Esdras, 6, 7-8.12.14-20;
Sal. 121;
Lc. 8, 19-21
Seguro que queremos ver a Jesús. En más de una ocasión en nuestra fervor religioso seguramente habremos pensado si nosotros hubiéramos tenido la suerte de vivir en los tiempos de Jesús en Palestina para haberle conocido cara a cara. Un sentimiento que manifiesta de alguna manera nuestra fe y nuestro amor. Pero, ¿no podremos ver a Jesús?
En el evangelio vemos cómo la gente se agolpaba en sus deseos de ver a Jesús, de estar con El, de tocarle, de sentir el beneficio de su mirada y de la salud para sus cuerpos enfermos, el consuelo para sus penas o el perdón para las miserias de sus pecados.
En ocasión veremos cómo alguien incluso pide la colaboración de los discípulos más cercanos para conocer a Jesús, como aquellos griegos que habían llegado a la fiesta de Jerusalén. Zaqueo quería conocer a Jesús y como no tenia medio de hacerlo de otra manera dada la aglomeración de la gente, su baja estatura o la situación de su vida – quizá esto principalmente – se subió a la higuera para verlo pasar desde allí. Otros querían llegar hasta los pies de Jesús y no les importó separar las tejas de la terraza para descogar por allí al paralítico que pudiera así acercarse a la presencia de Jesús.
Este recorrido por algunas de esas situaciones me lo ha provocado lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. En este caso es María, la madre de Jesús, y como dice el evangelio sus hermanos haciendo referencia a sus parientes quieren ver a Jesús que está también en esta ocasión rodeado de gente de manera que no podían llegar hasta El. ‘Entonces le avisaron: tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’.
Ya conocemos la respuesta de Jesús que por supuesto no es un rechazo de María sino una gran enseñanza para nosotros. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica’.
¿Queremos ver a Jesús? Escuchemos la Palabra de Dios con sinceridad de corazón. Plantemos la Palabra de Dios en nuestra vida poniéndola en práctica. Abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios. Podremos conocer a Jesús, podremos estar con Jesús, seremos la familia de Jesús. María lo hizo como la que más, como la mejor. Y vaya si plantó la Palabra de Dios en su vida, que de ella nación Dios hecho hombre. El Espiritu Santo la cubrió con su sombra, como dice el Evangelio, y de ella nació el Hijo de Dios hecho hombre, en ella se encarnó Dios para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros.
Escuchemos, sí, la Palabra de Dios veremos a Jesús, conoceremos a Jesús, nos llenaremos de Dios. Y Jesús vendrá a nuestra vida para llenarnos de su vida. Y el Padre y el Hijo vendrán a nosotros y harán morada en nosotros. ‘El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me ama será amado por mi Padre. También yo lo amaré y me manifestará a El’. Así nos hablaba Jesús en la última cena. Así se nos manifestará el Señor si le amamos y cumplimos sus mandamientos, si escuchamos su Palabra y la plantamos en el corazón y en la vida.
Decíamos al principio que todos tenemos deseos de ver a Jesús, de conocer a Jesús. Queremos ver a Jesús, decimos nosotros también, como cuando María y los hermanos fueron y querían ver a Jesús. Y Jesús se nos manifestará, se nos dará a conocer, le podremos ver desde lo más hondo de nuestro corazón si ponemos toda nuestra fe en El.
Aquí venimos a la Eucaristía y le recibimos, ¿podemos pensar en unión más íntima y más intensa que la que podemos vivir en la Eucaristía? Es un anticipo del cielo, es prenda de nuestra salvación futura.
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