Jesús nos dice hoy también a nosotros que quiere venir a celebrar la cena pascual en nuestra casa con aquellos que son sus preferidos y amados, ¿qué sala le vamos a ofrecer?
Isaías 50, 4-9ª; Salmo 68; Mateo 26, 14-25
Las cosas hay que prepararlas bien. Sobre todo si son conmemoraciones de algo que ha sido importante para nuestra vida, que son parte de nuestra historia, que marcaron de alguna manera nuestra existencia. No puede caer en el olvido. Hay que recordarlo y celebrarlo. De la mejor manera. Con la mayor participación y con las mejores cosas.
Eran los días previos a la celebración de la Pascua. No era algo baladí en la historia del pueblo judío. Hacía siglos que la celebraban y para eso tenían unos ritos propios y seguirían celebrándolo. Estaba todo además muy predeterminado y preestablecido. Así lo había prescrito Moisés y se mantenía fijo el ritual en las Escrituras Santas. Era la comida de un cordero en familia, que era memorial y era anticipo de futuro, aunque no lo tenían muy claro. Pero estuvieran donde estuvieran había que celebrar aquella cena pascual, que así la llamaban. Y había que hacer todos los preparativos. Y en la buena hospitalidad judía se ofrecían las casas de las familias de Jerusalén para los que habían subido de todas partes a la pascua.
Y ahí está la pregunta de los discípulos. ‘¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?’ Y Jesús da instrucciones muy precisas, porque señala circunstancias muy concretas para que encuentren la casa y vayan a decirle de su parte ‘El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’. Probablemente algún pariente que tenían en la ciudad; aquel lugar va luego a convertirse en lugar importante, no solo en aquella cena, sino en los momentos siguientes en refugio, pero también más tarde como punto de encuentro para los primeros discípulos y la iglesia naciente.
Preguntan los discípulos pero termina Jesús haciéndonos también una pregunta. Nosotros también estamos en el momento previo para algo muy importante. También nosotros nos hemos de disponer para celebrar la Pascua. Y tenemos los motivos más grandes del mundo para prepararla bien y para celebrarla con hondura. Ya nos hemos preguntado hace unos días si en verdad Jesús va a venir a nuestra fiesta de pascua y aquello nos hacía pensar. Pero cuidado que ese interrogante siga pesando en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en nuestros ajetreos y no sea una pregunta en balde que a poco que nos olvidemos de ella.
Es cierto realmente que muchos son los preparativos que se tienen en estos días en nuestros templos y en nuestras comunidades. Como Marta, allá en Betania, también andamos ajetreados de acá para allá con muchos preparativos y parece que no tenemos tiempo ni para nosotros mismos. Y esos interrogantes tienen que seguir pesando en nuestro interior para que no nos durmamos o no nos entretengamos en lo que no es tan importante.
Sí, Jesús quiere venir a nuestra casa para celebrar la cena de pascua. Y no va a venir solo, viene con sus discípulos. Es algo muy significativo. Me preparo yo, preparo mi casa, pero tengo que tener las puertas abiertas, tengo que despejar la casa de muchas cosas que puedan ser obstáculo para que venga Jesús y para que vengan con sus discípulos, aquellos a los que ama, aquellos que son sus preferidos. ¿Quiénes son hoy esos preferidos del Señor? ¿Quiénes son hoy esos amados de manera especial por el Señor?
Tenemos que mirar nuestra casa, nuestro corazón, ese mundo que nos rodea, con sus problemas, con sus necesidades, con sus pobrezas, con sus guerras, con la gente que nos parece que anda desorientada de acá para allá, con esa gente que quizás no nos gusta tanto, con esos que quizás nosotros quitaríamos de en medio. ¿A quienes quiere Jesús que miremos? ¿A quienes quiere Jesús hoy, en esa vida concreta que vivo, que yo acepte y reciba también en mi casa para juntos celebrar la Pascua?
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