Una respuesta de amor que el Señor nos pide
Is. 7, 1-9; Sal. 47; Mt. 11, 20-24
‘Jesús se puso a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido’. Cafarnaún donde había puesto como su centro probablemente viviendo en la casa de Pedro, Betsaida de donde eran naturales Simón Pedro y su hermano Andrés y algún otro de los apóstoles, Corozaín, lugares costeros alrededor del Lago de Tiberíades o Mar de Galilea. Pero no daban los frutos que el Señor pide, la conversión.
Cuando el evangelista nos narra que Jesús se vino a establecer en Cafarnaún dejando Nazaret recuerda palabras del profeta Isaías, porque aquellos momentos fueron momentos de luz para aquellas gentes que les llenaba de esperanzas. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en una región de sombra de muerte una luz les brilló’. Así quiere recoger el evangelista lo que significó el comienzo de la predicación de Jesús anunciando el Reino de Dios.
Pronto veremos que las gentes se llenaban de esperanza al escuchar el mensaje de Jesús y ver los signos que realizaba. Muchos se entusiasmaban por seguirle. Solo un pequeño grupo se mantenía fiel, de entre los que escogió a los doce apóstoles. Aunque muchos se entusiasmaban la constancia en el seguimiento de Jesús no fue buena entonces como nos sigue sucediendo a nosotros hoy. Nos entusiasmamos, prometemos muchas cosas, pero pronto nos enfriamos y terminamos por olvidar. Malo cuando incluso nos ponemos en contra como sucede tantas veces.
Pero era, podíamos decir, la lucha entre las tinieblas y la luz. El evangelio de Juan que es muy expresivo en sus imágenes nos lo recuerda. ‘La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…’ Jesús les recrimina a los fariseos que están ciegos porque quieren ser ciegos, porque rechazan la luz. Recordamos el episodio del ciego de Jerusalén que Jesús envía a lavarse a Siloé, y como rechazan su testimonio y no quieren ver la luz.
Ahora Jesús, como venimos comentando, recrimina a aquellas ciudades donde tantos milagros había hecho. Como les dice, si hubiera hecho esos milagros en Sodoma o Gomorra, o en Tiro o en Sidón se hubieran convertido y no merecerían castigo, pero los ha hecho allí entre aquellas gentes que no terminan de aceptarle. El día del juicio les será más llevadero a aquellas ciudades que siempre habían sido consideradas malditas y paganas, porque aquí se había prodigado el Señor con su predicación y con su amor en los signos que realizaba y sin embargo no se convertían.
Todo esto tiene que hacernos pensar. Porque no es cuestión simplemente de juzgar o condenar a aquellas ciudades, sino de mirarnos a nosotros mismos. Mirarnos a nosotros mismos para ver cuánto nos ha regalado el Señor y lo mezquinos que somos tantas veces en nuestra respuesta. ¿Amamos todo lo que deberíamos al Señor?
Podríamos pensar en todo lo que hemos recibido a lo largo de nuestra vida. Habría que hacerlo con corazón agradecido al Señor. Si nos detuviéramos un poquito para hacer un recuento de cuántas veces en nuestra vida hemos sentido la presencia y la llamada del Señor quizá hasta nos sorprenderíamos. Pero quizá no sea necesario tanto, sino mirar nuestros últimos tiempos, lo que ahora mismo nosotros vivimos y veamos si en verdad estamos correspondiendo como deberíamos a tanto amor del Señor.
No nos hacemos estas consideraciones para llenarnos de temor, sino para aprender a tener un corazón agradecido. Hacemos este recuento de las maravillas del amor del Señor en nosotros que se manifiesta de tantas maneras para que nos sintamos más motivados para dar esa respuesta de amor que el Señor está esperando de nosotros.
Respondamos con más amor a tanto amor que el Señor nos tiene.
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