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domingo, 8 de mayo de 2022

Busquemos ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente familia y miembros de un mismo pueblo

 


Busquemos ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente familia y miembros de un mismo pueblo

Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30

En la vida que vivimos, más urbana, más alejada del entorno natural de nuestros campos y de los cultivos tradicionales y del estilo de ganadería de otros tiempos, las imágenes de un rebaño nos resultan extrañas, como restos de otras épocas y parece que ya nada pueden decirnos al hombre de hoy. Nos queda el remedio de los medios de comunicación, de la televisión y de documentales que algunas veces tratan de trasmitirnos hechos o costumbres de otras épocas para que podamos volver a contemplarlas. Nos quedan restos en los reclamos de los caminos de la trashumancia por los que eran llevados de un sitio para otros buscando mejores pastos para el ganado.

La imagen de un rebaño que es conducido de un lugar para otro puede llevarnos a una cierta confusión porque algunas veces pensamos en un camino irracional e instintivo el que realiza el ganado, pero los ganados escuchan una voz que les guía porque conocen al pastor que está a su cuidado, son conducidos no tan irracionalmente por unos perros pastores que incluso los protegen, lo que nos puede sin embargo manifestar una fuerza de unidad muy grande que pueda ser bien significativa y de gran enseñanza para nosotros.

Son las imágenes que se nos ofrecen en el evangelio y en toda la Palabra de Dios de este domingo que precisamente es llamado el domingo del Buen Pastor. Por eso la liturgia nos hará repetir como un eco que se nos mete en nuestras entrañas aquello de que ‘nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño’. Ovejas de su rebaño recordándonos las imágenes que se repiten en el evangelio y toda la Palabra proclamada pero que formamos un pueblo. Un rebaño que es pueblo nos viene a decir, un rebaño que mantiene una unidad pero un rebaño que se viene a constituir en comunidad, que es el pueblo de Dios que camina unido.

Ni el rebaño se constituye simplemente porque juntemos unas ovejas, ni el pueblo se hace simplemente porque vivamos en un mismo lugar. Es necesario algo más, las ovejas conocerán a su pastor y aunque estén con otras ovejas solamente seguirán el silbo y la voz del que es su pastor; el pueblo no es solo la formación de unos edificios los unos junto a los otros, sino que lo hará la convivencia entre quienes forman aquella comunidad y convivencia es mucho más que estar los unos al lado de los otros.

La convivencia la conseguimos cuando queremos caminar juntos, cuando llevamos a compartir metas los unos con otros y somos capaces de aunar esfuerzos para lograr nuestras metas, cuando somos capaces de trazarnos un camino y luchamos por hacerlo siendo capaces de tendernos la mano los unos a los otros para que nadie se quede en la cuneta, cuando buscamos el encuentro y la comunicación siendo capaces incluso de perder tiempo para sentarnos juntos a la caída de la tarde en las puertas de nuestras casas para compartir las incidencias del día con los que son nuestros vecinos. Una tarea preciosa e ilusionante que sin embargo muchas veces abandonamos y llega el caso de que vivimos puerta pegada a la de los otros y ni su nombre conocemos y no digamos cuando creamos abismos en las relaciones entre los unos y los otros.

Muchas cosas tenemos que recuperar para ser ese pueblo que se siente unido y que camina unido. Muchos tenemos que recuperar en nuestras comunidades que muchas veces solo tienen el nombre del titular de la Parroquia que un día le pusieron. Porque hablamos en el sentido humano de lo que son nuestros pueblos, pero hablamos de la realidad de ese pueblo que llamamos el pueblo de Dios que son nuestras comunidades cristianas, que es nuestra Iglesia.

Tenemos que buscar ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente como una familia porque en verdad nos sentimos hermanos, esa Iglesia en que sepamos aceptarnos todos aun con los defectos y limitaciones que tengamos, una Iglesia que se siente pecadora con los pecadores, pero que al mismo tiempo se siente santa porque aspira a ese crecimiento espiritual que le haga vivir en esa comunión de los hijos de Dios, esa Iglesia con unos pastores que en verdad están al lado de su rebaño sintiendo como propias las necesidades y preocupaciones, la limitaciones y los pecados de cada uno de sus miembros, esa Iglesia que arropa a su pastor en sus luchas y dificultades, en sus problemas o en sus momentos de debilidad siendo como aquella comunidad de Jerusalén que oraba por Pedro mientras estaba en la cárcel.

‘Somos su pueblo y ovejas de su rebaño’, que hoy repetimos con la liturgia. Que en verdad así seamos y nos convirtamos en verdadero signo de algo nuevo ante el mundo que nos rodea.

 

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