Qué
distinta sería nuestra convivencia si nos tomáramos en serio el evangelio de
Jesús y supiéramos transitar por las sendas del amor
2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7,1-5
Como solemos decir tenemos ojos en la cara y lo que está delante de
los ojos lo podemos ver. Podemos apreciar lo bueno y lo bello que hay en
nuestro entorno; podemos valorar la riqueza y la belleza del encuentro con las
personas, como podemos también quizá darnos cuenta de las sombras que ofrece la
vida. Nuestros ojos están vueltos por naturaleza hacia el exterior y al
descubrir cuanto nos rodea podemos hacer nuestras valoraciones y hasta nuestros
juicios.
Pero tendríamos que aprender también a saber darle la vuelta a nuestra
mirada, para no quedarnos en lo exterior, para aprender a mirar la belleza
interior que no siempre la apreciamos con los ojos de la cara, pero también
para volver esa mirada hacia dentro de nosotros mismos y descubrir nuestra
autentica realidad. Descubrir nuestra autentica realidad para en positivo saber
resaltar valores y cualidades ocultas que haya dentro de nosotros, pero también
para saber ver nuestras propias limitaciones, nuestros errores o nuestros
defectos.
Quizá por esa misma tendencia de mirar siempre hacia fuera podemos
estar tentados a ver los posibles lados oscuros o negativos que hay en los
otros que los lados oscuros negativos
que hay en nosotros mismos. Y es ahí donde tiene que estar nuestra habilidad y
nuestra madurez, para saber vernos a nosotros mismos en toda la cruda realidad,
antes de entrar en juicios o valoraciones que nos tiente hacer de los demás.
Juicios y valoraciones que nunca tendrían que llevarnos a la condena, sino que
desde una forma positiva de ver la vida lo que tendríamos que servir por
nuestra propia lucha interior de estimulo para la superación que han de
realizar los otros también,
Aunque haya negatividades y lados oscuros en la vida, como consecuencia
de nuestras imperfecciones y debilidades, deberíamos siempre caminar con
sentido positivo para que todo sea siempre un estimulo que nos impulse hacia
arriba, nos motive a superarnos, nos ayude a crecer. Nuestros propios esfuerzos
de superación podrían servir de estimulo para los que están a nuestro lado en
su propio crecimiento humano y espiritual. Es la tarea de ayuda mutua, de
comunión que tendría que haber entre nosotros, donde somos conscientes que
sabiendo caminar juntos, juntos mejor creceremos y llegaremos a una mejor maduración
en la vida. Pero somos demasiado individualistas e insolidarios.
Hoy Jesús en el evangelio, en el sermón del monte que estamos
escuchando y meditando, nos deja sentado unos cuantos principios en el sentido
de lo que venimos reflexionando y con mayor profundidad de la que puedan tener
mis palabras y consideraciones. Nos habla de la mota que vemos en el ojo ajeno
sin darnos cuenta de la paja que hay en el nuestro. Nos enseña a no juzgar ni a
condenar, porque no somos nadie para hacernos un juicio de los demás.
‘No juzguéis y no os
juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis,
la usarán con vosotros’.
Cómo tendríamos que saber escuchar con corazón sincero estas palabras de
Jesús. Qué fáciles somos para el juicio y la condena, y no soportamos ni lo más
mínimo que puedan decir los demás de nosotros.
Qué distintos actuaríamos
si en verdad nos decidiéramos caminar los caminos del amor. Necesitamos
comprensión, aceptación del otro, respeto a la persona, amor de verdad para
ayudar con sinceridad y humildad y para saber en todo momento disculpar los
errores del otro, un cariño grande y una ternura exquisita en nuestro corazón
para ser siempre estimulo para los otros que ayuden siempre a superarse y a
crecer.
Qué distinta seria nuestra
convivencia si nos tomáramos en serio el evangelio de Jesús.
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