Estaban a la expectativa… y ¿nosotros?
1Cor. 2, 1-5; Sal. 118; Lc. 4, 16-30
Estaban a la expectativa. ‘Jesús fue a Nazaret donde se había criado y entró en la sinagoga el sábado como era su costumbre’. Había hecho la lectura, del profeta Isaías. ‘Toda la sinagoga tenía fijos los ojos en El’ esperando su respuesta. Era de los suyos. Era el hijo del carpintero.
Sus palabras iniciales fueron breves. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Quizá no era necesario más. El profeta anunciaba los tiempos mesiánicos que allí se estaban cumpliendo. ‘El Espíritu del Señor se posó sobre mí, porque me ha ungido…’ Allí estaba el que estaba lleno del Espíritu de Dios, porque era el Hijo de Dios. Como el Bautista diría ‘yo vi bajar sobre El el Espíritu en forma de paloma’. Daba testimonio. Y allí estaba Jesús para hacer el anuncio de la Buena Noticia para los pobres, para los faltos de libertad, para los esclavizados por el mal. Su presencia era luz. Los ojos ciegos se iban a abrir, porque ‘el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, una luz les brilló’. Se proclamaba ‘el Año de Gracia del Señor’.
Pero las gentes de Nazaret seguían a la expectativa. Como nos sucede tantas veces cuando escuchamos el anuncio y proclamación de la Palabra escuchamos solo algunas cosas, y las gentes de Nazaret habían escuchado más lo de que a los ciegos se les abrían los ojos; pensaban más en el milagro, en los milagros de los que se podían beneficiar. Ya habían oído decir que Jesús hacía milagros en Cafarnaún, los enfermos eran curados, los paralíticos recobraban el movimiento de sus miembros, los leprosos quedaban limpios… y allí en su pueblo ellos querían ver realizar esos milagros. Que para eso Jesús era de Nazaret. Pero parecía que Jesús no estaba por esa labor.
‘Me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo’. Era una forma de decirles que en realidad le estaban pidiendo que hiciera allí los milagros que sabían que hacía en Cafarnaún. Pero les recuerda lo sucedido en tiempo de Elías y Eliseo; cómo Elías fue enviado a atender a una viuda que no era judía sino fenicia, y Eliseo curó de la lepra a Naamán el sirio, habiendo como había necesitados y leprosos en Israel. Pero los caminos del Señor son distintos a cómo nosotros queremos trazarlos.
Al final los que estaban a la expectativa por todo lo que podían recibir de Jesús lo que quisieron fue despeñarlo por un barranco. La Palabra que Jesús les estaba anunciando no era una palabra para halagar oídos, ni para contentar sus aspiraciones nacionalistas. De lo que Jesús venía a liberarnos era algo mucho más hondo que aquello que ellos estaban pensando. El año de gracia proclamado por el Señor significaba cómo la salvación llegaba a sus vidas, pero había que comenzar por creer en Jesús y en su Palabra. Y eso les costaba más.
Como nos cuesta aceptarla tantas veces cuando la Palabra del Señor penetra como espada de doble filo en nuestro corazón, como decía el profeta, para que veamos la realidad de nuestra vida que hemos de transformar, la conversión auténtica que hemos de realizar en nuestro corazón. Muchas veces Estamos también a la expectativa como las gentes de Nazaret pero esperando palabras que nos entretengan o halaguen nuestros oídos, o más bien nuestro ego. Y cuando la palabra penetra así fuerte en nuestro corazón no nos gusta, o nos escudamos en que siempre es el mismo rollo, que es una forma de cerrar los oídos para no escuchar.
Abramos con sinceridad nuestro corazón al Señor y recibamos esa Palabra que nos salva, como nos decía ayer Santiago. No nos limitemos a escucharla, sino plantémosla de verdad en nuestro corazón, aunque ese plantar esa semilla de la Palabra de Dios se costoso y en ocasiones doloroso. Cuando el agricultor va a sembrar la semilla en la tierra, esa tierra tiene que ser arada, cultivada lo que no es cosa fácil, para que podamos enterrar esa semilla y para que luego el agua y los abonos la empapen debidamente para que pueda germinar esa semilla. Es lo que nosotros tenemos que dejarnos hacer en el corazón.
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