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miércoles, 18 de julio de 2012


¿Quiénes pueden conocer a Dios?
Is. 10, 5-7.13-16; Sal. 93; Mt. 11, 25-27

¿Quiénes pueden conocer a Dios? Aquellos a quienes Dios se les revela. ¿A quienes quiere revelárseles Dios? Es lo que hoy quiere decirnos el evangelio. Jesús es la revelación de Dios, la Palabra de Dios que nos revela a Dios, que nos hace conocer a Dios. La Palabra de Dios eterna en Dios desde toda la eternidad que quiso plantar su tienda entre nosotros. ‘El Verbo, la Palabra de Dios, se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros’, que nos dice el evangelio de Juan. Hoy nos dice el Evangelio que ‘nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’. 

Es lo que venimos contemplando en el evangelio. El anuncio que Jesús va haciendo del Reino de Dios en el que hay que creer es venir a revelarnos a Dios. Conocer el Reino de Dios es conocer a Dios; reconocer el Reino de Dios es plantar a Dios en nuestra vida, es llenarnos de Dios; es conocer, vivir a Dios. Maravillas de los misterios de Dios, tenemos que reconocer.

Hemos venido escuchando en nuestra lectura continuada del evangelio de san Mateo cómo Jesús iba haciendo ese anuncio del Reino de Dios. Pero también hemos visto - ayer lo contemplábamos de manera concreta en las recriminaciones que Jesús hacia a Cafarnaún, Betsaida y Corozaín -  la no acogida o rechazo de muchos ante el anuncio de Jesús. ¿Qué pasaba con aquellos fariseos y doctores de la ley que tanto les costaba aceptar a Jesús? Su autosuficiencia y orgullo les hacía ponerse como en frente de Jesús y querían medir todas las palabras y toda la revelación de Jesús desde sus propias medidas e intereses. No llegaban a conocer a Dios. Cuando Jesús se encontraba con alguien en el que había humildad en su corazón, en sus deseos de búsqueda de Dios entonces sí les decía ‘tú estas cerca del Reino de Dios’.

¿Quiénes pueden conocer a Dios? nos preguntábamos al principio. Cuando tenemos lleno el corazón con nuestra autosuficiencia o nuestro orgullo, cuando no hay humildad en el corazón para aceptar el misterio de Dios que nos desborda no podremos llegar a conocer a Dios. Nos llenamos de nuestras sabidurías y no damos cabida a la sabiduría de Dios en nuestro corazón.

Recordemos  que en el sermón del monte nos decía Jesús los pobres eran los podrían alcanzar el Reino de los cielos, los limpios de corazón podrían conocer a Dios, los que en verdad buscan la paz serán llamados hijos de Dios, los mansos y humildes de corazón podrán heredar el Reino de Dios. Dichosos si están esas actitudes en nuestro corazón, dichosos si así somos capaces de abrirnos a Dios, dichosos porque podremos poseer a Dios, conocer a Dios, llenarnos de Dios. Las Bienaventuranzas nos ayudan a reconocer cuales son los caminos que nos llevan a Dios, nos llevan a conocer a Dios.

Hoy escuchamos a Jesús dando gracias a Dios por todos aquellos que pueden llegar a conocerle, todos aquellos a los que Dios se les revela. ‘Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Maravillas de los misterios de Dios. Maravillas de la revelación de Dios.

Os digo una cosa, muchas veces en mis caminos sacerdotales de acompañamiento de las personas de fe me he encontrado con personas humildes y sencillas con un gran, digámoslo así, olfato de Dios. Personas humildes y sencillas en las que uno puede apreciar que, si bien en lo humano quizá no posean grandes conocimientos, sin embargo espiritualmente uno puede apreciar cómo están llenas de Dios, cómo experimentan y sienten a Dios en su vida y nos lo trasmiten desde su pequeñez y sencillez. 

Es la actitud de María también que contemplamos en el evangelio, la que se decía a sí mismo la humilde esclava del Señor pero el ángel la saludó como la llena de gracia porque Dios estaba con ella. Ella en su humildad y en su fe será capaz también de reconocerlo para darle gracias a Dios, para bendecir al Señor, como lo vemos en el cántico del Magnificat. Que tengamos ese corazón sencillo y humilde para que sintamos esa revelación de Dios en nuestra vida y así podamos cada día más dar gloria al Señor.

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