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martes, 6 de septiembre de 2022

Llenos de Dios tenemos que ir al encuentro de los que nos rodean con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor

 


Llenos de Dios tenemos que ir al encuentro de los que nos rodean con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor

1Corintios 6, 1-11; Sal 149; Lucas 6, 12-19

En tres momentos podemos fijarnos en el texto del evangelio que hoy se nos propone, que de alguna manera nos están marcando nuestro camino y, que hemos de reconocer, no siempre tenemos en cuenta en nuestra tarea como cristianos.

Muchas veces nos encontramos con gente que quiere vivir con responsabilidad su tarea y quieren ser cumplidores hasta el final en aquello que se proponen, pero al mismo tiempo observamos, nos lo dicen ellos en ocasiones, que se sienten tensos y esa tensión les hace vivir como agobiados y se encuentran que muchas veces, al menos a ellos les parece, no rinden todo cuanto quisieran; se sienten cansados y agotados, porque muchos, es cierto, es el trabajo, pero muchas veces es consecuencia de esa tensión en la que viven. Nos damos cuenta, y a ellos a veces les cuesta entenderlo, que necesitan una parada en ese ritmo trepidante en que viven, necesitan un descanso que es algo más que detener los trabajos, porque necesitan quizás encontrarse consigo mismo, para poner no solo orden en la tarea que realizan sino una serenidad interior que es donde van a encontrar esa fuerza que necesitan.

Cuando tenemos una cierta sensibilidad y una inquietud en el corazón a veces nos sentimos como agobiados ante la tarea que hemos de realizar; grande es el campo que se abre ante nosotros, inmensa la tarea, vemos necesidades y problemas, o vemos a la gente desorientada y quisiéramos tener una palabra de orientación y de animo, una palabra que ilumine. Pero a veces nos sentimos sin fuerzas, somos nosotros mismos los que nos encontramos desorientados también sin saber qué camino tomar, qué cosa es la más urgente que tenemos que realizar.

Como decíamos, estos tres momentos que contemplamos hoy en el evangelio quieren ser para nosotros una pauta. Hagamos como Jesús. En ocasiones vemos también que se ve desbordado, la gente se agolpa a su puerta, le sigue por todos los caminos, y hasta en los lugares más insospechados se va a encontrar multitudes que vienen a su encuentro. Ya en otro momento del evangelio, cuando nos dice el evangelista que no tenían tiempo ni para comer, Jesús se llevó al grupo de los discípulos más cercanos a un lugar apartado para descansar.

Hoy lo contemplamos en el mismo actuar de Jesús. Se fue a solas al monte y pasó la noche en oración. ‘Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios’. Recordamos también cuando en Cafarnaún se agolpaban a la puerta de la casa de Simón Pedro, Jesús de madrugada se fue a un lugar solitario para orar antes de emprender el camino por las diferentes aldeas y pueblos de Galilea haciendo el anuncio del Reino de Dios. Detenernos para encontrarnos con nosotros mismos, detenernos para dejarnos encontrar por Dios. Un primer paso que necesitamos.

Pero Jesús no quiere realizar su tarea y su misión solo, quiere contar con aquellos que le siguen. Por eso a la mañana siguiente fue llamando de uno en uno a aquellos doce a los que va a constituir apóstoles, porque a ellos les va a confiar una misión. Y el evangelista nos detalla los nombres de los doce elegidos. Ni mejores ni peores que el resto de la multitud que le sigue, algunos han ido expresando ya su disponibilidad para seguirle cuando dejaron sus barcas, cuando dejaron sus negocios, cuando dejaron sus casas por seguir y estar con Jesús. Es el segundo momento que contemplamos.

Unos hombres llenos también de debilidades, de ambiciones y sueños, de tropiezos y caídas en su vida, de abandonos, alguno incluso llegará a traicionarle, pero con ellos quiere contar Jesús. Jesús así quiere contar con nosotros, tal como somos, con nuestra vida también de pecadores, pero que queremos poner mucho amor en nuestro corazón, aunque fácilmente nos aparezca nuestra debilidad. Quiere contar con nosotros ¿así sabremos nosotros contar con los demás?

Y a continuación nos dice el evangelista que bajaron al llano, allí donde estaba la vida de cada día, allí donde estaban aquellos hombres y mujeres que buscaban a Jesús y que estaban con sus problemas, con sus necesidades, con sus enfermedades, con su hambre no solo de pan sino también de esperanza y de vida. ‘Un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón…’ Y nos continúa diciendo el evangelista, ‘venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos’.

Es el tercer momento, importante para nuestra vida, el encuentro con los demás, el encuentro con el sufrimiento, el encuentro con aquellos que nos están tendiendo las manos esperando de nosotros esa palabra de vida y de esperanza, ese gesto que les haga sentir cercano a Dios, ese momento en que se sientan tocados por la gracia de Dios. Cuántas oportunidades tenemos de ser signos del amor y de la misericordia de Dios con nuestra escucha, con nuestra cercanía, con nuestros gestos pequeños y humildes pero que pueden ser para ellos signos del amor de Dios.

Para que lleguemos a este momento y sepamos dar respuesta hemos de pasar por los otros dos momentos, donde nosotros nos llenemos de Dios y nos sintamos llamados; así podremos ir con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor.

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