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domingo, 24 de marzo de 2024

Crucemos el pórtico de esta semana y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz, para vivir la Pascua del Señor en nuestra vida

 


Crucemos el pórtico de esta semana y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz, para vivir la Pascua del Señor en nuestra vida

Marcos, 11, 1-10; Isaías 50, 4-7; Sal. 21;  Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1-15, 47

El pórtico de esta semana de Pasión viene enmarcado por los hosannas y los ramos de olivo de la entrada de Jesús en Jerusalén y por otra parte la contemplación en la misma celebración de la muerte de Jesús en la Cruz en el relato del evangelista Marcos. No podemos olvidar que es como el sprint final para llegar a la celebración de la Pascua.

Ya es Pascua lo que estamos contemplando y celebrando, porque todo es el paso de Dios que ha de ser también nuestro paso, nuestra Pascua. Si así no lo contemplamos y así no lo vivimos todo podía quedarse en un espectáculo bien dramático que aun nos llenaría de más dolor, angustia y amargura. No en vano estas palabras son de las más repetidas en estos días y que incluso llegan a dar nombre a distintos momentos o a distintas imágenes que vamos a contemplar. Pero nosotros no nos podemos quedar en el dolor, la angustia y la amargura porque nos llena una esperanza y para nosotros estará ya siempre presente la luz final que vamos a contemplar en la resurrección que es la culminación de esta Pascua, de este paso de Dios. Es el sentido hondo que tenemos que darle a estos momentos y a estas celebraciones.

Es cierto que ante nuestros ojos van a ir proyectándose todos esos momentos de la Pasión, que como un adelanto ya en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor – que así es su nombre – en la lectura del evangelio de san Marcos, pero no nos quedamos en una proyección visual, aunque también nos ayude para la meditación, sino que ha de ser algo que hemos de ir proyectando en lo hondo del corazón para poder hacerlo vida en nosotros. Es importante abrir los ojos y los oídos viendo y escuchando todo lo que se nos proyecta y se nos proclama, pero es muy importante que sepamos abrir el corazón para que haya en verdad ese paso de Dios en nosotros, en nuestra vida.

Siempre la Iglesia nos ha invitado a un recogimiento especial en estos días, aunque no lo hemos sabido muchas veces interpretar bien, porque los hemos convertido en días de demasiada tristeza, sino que ese recogimiento significa crear el ambiente adecuado para que esa Palabra cale en nosotros, la podamos rumiar debidamente en nuestro interior, y podemos llegar a saborear toda esa maravilla del amor de Dios que se nos manifiesta. Cuando el rumiante pasa una y otra vez aquello que ha comido para mejor digerirlo, es para sacar el mejor jugo, vamos a decirlo así, de aquello de lo que se ha alimentado.

No son días de sentirnos agobiados por la tristeza, sino momentos en que tenemos que saborear a fondo toda esa vida que se nos regala, y es un hermoso regalo de amor el que nos hace Dios cuando nos entrega a su Hijo como vamos a contemplar.. Es lo que queremos vivir en estos días. Es lo que verdaderamente nos conducirá a la Pascua. No vamos a vivir con angustias y amarguras estos momentos, aunque mucho sea el dolor que sintamos al vernos tan pecadores, sino que vamos a hacerlo llenos de esperanza, porque sabemos que ese paso de Dios es para la vida y la salvación.

No voy a detenerme al ofreceros esta reflexión en volver a la descripción de estos momentos de la Pasión de Jesús. Sobran las muchas palabras y necesitamos momentos de silencio y reflexión, como hemos venido diciendo. Aclamemos, sí, con mucho entusiasmo y alegría esta entrada de Jesús en Jerusalén,  que hoy de manera especial conmemoramos, porque en nuestra fe sabemos bien quien es el que como Rey y Señor va montado en un humilde borriquito para su entrada en la ciudad Santa. Sí, ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!

En verdad hoy estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey, porque así lo vamos a ver coronado en lo alto de la cruz en estos días. Lo contemplamos humilde, como lo había anunciado el profeta; lo contemplamos el último y el servidor de todos, como El nos había enseñado que teníamos que ser nosotros también. Es el que como el Señor lo veremos con la toalla ceñida a su cintura y la jofaina de agua en sus manos para lavar los pies de los discípulos. Es el que nos ha dicho que nuestra grandeza está en amar hasta las últimas consecuencias, porque el mayor amor es el de quien es capaz de dar la vida por los demás. Será un gentil, el centurión romano, el que al final de todo lo que parecía una terrible tragedia vendrá a proclamarlo como verdadero hijo de Dios.

Es lo que nos da hondo sentido a este momento de la entrada de Jesús en Jerusalén entre las aclamaciones de los niños porque con El queremos entrar también para llegar a la Pascua. Ya sé que nos cuesta, como le costaba entender a Pedro cuando Jesús lo anunciaba en la subida a Jerusalén. A última hora podemos seguir teniendo la tentación de la duda o el miedo que nos hace echarnos atrás, como le sucedió a los discípulos, o que se durmieron en el huerto, o cuando llegaron los momentos difíciles abandonaron y huyeron para esconderse en el Cenáculo, o llegar a la negación como le sucedió al envalentonado Pedro que sin embargo sucumbió ante una pregunta.

Pero podemos levantarnos, despertar, quitar nuestros miedos y cobardías, sentirnos con la fortaleza de la esperanza, porque tenemos la certeza de la luz pascual que iluminará nuestra vida. Crucemos este pórtico y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al lado de la cruz. Haremos así en verdad la Pascua del Señor en nuestra vida.

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