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martes, 25 de octubre de 2016

Nuestra presencia quizá silenciosa ha de ser como la mostaza o la levadura fermento y contagio de valores nuevos que vivimos desde el Reino de Dios

Nuestra presencia quizá silenciosa ha de ser como la mostaza o la levadura fermento y contagio de valores nuevos que vivimos desde el Reino de Dios

 Efesios 5,21-33; Sal 18; Lucas 13,18-21

El evangelio nunca es para adormecernos; no nos podemos quedar en la belleza literaria que en sus páginas podamos encontrar, ni acudimos al evangelio como un entretenimiento más de nuestra vida. El evangelio siempre crea inquietud en el corazón porque siempre el evangelio está abriendo horizontes en nuestra vida, sembrando inquietud en el corazón, despertándonos de nuestras modorras, señalándonos cosas que hemos de purificar y sembrando nueva inquietud de vida en nosotros.
Por eso nunca es repetitivo en nuestra vida ni lo podemos convertir en una rutina; nunca ante el evangelio podemos tener la postura de ‘eso ya me lo sé’ o ‘qué nuevo me va a decir o descubrir’. Siempre el evangelio es novedad, ‘Buena Nueva’, es una buena noticia (y las noticias no pueden ser nunca viejas porque no serían noticia) para nuestra vida.
Se convierte así el evangelio en nosotros en ese grano de mostaza que no solo desde su pequeñez hace nacer un arbusto grande en el que puedan incluso cobijarse muchos animalitos, sino es también ese nuevo sabor - ¿para qué utilizamos la mostaza sino para darle sabor a nuestras comidas? – tanto a nuestra vida como a nuestro mundo.
Es el evangelio esa levadura de la vida; levadura que nos pudiera parecer insignificante, porque nunca es grande la cantidad que se añade a la masa sino en proporción a su volumen, pero que calladamente va haciendo fermentar esa masa, va a ir haciendo fermentar un nuevo sentido, un nuevo sabor primero a nuestra vida y luego también a través nuestro a ese mundo en el que vivimos.
Por eso decíamos el evangelio no nos adormece, sino que hará fermentar en nosotros esas nuevas actitudes, esos nuevos valores, esa nueva forma de actuar en el estilo del Reino de Dios. En esa inquietud, entonces, tenemos que preguntarnos si nosotros estamos dejando actuar esa levadura en nuestra vida, si nos estamos dejando transformar. Nos hace revisarnos continuamente porque queremos mejorar, porque queremos impregnarnos más y más de evangelio y hemos de cuidar entonces aquellas cosas que pudiera haber en nosotros y contrarrestar lo bueno que tendría que producir en nosotros la levadura del evangelio.
Pero en esa inquietud también nos planteamos cómo los creyentes estamos siendo levadura con nuestra presencia en medio del mundo. Nuestra presencia no tendrían que pasar inadvertida, y no porque vayamos haciendo cosas extraordinarias o milagros, sino por los efectos que tendrían que estar produciéndose en los demás. Tendríamos que ser contagio de evangelio allí donde estemos porque desde dentro vayamos impregnando de esos valores del evangelio a los que estén a nuestro lado. Nuestra presencia tiene que influir, pero desgraciadamente más bien nosotros nos dejamos influir por los contravalores que nos pueda presentar el mundo.
Presencia callada y silenciosa quizá la que nosotros tengamos en nuestros ambientes, pero una presencia que se ha de ir haciendo notar por aquello bueno que contagiamos en los demás. No gritamos desde signos externos ni por voces aparatosas, sino que contagiamos con nuestra vida, con nuestro amor esa fe que nosotros vivimos. Quizá quienes estén a nuestro lado tendrían que preguntarse qué hay en nosotros que a ellos les hace cambiar, les hace ver las cosas de forma distinta, les hace actuar también de una forma nueva.

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