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jueves, 8 de septiembre de 2022

Hoy nos toca regalar a María en su cumpleaños, acogerla en nuestro corazón y regalarle la flor de nuestra disponibilidad para que se plante siempre en nosotros la Palabra de Dios

 



Hoy nos toca regalar a María en su cumpleaños, acogerla en nuestro corazón y regalarle la flor de nuestra disponibilidad para que se plante siempre en nosotros la Palabra de Dios

 Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1, 18-23

Podíamos decir que es de hijo bien nacido el celebrar el cumpleaños de la madre. Lo llevamos en la sangre. Lo vemos en cualquier casa y más hoy que somos tan dados a celebraciones y fiestas. Por muy humilde que se sea y escasos sean los recursos siempre hay para una flor, para un detalle que los hijos ofrecen con amor a su madre; cuando nos falta, y a todos nos llegan esos momentos, vienen los recuerdos, las añoranzas, los sentimientos porque quizá no siempre la festejamos como se merecía, nunca supimos corresponder al amor de una madre.

Hoy es el día de nuestra madre, la que nos regaló Jesús en la cruz, la que era la madre de Dios pero Jesús quiso que también fuera nuestra madre. ‘Ahí tienes a tu madre’, le decía Jesús a Juan desde la cruz en la hora suprema de la muerte; fue algo hermoso que nos dejó como herencia, el regalo de una madre. Hoy 8 de septiembre celebramos la natividad de la Virgen María.

En la devoción popular muchos con los nombres diversos con que la llamamos y festejamos en este día según sean los pueblos y lugares. Recordando brevemente en el entorno más cercano a donde vivo, la llamamos la Virgen de la Luz o la Virgen de los Remedios como advocaciones muy comunes en muchos de nuestros pueblos, pero la llamamos también Nuestra Señor del Socorro que es como una réplica de la Virgen de Candelaria pues se celebra en aquellos lugares donde fue encontrada su imagen o la Virgen del Pino como la celebran en una de nuestras islas o también Virgen de la Natividad recordando su nacimiento.

El evangelio nada nos dice del nacimiento de María, pues todo girará siempre en torno a Jesús; pero los evangelios apócrifos nos hablarán del lugar del nacimiento de María en las cercanías del templo de Jerusalén donde hoy se levanta una basílica en su honor. Lo que sí podemos considerar como algo muy especial su nacimiento, pues recordamos que hace nueve meses celebramos su Inmaculada Concepción para contemplar cómo ella, en virtud de los merecimientos de Cristo Jesús, ya que iba a ser su madre, fue preservada de todo pecado, siempre inmaculada desde el primer instante de su concepción y posterior nacimiento.

Si la Escritura pone en labios de Jesús, en su entrada en el mundo, aquellas palabras proféticamente señaladas en la oración de los salmos ‘aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, ¿qué podríamos decir de ese nacimiento de María que un día llegaría a proclamar que era la esclava del Señor y que se cumpliera en ella según su palabra?

Podríamos atrevernos a decir que así se sentía ella desde que tuvo conocimiento de sí misma, para buscar siempre y en todo lo que era la voluntad del Señor para su vida. De ahí la disponibilidad y la generosidad de su corazón, disponible para la voluntad de Dios, disponible siempre para el servicio a los demás. Podríamos decir que fue como el lema de su vida, en todo siempre y por encima de todo la voluntad de Dios, que se realizara en ella lo que era la Palabra de Dios.

Cuando hacemos un regalo a alguien a quien queremos y más cuando queremos hacer un regalo a la madre, buscaremos lo que más le agrade, lo que más le haga feliz. Hoy nos toca regalar a María, cuando tantos regalos de ella hemos recibido en forma de gracia a lo largo de nuestra vida. José le hizo el regalo de su confianza para aceptar lo que en ella venía de Dios y la acogió en su casa. Juan la recibió en la cruz como madre y la acogió en su casa. Nosotros que la tenemos como madre también queremos acogerla en la casa de nuestra vida pero además queremos ofrecerle una flor.

La flor que le ofrezcamos hoy a María sea el de nuestra disponibilidad para que también nosotros se realice siempre lo que es la voluntad de Dios. Como lo hizo ella. Ya ella también nos enseñó a hacerlo, aunque como sucede siempre tantas veces hemos olvidado. A nosotros nos decía, como a aquellos sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’. Hoy le decimos a María que así queremos hacer siempre lo que nos dice el Señor, así queremos nosotros también plantar en nuestro corazón la Palabra de Dios. No dejemos marchitar esa flor.

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