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viernes, 20 de junio de 2025

 


Nos está pidiendo Jesús que busquemos el verdadero valor que dará riqueza a nuestra vida porque es tesoro de eternidad

 2Corintios 11,18.21b-30; Salmo 33; Mateo 6,19-23

Cuando hablamos de valores, ¿de qué es de lo que estamos hablando? A la palabra valor le podemos dar según miremos diversos significados; parece que no todos entendemos lo mismo. Se dice que hay que tener valor, o lo que es lo mismo, ser valiente para emprender una tarea que nos cuesta, para realizar un camino que se nos hace difícil, que tenemos que tener valor en nosotros mismos para superar dificultades, los problemas que la vida nos va presentando. ¿Valor en este caso como fortaleza física para realizar algo o como fortaleza en nosotros mismos para hacer un camino de superación?

Otros cuando hablan de valor están pensando en lo que cuestan las cosas, lo que queremos obtener, lo que queremos comprar o lo que queremos vender, o lo que poseemos; y estamos hablando de un valor material, un valor monetario, económico por las ganancias que podemos obtener de lo que hacemos o de lo que tenemos, o por lo económico de lo que tenemos que disponer para poder alcanzar aquello que deseamos, para poder comprar. Hablamos del valor de las cosas en un orden o sentido material o pecuniario.

Pero también hablamos de valores que no se pueden llevar en el bolsillo, que no podemos contar en nuestra libreta de datos bancarios, pero que tendrían que adornar a la persona y que son los que le harían alcanzar la mayor grandeza de su vida. Estamos hablando de valores en otro sentido, que son las virtudes que cultivamos, los principios que fundamentan nuestra vida, lo que nos hace tener unas determinadas actitudes ante los demás o ante lo que tenemos que hacer, las razones de nuestro vivir.

Será la generosidad y la disponibilidad de nuestro corazón, la alegría y el optimismo con que nos enfrentamos a la vida, la constancia en ese camino de superación que nos ayudará a ir creciendo más y más como personas, el respeto con que nos tratamos unos a otros conscientes de nuestra dignidad de personas, la honorabilidad con que actuamos y la rectitud de vida para actuar siempre justamente, la sinceridad con que nos mostramos y con la que nos comunicamos los unos con los otros… muchas cosas podríamos decir en este sentido. Y en el fondo el amor que anima y da forma y sentido a todo lo que hacemos y a esos valores que queremos vivir.

Y todo esto no lo compramos con dinero; cualquiera de esos valores vividos con integridad vale más que todos los tesoros del mundo; y será desde esos valores donde encontraremos ese valor, esa fortaleza para nuestro caminar, para buscar lo que verdaderamente vale y es importante, algo que sea verdaderamente permanente, algo que no se nos escape de las manos como agua escurridiza.

Hoy Jesús nos está invitando a que busquemos ese verdadero valor, un tesoro nos dice que vale más que todos los tesoros de la tierra, porque el oro se corrompe y también nos puede corromper a nosotros, porque esos tesoros mundanos algún día nos los pueden robar y al final nos quedaremos sin nada. Pero esos valores que llevamos impresos en nuestro espíritu ni nos los pueden robar, ni se van a echar a perder.

No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, nos dice Jesús, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón’.

¿En qué ponemos nuestro corazón? ¿Cuáles son nuestros apegos?  ¿A qué le damos verdadera importancia en la vida? Podemos seguir andando, aunque nos digamos cristianos y muy religiosos, con muchas cosas de las que nos sentimos dependientes, esclavos, porque aun no hemos saboreado la verdadera libertad que nos ofrece Jesús. Muletas que nos hemos impuesto en la vida para caminar y sin las cuales no sabemos caminar, camillas en las que seguimos postrados, escamas en nuestros ojos que nos distorsionan nuestra visión y no terminamos de ver claro el camino, en nuestras rutinas, en nuestras desganas, en nuestro poco espíritu de superación, en nuestros miedos a arrancarnos de las cosas o en nuestros miedos al que dirán, en unas costumbres o tradiciones que seguimos por rutina sin querer buscar algo nuevo, en remiendos que vamos poniendo cuando no queremos corregirnos de todo aquello que sabemos que nos hace mal. ¿Dejaremos que Jesús nos sane y nos dé nueva vida?

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