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miércoles, 19 de agosto de 2009

Palabra viva que es alimento, medicina y fuego en nuestro corazón

Jue. 9, 6-15
Sal.20
Mt. 20, 1-16


‘La palabra de Dios es viva y eficaz, sondea la mente y el corazón’.
Así nos invitaba a reflexionar la antífona del aleluya para disponer nuestro corazón a la escucha de la Palabra de Dios.
Es una Palabra vida, llena de vida, que nos da vida. Así tendríamos que acogerla en nuestro corazón. Cuando la escuchamos en la celebración así hemos de acogerla; no es simplemente un rito que realizamos, y ahora toca hacer una lectura y después pasamos página y vamos a otro momento de nuestro rito. Sería muy pobre esa actitud. No podemos olvidar nunca que es el Señor el que nos habla y así hemos de prestarle atención.
Como alimento que nos fortalece y nos da vida; como luz que penetra en lo más hondo de nosotros mismos para señalarnos caminos; como ungüento y medicina que nos cura, que nos sana de nuestras heridas, de tantas heridas como tenemos en nuestro corazón por los sufrimientos, por el daño que nos hayan hecho o nosotros hayamos hecho a los demás; pero también como fuego purificador, que nos ayuda a limpiarnos de tanta suciedad de pecado como vamos llenando nuestra vida. Qué importante que seamos tiene labrada y abonada para acoger esa semilla en nosotros y siempre dé fruto.
Es así como acogemos la palabra que hoy se nos ha proclamado sobre todo en la parábola del Evangelio. Una parábola que habremos meditado muchas veces, donde los viñadores son llamados a distintas horas del día a trabajar en la viña. En distintas horas, en distintos momentos de nuestra vida el Señor llega a nosotros y nos llama.
‘Vete a trabajar a mi viña’, nos ha dicho el Señor en algún momento de la vida. Quizá desde primeras horas de nuestra vida hayamos vivido nuestra fe; fue la educación que recibimos de nuestros padres y tantas otras influencias recibidas de la comunidad cristiana que nos han ayudado a vivir nuestra fe.
Pero quizá hayamos vivido con menos intensidad esa vida cristiana y en algún momento en nuestra juventud o ya en la edad adulto hayamos recibido esa visita del Señor que nos ha llamado y comenzamos entonces a vivir con más fuerza nuestra fe y nuestro compromiso cristiano.
‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, les dice los que encuentra a la caída de la tarde’. Quizá ya en el atardecer de la vida, porque vivimos muy al margen de la iglesia, de la fe, de nuestro ser cristiano, es cuando hemos recibido una llamada, o este mismo comentario que estás leyendo pueda ser también para ti una llamada. Lo importante es responder y querer ir a participar en la vida de la viña del Señor, del pueblo de Dios.
A unos y otros el Señor va llamando e invitando a participar de su vida. A unos y otros aunque haya sido en distintos momentos el Señor sigue ofreciéndonos el denario de su gracia, de la fe, de la vida divina que quiere regalarnos. El refrán castellano dice que nunca es tarde si la dicha es buena, nunca es tarde para escuchar esa llamada del Señor y darle nuestra respuesta. En todo momento podemos vivir esa gracia del Señor o trabajar en su vida en tatas cosas que podemos hacer. No digamos, yo a estas horas de mi vida, ¿qué es lo que puedo hacer? Podemos hacer, podemos vivir, podemos amar, podemos ayudar, podemos poner esperanza, podemos tantas cosas…
Es la Palabra que nos ilumina y que nos alimenta. Pero decíamos también que la Palabra podía ser fuego purificador de nuestra vida. Por eso hemos de estar atentos para no caer en las redes negativas de la envidia, del orgullo, de los resentimientos y desconfianzas, de las que nos habla hoy al final de la parábola. ‘¿Es que tú vas a tener envidia por yo soy bueno?’ Se nos pueden meter esas actitudes negativas en nuestro corazón. Hemos de estar vigilantes.
Vayamos a trabajar a la viña del Señor, con sencillez, con humildad, con generosidad y disponibilidad, con fe y esperanza. Tenemos garantizado el denario de la vida de la gracia con que el Señor va a enriquecer nuestra vida para siempre.

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