Intentemos caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchemos
su voz, construyamos nuestra vida desde los valores profundos que harán en
verdad grande a la persona
Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Sal 86;
Juan 10, 22-30
Mala cosa es
que vayamos por la vida con ideas preconcebidas sobre algo, con una imagen que
nos hayamos hecho de una persona, con prejuicios sobre cómo va a ser la manera
de actuar, por ejemplo, de una persona determinada. No vamos a ver sino lo que
llevamos en la cabeza, nada nuevo ni distinto vamos a aceptar, nadie nos va a
poder quitar la idea que llevamos dentro.
Cuántas veces
decimos eso no me va a gustar, y quizás nos vemos obligados por las
circunstancias a asistir aquello que decíamos que no nos iba a gustar y por muy
interesante que sea lo que allí se desarrolle o la mayor riqueza o belleza que
pueda tener, ya íbamos con la idea preconcebida de que no nos iba a gustar, y
no nos gustará, incluso lo pasaremos más por vernos obligados a asistir. Pasan así
tantas cosas en la vida, tan llenos andamos de prejuicios o de ideas
preconcebidas, marcados quizás por una ideología, o por los ‘influencers’ como
ahora se dice, que nos van marcando rutas para lo que aplaudamos o no.
Eso pasaba
con Jesús tal como nos lo cuenta el evangelio en diversos episodios. Era
galileo y de Galilea no podía salir ningún profeta y no podían aceptarlo; no se
mostraba amigo de los poderosos sino que a todos ponía en su sitio porque lo
que pedía era autenticidad y no era profeta de su agrado; se mezclaba con toda
clase de gentes, comía con publicanos y con pecadores, no podía ser un hombre
bueno; no era el Mesías guerrero que ellos se habían preconcebido, y no podían
aceptarlo porque el Mesianismo que Jesús presentaba iba por los corazones y por
la autenticidad de una vida; lo que hablaba ponía en solfa a los que se
consideraban dirigentes del pueblo y como iba en contra de sus posicionamientos
no lo podían aceptar. Eran muchos los prejuicios que pesaban en sus corazones.
¿Era Jesús un
revolucionario? En verdad quería que todo cambiara, que otras fueran las
actitudes, que de otra manera fuera la relacion con Dios, pero esas
revoluciones no las entendían. Tampoco los que se consideraban más
revolucionarios y en contra de los dirigentes actuales, aunque algunos se habían
hecho sus discípulos, no estaban por la labor de seguir con el estilo que Jesús
estaba planteando. Aquella buena nueva de Jesús de nueva vida y de salvación
donde no cabían los remiendos y los apaños, era algo que no les convencía. No
podían aceptar a Jesús.
Jesús no se
identifica con el líder político y militar que se oponga a la dominación
romana, sino que Jesús va más por la imagen del Mesías de la profecía davídica
encarnado en el pastor del profeta Ezequiel que ‘apacienta
a sus ovejas y las hace reposar, busca la oveja perdida, recoge a la
descarriada, venda a las heridas, fortalece a la enferma’. Es la imagen con la que
Jesús se nos presenta en el evangelio, no solo en las palabras que hoy le
escuchamos pronunciar, sino en lo que han sido sus actitudes y su manera de
actuar acercándose a los sencillos y a los pobres, acogiendo a los pecadores y
sanando a los enfermos como un signo y señal de lo que en verdad quiere
realizar en nuestros corazones.
El es el
Pastor y los que en verdad son sus ovejas le escuchan y le siguen y se
alimentan de sus pastos de vida eterna. El viene para ofrecernos vida, pero no
una vida cualquiera; no es una vida que nos produzca un bienestar pasajero como
tantos Mesías de hoy siguen ofreciéndonos cuando quieren hacernos soñar con un
paraíso en la tierra, esa llamada sociedad del bienestar. Son otros los caminos
de vida que Jesús nos ofrece y que no son perecederos, porque El nos ofrece
vida eterna.
No
significa que no quiera Jesús que vivamos mejor y más felices en esta tierra que
nos toca pisar, porque si en verdad aceptáramos esos nuevos valores que se nos
ofrecen desde el evangelio, otra sería nuestra vida y caminaríamos por caminos
de verdadera justicia y alcanzaríamos la paz que nadie jamás nos podría quitar.
Pero ya sabemos cómo andamos por este mundo, se nos ofrecen muchas cosas, pero
la maldad sigue perdurando en el corazón, pensamos que todo hemos de
construirlo sobre bases materiales y un día se nos derrumban esos pilares que creíamos
tan fuertes, y así nunca podremos alcanzar esos caminos de vida nueva. No nos
dejemos envolver por ese materialismo de la vida. Démosle mayor profundidad a
cuanto hacemos. Pongamos siguientes de verdadera espiritualidad.
Intentemos
caminar los caminos de Jesús, escuchemos su voz, sigamos sus pasos,
alimentémonos de esa vida nueva que nos ofrece, construyamos nuestra vida desde
esos valores profundos que harán en verdad grande a la persona, y no olvidemos
nunca la trascendencia de vida eterna que tenemos que darle a cuanto hacemos.
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