Crucemos
el pórtico de esta semana y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste
estar al lado de la cruz, para vivir la Pascua del Señor en nuestra vida
Marcos, 11, 1-10; Isaías 50, 4-7; Sal. 21;
Filipenses 2, 6-11; Marcos 14, 1-15, 47
El pórtico de esta semana de Pasión
viene enmarcado por los hosannas y los ramos de olivo de la entrada de Jesús en
Jerusalén y por otra parte la contemplación en la misma celebración de la
muerte de Jesús en la Cruz en el relato del evangelista Marcos. No podemos
olvidar que es como el sprint final para llegar a la celebración de la Pascua.
Ya es Pascua lo que estamos
contemplando y celebrando, porque todo es el paso de Dios que ha de ser también
nuestro paso, nuestra Pascua. Si así no lo contemplamos y así no lo vivimos
todo podía quedarse en un espectáculo bien dramático que aun nos llenaría de
más dolor, angustia y amargura. No en vano estas palabras son de las más
repetidas en estos días y que incluso llegan a dar nombre a distintos momentos
o a distintas imágenes que vamos a contemplar. Pero nosotros no nos podemos
quedar en el dolor, la angustia y la amargura porque nos llena una esperanza y
para nosotros estará ya siempre presente la luz final que vamos a contemplar en
la resurrección que es la culminación de esta Pascua, de este paso de Dios. Es
el sentido hondo que tenemos que darle a estos momentos y a estas
celebraciones.
Es cierto que ante nuestros ojos van a
ir proyectándose todos esos momentos de la Pasión, que como un adelanto ya en
este domingo de Ramos en la Pasión del Señor – que así es su nombre – en la
lectura del evangelio de san Marcos, pero no nos quedamos en una proyección
visual, aunque también nos ayude para la meditación, sino que ha de ser algo
que hemos de ir proyectando en lo hondo del corazón para poder hacerlo vida en
nosotros. Es importante abrir los ojos y los oídos viendo y escuchando todo lo
que se nos proyecta y se nos proclama, pero es muy importante que sepamos abrir
el corazón para que haya en verdad ese paso de Dios en nosotros, en nuestra
vida.
Siempre la Iglesia nos ha invitado a un
recogimiento especial en estos días, aunque no lo hemos sabido muchas veces
interpretar bien, porque los hemos convertido en días de demasiada tristeza,
sino que ese recogimiento significa crear el ambiente adecuado para que esa
Palabra cale en nosotros, la podamos rumiar debidamente en nuestro interior, y
podemos llegar a saborear toda esa maravilla del amor de Dios que se nos
manifiesta. Cuando el rumiante pasa una y otra vez aquello que ha comido para mejor
digerirlo, es para sacar el mejor jugo, vamos a decirlo así, de aquello de lo
que se ha alimentado.
No son días de sentirnos agobiados por
la tristeza, sino momentos en que tenemos que saborear a fondo toda esa vida
que se nos regala, y es un hermoso regalo de amor el que nos hace Dios cuando
nos entrega a su Hijo como vamos a contemplar.. Es lo que queremos vivir en
estos días. Es lo que verdaderamente nos conducirá a la Pascua. No vamos a
vivir con angustias y amarguras estos momentos, aunque mucho sea el dolor que
sintamos al vernos tan pecadores, sino que vamos a hacerlo llenos de esperanza,
porque sabemos que ese paso de Dios es para la vida y la salvación.
No voy a detenerme al ofreceros esta reflexión
en volver a la descripción de estos momentos de la Pasión de Jesús. Sobran las
muchas palabras y necesitamos momentos de silencio y reflexión, como hemos
venido diciendo. Aclamemos, sí, con mucho entusiasmo y alegría esta entrada de
Jesús en Jerusalén, que hoy de manera
especial conmemoramos, porque en nuestra fe sabemos bien quien es el que como
Rey y Señor va montado en un humilde borriquito para su entrada en la ciudad
Santa. Sí, ¡bendito el que viene en el nombre del Señor!
En verdad hoy estamos celebrando la
fiesta de Cristo Rey, porque así lo vamos a ver coronado en lo alto de la cruz
en estos días. Lo contemplamos humilde, como lo había anunciado el profeta; lo
contemplamos el último y el servidor de todos, como El nos había enseñado que teníamos
que ser nosotros también. Es el que como el Señor lo veremos con la toalla
ceñida a su cintura y la jofaina de agua en sus manos para lavar los pies de
los discípulos. Es el que nos ha dicho que nuestra grandeza está en amar hasta
las últimas consecuencias, porque el mayor amor es el de quien es capaz de dar
la vida por los demás. Será un gentil, el centurión romano, el que al final de
todo lo que parecía una terrible tragedia vendrá a proclamarlo como verdadero
hijo de Dios.
Es lo que nos da hondo sentido a este
momento de la entrada de Jesús en Jerusalén entre las aclamaciones de los niños
porque con El queremos entrar también para llegar a la Pascua. Ya sé que nos
cuesta, como le costaba entender a Pedro cuando Jesús lo anunciaba en la subida
a Jerusalén. A última hora podemos seguir teniendo la tentación de la duda o el
miedo que nos hace echarnos atrás, como le sucedió a los discípulos, o que se
durmieron en el huerto, o cuando llegaron los momentos difíciles abandonaron y
huyeron para esconderse en el Cenáculo, o llegar a la negación como le sucedió
al envalentonado Pedro que sin embargo sucumbió ante una pregunta.
Pero podemos levantarnos, despertar,
quitar nuestros miedos y cobardías, sentirnos con la fortaleza de la esperanza,
porque tenemos la certeza de la luz pascual que iluminará nuestra vida.
Crucemos este pórtico y caminemos al paso del Señor, aunque nos cueste estar al
lado de la cruz. Haremos así en verdad la Pascua del Señor en nuestra vida.
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