Busquemos
ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia
que se siente familia y miembros de un mismo pueblo
Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99; Apocalipsis 7,
9. 14b-17; Juan 10, 27-30
En la vida
que vivimos, más urbana, más alejada del entorno natural de nuestros campos y
de los cultivos tradicionales y del estilo de ganadería de otros tiempos, las
imágenes de un rebaño nos resultan extrañas, como restos de otras épocas y
parece que ya nada pueden decirnos al hombre de hoy. Nos queda el remedio de
los medios de comunicación, de la televisión y de documentales que algunas
veces tratan de trasmitirnos hechos o costumbres de otras épocas para que
podamos volver a contemplarlas. Nos quedan restos en los reclamos de los
caminos de la trashumancia por los que eran llevados de un sitio para otros
buscando mejores pastos para el ganado.
La imagen de
un rebaño que es conducido de un lugar para otro puede llevarnos a una cierta confusión
porque algunas veces pensamos en un camino irracional e instintivo el que
realiza el ganado, pero los ganados escuchan una voz que les guía porque
conocen al pastor que está a su cuidado, son conducidos no tan irracionalmente
por unos perros pastores que incluso los protegen, lo que nos puede sin embargo
manifestar una fuerza de unidad muy grande que pueda ser bien significativa y
de gran enseñanza para nosotros.
Son las
imágenes que se nos ofrecen en el evangelio y en toda la Palabra de Dios de
este domingo que precisamente es llamado el domingo del Buen Pastor. Por eso la
liturgia nos hará repetir como un eco que se nos mete en nuestras entrañas
aquello de que ‘nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño’. Ovejas
de su rebaño recordándonos las imágenes que se repiten en el evangelio y toda
la Palabra proclamada pero que formamos un pueblo. Un rebaño que es pueblo nos
viene a decir, un rebaño que mantiene una unidad pero un rebaño que se viene a
constituir en comunidad, que es el pueblo de Dios que camina unido.
Ni el rebaño
se constituye simplemente porque juntemos unas ovejas, ni el pueblo se hace
simplemente porque vivamos en un mismo lugar. Es necesario algo más, las ovejas
conocerán a su pastor y aunque estén con otras ovejas solamente seguirán el
silbo y la voz del que es su pastor; el pueblo no es solo la formación de unos
edificios los unos junto a los otros, sino que lo hará la convivencia entre
quienes forman aquella comunidad y convivencia es mucho más que estar los unos
al lado de los otros.
La
convivencia la conseguimos cuando queremos caminar juntos, cuando llevamos a
compartir metas los unos con otros y somos capaces de aunar esfuerzos para
lograr nuestras metas, cuando somos capaces de trazarnos un camino y luchamos
por hacerlo siendo capaces de tendernos la mano los unos a los otros para que
nadie se quede en la cuneta, cuando buscamos el encuentro y la comunicación
siendo capaces incluso de perder tiempo para sentarnos juntos a la caída de la
tarde en las puertas de nuestras casas para compartir las incidencias del día
con los que son nuestros vecinos. Una tarea preciosa e ilusionante que sin
embargo muchas veces abandonamos y llega el caso de que vivimos puerta pegada a
la de los otros y ni su nombre conocemos y no digamos cuando creamos abismos en
las relaciones entre los unos y los otros.
Muchas cosas
tenemos que recuperar para ser ese pueblo que se siente unido y que camina
unido. Muchos tenemos que recuperar en nuestras comunidades que muchas veces
solo tienen el nombre del titular de la Parroquia que un día le pusieron.
Porque hablamos en el sentido humano de lo que son nuestros pueblos, pero
hablamos de la realidad de ese pueblo que llamamos el pueblo de Dios que son
nuestras comunidades cristianas, que es nuestra Iglesia.
Tenemos que
buscar ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa
iglesia que se siente como una familia porque en verdad nos sentimos hermanos,
esa Iglesia en que sepamos aceptarnos todos aun con los defectos y limitaciones
que tengamos, una Iglesia que se siente pecadora con los pecadores, pero que al
mismo tiempo se siente santa porque aspira a ese crecimiento espiritual que le
haga vivir en esa comunión de los hijos de Dios, esa Iglesia con unos pastores
que en verdad están al lado de su rebaño sintiendo como propias las necesidades
y preocupaciones, la limitaciones y los pecados de cada uno de sus miembros,
esa Iglesia que arropa a su pastor en sus luchas y dificultades, en sus
problemas o en sus momentos de debilidad siendo como aquella comunidad de
Jerusalén que oraba por Pedro mientras estaba en la cárcel.
‘Somos su
pueblo y ovejas de su rebaño’, que hoy repetimos con la liturgia. Que en verdad así
seamos y nos convirtamos en verdadero signo de algo nuevo ante el mundo que nos
rodea.
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