Crezcamos en una verdadera espiritualidad unidos al Espíritu de Jesús que nos purifica y nos llena de nueva vida para dar frutos de santidad
1Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7, 15-20
Me contaba hace unos días un amigo que se dedica a la poda de los
árboles frutales que a él y su equipo los habían llamado de una finca de
naranjos para realizar los trabajos de la poda; se encontraron una finca en la
que hacia años no se realizaba ningún trabajo de poda y limpieza de los árboles
y que todo era maleza con las plantas llenas de ramajes secos e inútiles que había
hecho que mermara la producción de la fruta en aquel terreno con muy malas
calidades y cantidades de lo que no se sacaba ningún beneficio. Me contaba del
duro trabajo que tuvieron que hacer de limpieza de ramajes secos e infructuosos
dejando todo preparado para una buena producción que al tiempo debidamente se
dará.
¿Nos pasará algo así en la vida? cuando no llevamos un cuidado de
nosotros mismos pronto comenzamos a rodar por las pendientes de las rutinas, de
las malas costumbres, de los apegos, de tantas debilidades que se nos van
apegando a la vida que no nos permitirá dar los frutos que se esperan de
nosotros. Puede ser que tengamos buen corazón y buena voluntad, que queramos
ser buenos y superarnos pero fácilmente nos contagiamos de actitudes y de
posturas que palpamos en nuestro entorno y que si no hacemos el necesario
discernimiento van a ser rémoras que nos impidan avanzar en la vida.
Miremos de quien nos rodeamos, analicemos bien las cosas que vemos
hacer a los demás y que quizás a ellos les puedan parecer tan naturales,
valoremos actitudes y posturas para que seamos capaces de ir en positivo por la
vida. Quizá a nuestro lado a la gente le parezca lo más natural del mundo las
revanchas y resentimientos por los que luchan los unos contra los otros, se
rompen relaciones y amistades, y nos vamos destruyendo unos a otros. De tanto
verlo a nosotros también nos puede parecer natural actuar así y terminamos
contagiándonos. He puesto esto como ejemplo como podríamos pensar en tantas
otras cosas.
Por eso hemos de tener unos principios muy claros, unos valores muy
altos por los que luchar, unas metas y una orientación en la vida de la que no
queremos salirnos; nos exige vigilancia, revisión continua de nuestros actos y
actitudes, purificación de intenciones en nuestro corazón, verdaderos deseos de
superación. Y entonces iremos podando todos esos malos ramajes que se nos
puedan introducir en nuestra vida; es la revisión que hacemos de nosotros
mismos, es lo que nos corregimos para no perder la verdadera orientación y el
autentico camino, es esa purificación interior que nos vamos haciendo, porque
hay debilidades en nuestro corazón que muchas veces nos hacen tropezar.
Hoy nos dice Jesús en el
evangelio. ‘Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan
frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar
frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es
decir, que por sus frutos los conoceréis’.
Ahí tenemos nuestra tarea.
Una tarea que no hacemos solos sino apoyados en la gracia del Señor. Nos ofrece
Jesús su vida en los sacramentos que sean nuestro alimento y nuestra
purificación, nuestra fuerza y nuestra vida. Unidos a El podremos dar fruto, porque
como nos dirá en otro momento sin El nada podemos hacer. Así hemos de cuidar
nuestra vida, nuestro espíritu, nuestro ser cristiano. Así hemos de crecer en
una verdadera espiritualidad unidos al Espíritu de Jesús que es nuestra fuerza.
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