Seamos
capaces como María de llevar a Dios en nuestra vida para que vibren los
corazones de los que están a nuestro lado porque sientan la presencia de Dios
como el niño Juan
Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32;
Lucas 1, 39-45
Con los medios de los que hoy
disponemos es mucho más fácil y fluida la comunicación de cualquier noticia que
queramos transmitir; recuerdo aquellos tiempos, en que hasta el teléfono no era
fácil tenerlo en todas partes y eran además de dificultosas también muy
costosas las llamadas y la comunicación habitualmente era por carta. Vivó con
familiares emigrantes en América y cuando llegaba una carta era un
acontecimiento y después de leerla en la casa y con la familia se llamaba o se
salía a las casas de los vecinos para comunicar la alegría de haber recibido
noticias de los que estaban lejos; era una alegría y un regocijo para todos.
¿No es eso lo que hoy estamos
contemplando en el evangelio? María corre presurosa a las montañas de Judá
porque tiene algo que compartir con Isabel. Sí, ¿por qué no verlo así? A aquel
humilde hogar de Nazaret han llegado grandes noticias. María recibió la visita
del ángel de Dios que le anunciaba cómo Dios quería contar con ella y en
consecuencia su futura maternidad, pero en medio, podíamos decirlo así, se han
colado otras noticias, su prima Isabel, allá en las montañas de Judea va a ser
madre también y ya está de seis meses de embarazo. Algo que María no podrá
guardarse para sí, y presurosa se pone en camino. Será la profunda comunicación
entre aquellas dos futuras madres, cada una en sus circunstancias, y donde se
palpaba la obra de Dios, sino que está también la disponibilidad de la joven
María para servir y para ayudar a su anciana prima en aquellos momentos que se
avecinan. Un episodio muy humano pero que al mismo tiempo nos manifiesta la
grandeza de aquellos corazones.
Es el diálogo entusiasta y lleno de
alegría que se entablará entre aquellas dos mujeres en su encuentro que podríamos
decir que mutuamente se comunican sus noticias. Es el runrunear de Dios en
medio de aquel episodio que hará que se desborden los cánticos de alabanzas y
se derrame hasta derrocharse la gracia de Dios en aquellos lugares. El niño
saltará de alegría en el seno de su madre como la misma Isabel manifiesta
al escuchar las palabras de María; pero es la presencia del Hijo de Dios en el
seno de María que va derramando sus gracias y en este hecho se quiere expresar
la santificación de aquel niño que va a nacer y que viene como Precursor de
quien está ya en el seno de María. Pero nos hablaré también de cómo el Espíritu
Santo inunda el corazón de aquellas mujeres de manera que Isabel llegará a
reconocer la grandeza de quien viene desde la lejana Galilea a visitarla,
porque es la madre de su Señor.
‘¿Quien soy yo, reconocerá humilde,
para que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ Y todo será entonces cantar la gloria del Señor,
todo serán felicitaciones para María – ¿no dirá más tarde que todas las
generaciones la felicitarán? – porque ha creído y la Palabra del Señor se
cumplirá. Es la antesala de la salvación, es el anuncio de la llegada del
Emmanuel.
Y esto lo estamos contemplando en este
marco del Adviento y en las casi vísperas del nacimiento del Señor. ¿Nos estará
invitando la palabra del Señor a que también nosotros nos pongamos presurosos
en camino porque hay noticias que tenemos que comunicar? Decimos que nuestro mundo de hoy en cierto
modo se ha hecho sordo para recibir la verdadera noticia de la Navidad -
¡cuántas noticias se han creado en torno a este hecho y a este misterio bien
lejanas de la auténtica realidad de la navidad que nos ensordece para su
verdadero sentido! – pero ¿no será que los cristianos no hemos sabido llevar la
autentica noticia de la navidad al mundo que nos rodea?
He mirado con un poco de atención la televisión
estos días para ver lo que nos decía de la navidad. ¿Cuál es el anuncio que nos
hace? Unos regalos – cuántas cosas nos ofrece la publicidad estos días que
terminan en puro consumismo -, una lotería de la suerte – que nos hace soñar en
la posibilidad de ya no tener que trabajar más -, unas comidas de amigos o de
familiares - hechas simplemente muchas veces desde un compromiso social porque así
se impone en estos días -, unos encuentros momentáneos y fugaces - que tendrán
su continuación en distanciamiento continuado a través de todo el año -, unos
determinados dulces o muy sabrosas bebidas – que al final seguirán manteniendo
el amargor en los corazones -… tantas cosas que nos dicen que es la navidad,
pero no terminamos de ver a quien tendría que ser el centro y la motivación de
la verdadera alegría de la navidad.
¿Seremos capaces, como María, de llevar
a Dios en nuestros corazones y en nuestra vida para que vibren de verdad los
corazones de los que están a nuestro lado porque sienten la presencia de Dios
entre ellos, como sucedió aquel día en las montañas de Judo? ¿No tendremos que
dejar que nos inunde el Espíritu del Señor para llevar ese servicio del anuncio
del Evangelio a nuestro mundo de hoy?
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