Llenos
de Dios tenemos que ir al encuentro de los que nos rodean con paz, sin tensión
ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor
1Corintios 6, 1-11; Sal 149; Lucas 6, 12-19
En tres
momentos podemos fijarnos en el texto del evangelio que hoy se nos propone, que
de alguna manera nos están marcando nuestro camino y, que hemos de reconocer,
no siempre tenemos en cuenta en nuestra tarea como cristianos.
Muchas veces
nos encontramos con gente que quiere vivir con responsabilidad su tarea y
quieren ser cumplidores hasta el final en aquello que se proponen, pero al
mismo tiempo observamos, nos lo dicen ellos en ocasiones, que se sienten tensos
y esa tensión les hace vivir como agobiados y se encuentran que muchas veces,
al menos a ellos les parece, no rinden todo cuanto quisieran; se sienten
cansados y agotados, porque muchos, es cierto, es el trabajo, pero muchas veces
es consecuencia de esa tensión en la que viven. Nos damos cuenta, y a ellos a
veces les cuesta entenderlo, que necesitan una parada en ese ritmo trepidante
en que viven, necesitan un descanso que es algo más que detener los trabajos,
porque necesitan quizás encontrarse consigo mismo, para poner no solo orden en
la tarea que realizan sino una serenidad interior que es donde van a encontrar
esa fuerza que necesitan.
Cuando
tenemos una cierta sensibilidad y una inquietud en el corazón a veces nos
sentimos como agobiados ante la tarea que hemos de realizar; grande es el campo
que se abre ante nosotros, inmensa la tarea, vemos necesidades y problemas, o
vemos a la gente desorientada y quisiéramos tener una palabra de orientación y
de animo, una palabra que ilumine. Pero a veces nos sentimos sin fuerzas, somos
nosotros mismos los que nos encontramos desorientados también sin saber qué
camino tomar, qué cosa es la más urgente que tenemos que realizar.
Como decíamos,
estos tres momentos que contemplamos hoy en el evangelio quieren ser para
nosotros una pauta. Hagamos como Jesús. En ocasiones vemos también que se ve
desbordado, la gente se agolpa a su puerta, le sigue por todos los caminos, y
hasta en los lugares más insospechados se va a encontrar multitudes que vienen
a su encuentro. Ya en otro momento del evangelio, cuando nos dice el
evangelista que no tenían tiempo ni para comer, Jesús se llevó al grupo de los discípulos
más cercanos a un lugar apartado para descansar.
Hoy lo
contemplamos en el mismo actuar de Jesús. Se fue a solas al monte y pasó la
noche en oración. ‘Jesús salió al
monte a orar y pasó la noche orando a Dios’. Recordamos también cuando en Cafarnaún se
agolpaban a la puerta de la casa de Simón Pedro, Jesús de madrugada se fue a un
lugar solitario para orar antes de emprender el camino por las diferentes
aldeas y pueblos de Galilea haciendo el anuncio del Reino de Dios. Detenernos
para encontrarnos con nosotros mismos, detenernos para dejarnos encontrar por
Dios. Un primer paso que necesitamos.
Pero Jesús no
quiere realizar su tarea y su misión solo, quiere contar con aquellos que le
siguen. Por eso a la mañana siguiente fue llamando de uno en uno a aquellos
doce a los que va a constituir apóstoles, porque a ellos les va a confiar una misión.
Y el evangelista nos detalla los nombres de los doce elegidos. Ni mejores ni
peores que el resto de la multitud que le sigue, algunos han ido expresando ya
su disponibilidad para seguirle cuando dejaron sus barcas, cuando dejaron sus
negocios, cuando dejaron sus casas por seguir y estar con Jesús. Es el segundo
momento que contemplamos.
Unos hombres
llenos también de debilidades, de ambiciones y sueños, de tropiezos y caídas en
su vida, de abandonos, alguno incluso llegará a traicionarle, pero con ellos
quiere contar Jesús. Jesús así quiere contar con nosotros, tal como somos, con
nuestra vida también de pecadores, pero que queremos poner mucho amor en
nuestro corazón, aunque fácilmente nos aparezca nuestra debilidad. Quiere
contar con nosotros ¿así sabremos nosotros contar con los demás?
Y a
continuación nos dice el evangelista que bajaron al llano, allí donde estaba la
vida de cada día, allí donde estaban aquellos hombres y mujeres que buscaban a
Jesús y que estaban con sus problemas, con sus necesidades, con sus
enfermedades, con su hambre no solo de
pan sino también de esperanza y de vida. ‘Un grupo grande de discípulos y
una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la
costa de Tiro y de Sidón…’ Y nos continúa diciendo el evangelista, ‘venían
a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus
inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de
él una fuerza que los curaba a todos’.
Es el tercer momento, importante para
nuestra vida, el encuentro con los demás, el encuentro con el sufrimiento, el
encuentro con aquellos que nos están tendiendo las manos esperando de nosotros
esa palabra de vida y de esperanza, ese gesto que les haga sentir cercano a
Dios, ese momento en que se sientan tocados por la gracia de Dios. Cuántas
oportunidades tenemos de ser signos del amor y de la misericordia de Dios con
nuestra escucha, con nuestra cercanía, con nuestros gestos pequeños y humildes
pero que pueden ser para ellos signos del amor de Dios.
Para que lleguemos a este momento y
sepamos dar respuesta hemos de pasar por los otros dos momentos, donde nosotros
nos llenemos de Dios y nos sintamos llamados; así podremos ir con paz, sin tensión
ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor.
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