.
Luego nuestra vida no puede ser igual que antes, hay una
transformación en nosotros que hemos de querer realizar, es un poner a vivir
unos valores nuevos, unas actitudes distintas, una nueva manera de actuar.
Quienes sienten en su vida lo que es el amor de Dios que nos ama y nos perdona,
que nos hace sus hijos y nos confía vivir en su reino, han de mostrar que son
hijos, que se sienten amados de Dios, que se gozan en su perdón y en su gracia,
que ahora están viviendo una vida nueva, que se sienten de verdad en el Reino
de Dios.
Es la respuesta de nuestra parte, es el esfuerzo de superación que
cada día hemos de realizar, es el querer en verdad arrancar esas raíces de
maldad, de egoísmo, de violencia, de orgullo que aun pueden quedar en nosotros.
Y es que nos aparece continuamente la tentación, que venceremos por la gracia
de Dios, pero que hemos de poner nuestra parte para no dejarnos arrastrar por
esa maldad que nos engaña y nos tienta.
Claro vemos a nuestro lado gente que camina sin esos esfuerzos, para
quienes parece que la vida es un camino ancho, que se dejan arrastrar por esas
seducciones del mal, que parece que son felices en medio de sus orgullos y
violencias, en sus vanidades y en su egoísmo. Todo eso nos pudiera hacer dudar, nos tienta. Hemos de tener claro
cual es nuestra meta y el camino que hemos de seguir. No nos valen apariencias
y vanidades, no nos basta decir ‘Señor, Señor’, sino que hemos de poner
nuestro empeño de plantar en nuestra vida lo que es la voluntad del Señor y
cumplirla. Aunque nos parezca duro el camino, sin embargo sabemos la vida en
plenitud que vamos a alcanzar. Hacia esa meta queremos caminar.
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