Son muchas las ataduras de las que necesitamos que el Señor nos libere convirtiéndolo luego en un mensaje de misericordia para los demás
Efesios
4,32–5,8; Sal 1; Lucas 13,10-17
‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’, le dijo Jesús a aquella
mujer encorvada por su enfermedad que se encontró un sábado en la sinagoga
mientras enseñaba a la gente.
No todos entienden el signo de Jesús. Había anunciado en la sinagoga
de Nazaret que estaba lleno del Espíritu y venia a anunciar la Buena Nueva a
los pobres y a liberar a los oprimidos por el diablo. Era el año de gracia del
Señor, el año de la gran liberación. Jesús estaba actuando un sábado. Y ya lo
estaban acechando algunos a ver qué es lo que hacía. Por eso cuando Jesús cura
a aquella mujer liberándola del mal de su enfermedad algunos comienzan a
murmurar.
¿Serían ellos los que también necesitarían que Jesús los liberara? Sus
vidas estaban llenas de muchas ataduras y las ataduras siempre esclavizan
porque hacen que estemos sometidos a algo. Se había llenado de muchas normas y
preceptos que en lugar de liberar al hombre considerando por encima de todo su
dignidad lo ataban al cumplimiento estricto de esas normas e interpretaciones
que se hacían los hombres aunque fuese en normas y preceptos muy relacionados
con la religión. Nunca la religión, nuestra relación con Dios, tendría que
esclavizar al hombre sino más bien liberarlo.
En sus estrictos preceptos para el cumplimiento del sábado como día
dedicado al Señor valoraban de forma distinta lo que se podía o no se podía
hacer en relación con la atención y cuidado de los animales, que lo que tuviese
relación con la dignidad de la persona.
En verdad Jesús viene a liberarnos, porque son muchas las cosas que
nos imponemos y a las que nos sentimos atados incluso a lo que pueda hacer
referencia a la religión. Dios quiere siempre la salvación del hombre y así se
manifiesta en todo su esplendor lo que es la misericordia del Señor.
Y aunque lo proclamamos de veinte mil maneras lo que es esa
misericordia de Dios que nos libera y que nos enriquece, todavía quizá sigamos
considerando cosas en las que no tenemos en cuenta esa misericordia; para
algunos aspectos quizá todavía seguimos siendo duros de corazón, inmisericordes
con los demás. ¿Será que seguimos aun
demasiado atados al concepto de la justicia humana que aplicándola se quiere
hacer de manera tan estricta que no se deja entrar en ella lo que pueda
significar perdón y misericordia?
Hablamos los creyentes en Jesús, los cristianos y en la misma Iglesia
de cómo no podemos permitir discriminaciones, hacer cargar con la culpa a nadie
para siempre porque cuando el Señor es misericordioso y perdona olvidará para
siempre nuestro pecado restituyéndonos la dignidad de la gracia como hijos de
Dios, pero quizá en muchas actitudes y posturas seguimos marcando a la gente y
ese perdón y misericordia que ofrecemos no es tan generoso como lo que decimos
que nos ofrece el Señor.
No siempre las personas de iglesia muestran esa cercanía del amor y de
la misericordia para todos aquellos que consideran pecadores por alguna
situación que hayan podido vivir en su vida. Muchas amarguras y soledades
pueden sentir muchas personas por hechos y situaciones así y para quienes no
tenemos siempre la adecuada palabra y actitud de consuelo y cercanía. No podemos
olvidar que por nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestros actos hemos de
convertirnos en signos de la misericordia de Dios para con todos.
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