Quitemos
los filtros de malicia y desconfianza de nuestra mirada para descubrir y
valorar siempre todo lo bueno que encontramos en los demás
1Corintios 5, 1-8; Sal 5; Lucas 6, 6-11
En la vida
siempre hay quien lleva filtros en los ojos. Como esos que siempre llevan
entintados los cristales de sus gafas; entonces todo lo que miran es con el
color del cristal a través del cual están mirando. Lo pueden ver todo turbio o
lo pueden ver con negruras, depende de la suciedad a través de la cual miran o
de la oscuridad que llevan en la vida.
Cuando nos
entra desconfianza en el corazón hacia alguien siempre veremos de manera turbia
todo lo que haga esa persona; diremos que esa persona obra por mala intención
sin darnos cuenta que quienes llevamos la mala intención en el corazón somos
nosotros con nuestra desconfianza, o con nuestra malicia. Personas que siempre
están al acecho, están detrás de las mirillas de sus ventanas observando,
interpretando, juzgando… condenando, porque las cosas no son como a ellos les
gustaría, porque con nuestra malicia interpretamos lo que hacen poniendo
malicia o doble intención.
Nacen las
criticas sin razón y siempre destructivas. Aparecen las discriminaciones y los
rechazos. No somos capaces de ver lo bueno porque siempre tendremos ‘un pero’
que poner. Está detrás nuestra autosuficiencia y el desprecio. Son nuestras
miradas puritanas pero que encierran una falsedad en nuestro corazón. Nos
volveremos destructivos porque siempre queremos echar abajo lo que los otros
realicen y a la menor oportunidad trataremos de rehacer a nuestra manera lo que
los otros hayan realizado. No se soporta lo bueno que puedan hacer los demás
sobre todo si consideramos que no son de los nuestros.
Lo estamos
viendo en el día a día de nuestra sociedad; somos tan partidistas que solo lo
que hagan los nuestros será bueno; en nosotros no veremos nunca ningún defecto,
ningún error, trataremos de ocultar los fallos que puedan tener los que son de
nuestro bando, intentaremos salpicar de maldad todo lo que hacen los demás. No
somos capaces de caminar en nuestra sociedad aunando esfuerzos; no queremos
escuchar lo que nos puedan ofrecer los demás, aunque luego cuando ya no nos
quede más remedios intentaremos hacerlo como si fueran ideas nuestras cuando
antes siempre estábamos en contra. Problemas del día a día de nuestra vida
social donde tampoco sabemos perder y reconocer el éxito que puedan lograr los
demás.
¿Cuándo
aprenderemos a buscar lo bueno y lo mejor entre todos en un armonioso diálogo?
¿Cuándo dejaremos a un lado esa acritud que tan fácilmente aparece en los diálogos
o discusiones que podamos mantener para ofrecer cada cual las mejores ideas
para el bien de todos? Lo malo es que estas actitudes de nuestros dirigentes
van contagiando a todos, y las nuevas generaciones serán igualmente
partidistas, poco dialogantes y violentas. Nos quejamos de esa violencia que
cada vez más agravada en multitud de actos públicos, pero ¿a quien están
imitando? ¿Qué se ve en los que se llaman dirigentes de nuestra sociedad?
Son aspectos
humanos que tenemos que saber mejorar, son actitudes nuevas que tenemos que
saber poner en juego en nuestra sociedad quienes nos decimos seguidores de
Jesús. El padeció también esas violencias y rechazos. Hoy hemos escuchado en el
evangelio que en la sinagoga aquel sábado estaban al acecho de lo que pudiera
hacer Jesús. Y el que pasó haciendo el bien no podía dejar que un ser humano
siguiera sufriendo simplemente por la intransigencia de algunos.
Había allí un
hombre con una mano paralizada, pero no querían permitir que Jesús lo curara,
estaban al acecho; ya estaban apareciendo las desconfianzas contra Jesús y todo
lo que hacia Jesús tenía que pasar por el filtro de aquellos ojos llenos de
desconfianza y de maldad.
Y Jesús nos
dice que siempre tenemos que hacer el bien, que no podemos permitir el
sufrimiento de nadie si está en nuestras manos remediarlo; Jesús nos está
pidiendo que vayamos por la vida con
mirada limpia sabiendo recoger todo lo bueno, venga de donde venga.
Jesús nos pide que no andemos encorsetados con normas y preceptos que no ayudan
al bien del hombre, al bien de la persona. Jesús nos está pidiendo que
comencemos a hacer un mundo de mayor armonía y paz, que busquemos siempre el
encuentro y el diálogo, que sepamos respetar y valor lo bueno del otro, que
arranquemos de una vez para siempre las malicias y desconfianzas del corazón.
Son los estilos del Reino de Dios.
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