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sábado, 10 de septiembre de 2022

Es necesario darle profundidad a nuestra vida y a nuestra fe, ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en profunda espiritualidad

 




Es necesario darle profundidad a nuestra vida y a nuestra fe, ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en profunda espiritualidad

Corintios 10, 14-22; Sal 115; Lucas 6, 43-49

Cuando vamos a plantar o trasplantar un árbol cavamos profundo en la tierra para hacer un espacio lo suficientemente amplio para poder enterrar bien sus raíces que luego se extenderán profusamente en el suelo para quedar bien enraizado y pueda obtener los nutrientes necesarios para que el árbol prospere, un día nos ofrezca exuberantes ramas presagio de las flores y los frutos que un día podremos obtener.

Hoy nos habla Jesús del árbol que da buenos frutos, como queriendo indicarnos lo que nosotros hemos de conseguir hacer en la vida; ser ese árbol bueno que no se quede en darnos maderas para el fuego, sino que un día pueda ofrecer buenos frutos. Pero es necesario estar bien enraizado, haber encontrado esa profundidad de donde las raíces puedan sacar los necesarios nutrientes. Y ese es un tema muy importante en la vida.

Vivimos en un mundo con demasiadas superficialidades; algunas veces ni en los estudios exigimos a los estudiantes que ahonden y profundicen bien en aquello que estudian que les está preparando un buen futuro; por otra parte vivimos en una carrera loca donde de la manera más rápida logremos eso que decimos de disfrutar de la vida; evitamos los esfuerzos, no somos exigentes ni con nosotros mismos para proponernos metas grandes ni para luego luchar por ellas; en la vida lo queremos todo pronto y fácil; en esa loca carrera no queremos detenernos para ahondar en las cosas, para buscar donde están los verdaderos nutrientes de la vida, y terminamos con una vida muy superficial.

Y de eso que está en el ambiente podemos contagiarnos todos. No queremos entender que el edificio le levanta piedra a piedra, que aunque con los modernos métodos de construcción parece que nos dan las cosas hechas, prefabricadas y lo que tenemos que hacer a lo sumo es montarlas; nos olvidamos que esa prefabricación ha llevado también un tiempo y un proceso, y que otros hayan realizado bien su trabajo para que ahora todo quede bien ensamblado. Como muchas veces solo vemos el último momento, nos parece que todo va por lo pronto y por lo fácil, olvidando lo que hay detrás.

Así en la vida, si ahora nos encontramos con algo serio y bien pensado, recordemos el tiempo que ha habido detrás de preparación, de profundización, de ahondar bien en los cimientos de la vida para lograr lo que ahora tenemos. Podemos pensar en todos los aspectos de la vida, y tenemos que pensar en lo más hondo de nosotros mismos que tenemos que saber construirlo desde lo más profundo. Y tenemos que hablar de nuestra fe y de lo que es nuestra vida cristiana. Porque de esa superficialidad podemos contagiarnos a la hora de vivir nuestra fe o manifestarnos como cristianos, como creyentes en Jesús.

Hemos comenzado hablando de las raíces del árbol que hemos enterrado, pero Jesús nos ha hablado hoy en el evangelio también de los cimientos sobre los que tenemos que construir la casa de nuestra vida, el edificio de nuestra fe. Y nos habla Jesús de la escucha de la Palabra de Dios, tan importante y tan necesaria. Y escuchar no es solo que lleguen unos sonidos a nuestros oídos, sino prestar atención para que lo que oímos lo escuchemos también.

Es como el que va perdiendo audición en sus oídos y al final lo que escucha son cosas diversas como revueltas que se convierten en un ruido ininteligible; necesitará unos audífonos que le clarifique los sonidos, que le hagan escuchar bien y poder comprender lo que oye – lo digo por experiencia -; es lo que necesitamos de esa escucha de la Palabra de Dios, que llegue de forma inteligible a nuestro corazón, que la plantemos de verdad en nuestro corazón, para que seamos en verdad ese árbol que al final da buenos frutos.

Es la profundidad que tenemos que darle a nuestra vida y a nuestra fe; es ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en nuestra vida; es esa espiritualidad profunda que nos ayudará a encontrar el verdadero sentido de las cosas; es ese empuje de la gracia que moverá nuestros corazones y nuestra vida para manifestar de forma auténtica nuestra fe.

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