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martes, 4 de septiembre de 2012

Ungido del Espíritu para anunciar a los cautivos la libertad libera al hombre del espíritu inmundo

Ungido del Espíritu para anunciar a los cautivos la libertad libera al hombre del espíritu inmundo

1Cor. 2, 10-16; Sal. 144; Lc. 4, 31-37

‘Noticias de Jesús iban llegando a todos los lugares de la comarca’. Así concluye el texto del evangelio que nos ofrece hoy la liturgia. Ungido por el Espíritu había sido enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres, escuchábamos ayer en el texto de Isaías que Jesús proclamaba en la Sinagoga de Nazaret. Hoy, como continuación de aquel momento, le vemos en Cafarnaún enseñando en la sinagoga, pero realizando también los signos de salvación que estaban anunciados. Enseña en la sinagoga, pero su noticia, su Buena Noticia, llega a todas partes. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi, porque El me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres…’ escuchábamos ayer como un programa.

Pero allá, en aquella profecía de Isaías se nos habla también de las señales con que se va a manifestar que llega la salvación, el año de gracia del Señor. Había sido enviado ‘para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista… para dar libertad a los oprimidos’. El mal ha de ser vencido y quiere arrancarnos de las garras de la esclavitud del mal. ‘Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo…’ y Jesús lo liberará de él. Es la señal de la liberación que Jesús quiere realizar en nuestra vida. Es su salvación en que nos libera del mal y del pecado. Es el año de gracia del Señor.

En Nazaret las gentes no habían entendido las palabras de Jesús que proclamaba que todo eso se estaba realizando, cumpliendo. Por eso rechazaron a Jesús a pesar de la admiración y orgullo que en principio habían sentido por El. No habían creído y hasta trataron de despeñarlo por un barranco. Ahora en Cafarnaún la gente se alegra. Estaban asombrados de cuanto sucedía. Jesús con autoridad había expulsado al demonio de aquel hombre. Y una señal de que lo estaban aceptando es que esa buena noticia se va a propagar por toda la comarca, todos van a conocer lo que Jesús está realizando.

Los espíritus inmundos aunque se resisten a la acción de Jesús al final quedarán vencidos y derrotados. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios’. Terminan reconociendo a Jesús. Con la presencia de Jesús el mal está siendo derrotado. Los demonios reconocen que con Jesús tienen asegura su derrota.

Es el mal del que Jesús quiere liberarnos a nosotros. Nos esclavizamos con el pecado, pero Jesús viene a traernos la libertad. Aunque algunas veces no lo queramos reconocer el pecado es la peor esclavitud. Así nos confunde el maligno. Con el perdón que Jesús nos ofrece la victoria está asegurada. Tenemos que reconocer también nosotros esa acción de Dios. Con Jesús tenemos la certeza de que podemos vencer la tentación y al maligno. Pero tenemos que estar unidos a Jesús.

En ocasiones nos parece que nos sentimos tan débiles que nos parece que no podemos superar la tentación. Pero, ¿no será porque de alguna manera nosotros hemos abandonado a Jesús? Queremos actuar por nuestra cuenta y con nuestras fuerzas, pero es con Jesús con quien tenemos que contar, quien nos va a dar la victoria sobre el mal y el pecado. Esas señales de victoria se pueden seguir dando en nosotros, se siguen realizando en nosotros con la gracia del Señor. Confiemos en Jesús, pongamos toda nuestra confianza en El. Jesús nos trae la gracia y el perdón.

Que ese momento en el que al comenzar nuestra celebración nos reconocemos pecadores para invocar la misericordia del Señor lo hagamos siempre con todo sentido y profundidad. No puede ser un momento ritual vacío y realizado simplemente porque siempre tenemos que comenzar así nuestra celebración. Sintamos en verdad la esclavitud del pecado y la tentación que pesa sobre nosotros y reconozcamos lo grande que es la misericordia del Señor. Y como decimos de ese momento del principio de la Eucaristía de la misma manera esos otros momentos en que a través de la celebración una y otra vez pedimos al Señor que tenga piedad de nosotros. Es invocar al Señor para que venga con su gracia a nuestra vida.

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