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sábado, 24 de septiembre de 2011

Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres


Zacarías, 2, 1-5.10-11;

Sal.: Jer. 31, 10-13;

Lc. 9, 44-45

‘No entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido…’ Difícil de entender era lo que Jesús les decía. En torno a Jesús iba surgiendo una admiración grande por sus enseñanzas, por los milagros que realizaba, por las esperanzas que iban naciendo en sus corazones.

Les anunciaba el Reino de Dios y, quizá porque ellos se hacían una interpretación muy triunfalista de lo que era el Mesías esperado, sentían cercanos los días de la victoria y del triunfo, a lo que les alentaba aquellos milagros que Jesús iba realizando como una victoria sobre el mal. Todo era para ellos signos de una victoria segura. El Mesías sería un rey victorioso.

Y ‘entre la admiración general por lo que hacía Jesús les dice a los discípulos’ lo que viene a ser para ellos una paradoja grande. ‘Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’. Y les insistía Jesús ‘metéos bien esto en la cabeza’. Era un anuncio más que hacía de su pasión.

Ya lo había dicho en otras ocasiones. Después de la confesión de Pedro allá en Cesarea de Filipo también se los había anunciado. Lo escuchamos ayer.’El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Lo mismo les había dicho en el Tabor a los tres discípulos que habían subido con El. ‘Y les daba miedo preguntarle por el asunto’.

Todo estaba encaminado hacia la gran victoria, es cierto; pero esta gran victoria sobre el mal, el dolor, la ley y la muerte, iba a ser a los ojos de los no iluminados por la fe, la gran derrota. Sería motivo de escándalo para los mismos discípulos que cuando comienzan los malos momentos allá en Getsemaní lo abandonan y huyen; seguirán de lejos su pasión, aunque solo alguno se atreve a acercarse al patio del sumo pontífice, pero va a ser también su escándalo porque terminaría negando conocer a Jesús. Al pie de la cruz solo estará el discípulo amado.

Por eso, podríamos decir, con estos anuncios que Jesús va a haciendo lo que quiere es prepararlos. Para eso había llevado a los tres escogidos también a lo alto del Tabor. Pero era necesario tener una fe firme para soportar el embate duro y tentador que iba a significar la pasión. Jesús resucitado los iba a encontrar escondidos en el Cenáculo con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

También en el camino de nuestra fe nosotros necesitamos estar bien fortalecidos. Queremos confesar nuestra fe en Jesús no sólo de palabra sino con toda nuestra vida. Muchas veces se nos puede hacer difícil porque la cruz también nos va apareciendo en nuestra vida. Necesaria es la firmeza de nuestra fe nacida de ese conocimiento cada día mayor que vamos teniendo de Jesús. Como hemos venido diciendo con fe es cómo podemos acercarnos a El.

En profundo espíritu de oración tenemos que ir dejándonos inundar por su gracia, por su presencia, por su vida. Es la mejor forma de realizar nuestro camino en fidelidad total. Es cómo podemos sentirnos fuertes frente a las tentaciones del enemigo que sutilmente también nos llena muchas veces de dudas el corazón o nos ofrece como señuelos otras ideas u otros pensamientos de rebajar la intensidad de nuestra fe, de nuestro compromiso, de la vivencia de nuestra vida cristiana. Debilitándonos con la tentación de la frialdad es la manera de hacernos caer y resbalar por la pendiente de la duda, del miedo, del abandono, del pecado y de la muerte en fin de cuentas.

Con Jesús nos sentiremos seguros y sin ningún tipo de miedo.

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