La autoridad de Jesús… el amor será el que de verdadero corazón a nuestra vida
Is. 38, 1-6.21-22.7-8; Sal.: Is. 38, 10-16; Mt. 12, 1-8
Varias consideraciones podemos hacernos a partir de este texto del evangelio. Un texto que viene a expresarnos con toda rotundidad que Jesús es el Mesías Salvador, el Señor. Nos manifiesta toda la autoridad de Jesús, que es el Señor. ‘Os digo que aquí hay uno que es más que el templo’.
La controversia surge desde un hecho totalmente natural y espontáneo. Al ir pasando en medio de un sembrado, los apóstoles cogen algunas espigas, las estrujan entre sus manos y comen los granos de trigo. Era sábado. Aquello podía considerarse, para quienes vivían bajo el duro yugo de las normas y preceptos estrictos en sus duras interpretaciones, todo un trabajo, segar, lo que no estaba permitido el sábado porque ya en sus interpretaciones habían llegado a contar los pasos que se podían dar en sábado para no quebrantar la ley.
Recordamos lo que reflexionábamos ayer que el yugo de Jesús ‘es llevadero y su carga ligera’. Pero las interpretaciones que se hacían de la ley mosaica, sobre todo por los estrictos fariseos, la convertían en carga dura. ‘Los fariseos al verlo le dijeron: Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado’.
Pero allí estaba la autoridad de Jesús. Recuerda algunos hechos del Antiguo Testamento que todos aceptaban con total naturalidad, pero Jesús se manifiesta con la autoridad del Maestro y del Hijo de Dios. No había venido para abolir la ley, como había dicho en el Sermón del Monte, sino para darle plenitud. Eso significaba que en verdad tendríamos que poner el acento en lo que verdaderamente es importante. Por eso terminará recordando aquel dicho de la Escritura ‘misericordia quiero y no sacrificios’. Será el amor verdadero el que tiene que dar corazón a nuestra vida.
Esto nos puede llevar, aunque fuera brevemente a alguna otra consideración. Cuando Jesús les recuerda lo de ‘misericordia quiero y no sacrificios’, les dice que si lo entendieran bien ‘no estaríais condenando a los que no tienen culpa’. Nos viene bien este pensamiento porque ya sabemos cómo somos en nuestros comentarios de todo tipo ante lo que hacen los demás y nuestras críticas y condenaciones.
Qué fáciles somos para juzgar. Todo lo queremos pasar por el prisma de nuestro pensamiento y nuestra sospecha y con qué facilidad vemos en los demás la malicia que llevamos en nuestro corazón. Todo se ve según el color del cristal con que se mira, se suele decir en nuestros refranes populares; y qué cierto es. Si tenemos malicia en nuestro corazón, no veremos sino maldad en el actuar de los que nos rodean; si nos acostumbramos a andar con sospechas y desconfianzas pensando que los demás andan con doblez de corazón es porque quizá nosotros somos los que andamos con esa malicia dentro de nosotros que nos lleva a pensar así y a desconfiar de los demás.
Quitemos las intenciones torcidas de nuestro corazón; no andemos con desconfianzas ni sospechas; supongamos siempre la bondad de los demás, porque nosotros no seamos capaces sino de actuar también siempre desde esa bondad; veremos como nuestras relaciones mutuas son mejores, cómo seremos más felices y haremos también más felices a los demás, nos sentiremos más hermanos que nos queremos y nos comprendemos y por eso somos capaces de aceptarnos y también de perdonarnos cuando en algún momento nos podamos hacer algo que no sea tan agradable para los otros; estemos dispuestos a disculpar y perdonar a los otros como nosotros a ser capaces de pedir una disculpa o pedir perdón por lo que podamos hacer mal.
‘Si comprendierais bien lo que significa quiero misericordia y no sacrificios, no condenaríais a los que no tienen culpa’, nos dice el Señor.
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