Dios
pondrá siempre una sombra en nuestro camino, una corriente de brisa fresca que
suavice los ardores de la vida haciéndose presente a nuestro lado
2Corintios 12, 1-10; Salmo 33; Mateo 6,
24-34
¿Qué haré de comer mañana? Me recuerda
algo que le escuché decir muchas veces a mi madre, no ahora en los últimos
tiempos, sino cuando yo era niño, un muchacho todavía, que aquellos si eran
años difíciles, aunque tanto nos quejamos ahora, pero nunca faltó el plato de
comida al día siguiente en la mesa; siempre dije que mi madre hubiera sido un
gran ministro de economía, porque con los escasos medios de que se disponía
entonces, ella siempre encontraba qué ponernos en la mesa; quizás no era
solamente la economía que hacía sino más bien la confianza que ella ponía siempre
en las manos de Dios.
Me ha venido este recuerdo nada más
empezar a leer y escuchar en mi corazón el texto del evangelio que hoy se nos
ofrece con las palabras de Jesús. ‘No estéis agobiados por vuestra vida
pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a
vestir’. Son los agobios que aun persisten en nuestro espíritu. ¿Qué comemos o
con qué nos vestimos? Y ya no es por la necesidad o por la carencia que la
mayoría de nosotros podamos tener de estas cosas – otra cosa tendríamos que
decir de muchas familias, de muchos lugares, de muchas situaciones repartidas
por nuestro ancho mundo con sus miserias y con sus guerras -, se trata en este
caso de esos afanes con los que andamos por la vida; la manera que entendemos
de lo que es vivir bien o de lo que es pasarlo bien. Son tantas las cosas en
las que pensamos y que desearíamos o daríamos lo que fuera por tener para
pasarlo bien. ¿Cosas que necesitamos o cosas que vienen hacernos soñar en
vanidades y vanagloria? Muchas veces vivimos de la apariencia, vivimos
esclavizados de las cosas y acumulamos cosas que al final ni nos son útiles.
Hoy el evangelio ha comenzado diciéndonos
que no podemos servir a dos señores, porque al final nos apegaremos a uno
mientras al otro lo desechamos. Nos habla Jesús del servir a Dios o el servir a
las riquezas. Pensamos en la avaricia con que vivimos la vida, las dependencias
que nos creamos, las cosas en las que ponemos nuestra felicidad, a la larga es
comenzar a pensar en el sentido que le damos a la vida. Nos hemos materializado
de una forma excesiva y eso nos ciega.
Como hemos reflexionado muchas veces
hay otros valores, hay otras cosas por las que luchar, hay algo muy superior
que ayudará de verdad a ser más feliz a la persona. Pero nos cegamos, nos volvemos
ambiciones, nos comparamos los unos con los otros y si siempre nos parece que
el otro es más feliz que yo porque tiene muchas cosas; y ya sabemos cómo detrás
de esos comienzan nuestros agobios, pero comienzan también nuestras luchas.
Jesús nos está invitando a confiar más
en la providencia de Dios que es Padre y que nos ama. No es que nos crucemos de
brazos y no trabajemos en nuestras responsabilidades para conseguir aquello que
necesitamos, pero comencemos a confiar más en Dios que de muchas maneras se va
a hacer presente en nuestra vida colmándonos de aquello que verdaderamente
necesitamos. El será nuestra fuerza para desempañar nuestras responsabilidades,
para desarrollar nuestra vida a través del trabajo en esas capacidades y
cualidades de las que Dios nos ha dotado, pero El también va a ser nuestra
fortaleza interior para vivir libres de esos apegos que se convertirían en
esclavitudes de nuestra vida.
Dios pondrá siempre una sombra en
nuestro camino, una corriente de brisa fresca que suavice los ardores de la
vida, porque hará llegar a nosotros sus ángeles a través de tantas personas
buenas que a nuestro lado son también un aliciente y un estimulo para nuestro
camino. No tenemos que buscar milagros espectaculares ni que sucedan cosas
extraordinarias, en pequeñas cosas Dios hará siempre notar su presencia y la
luz que necesitamos para nuestro camino. Abramos los ojos de nuestra fe y
descubriremos esa presencia de Dios con nosotros, por algo es Emmanuel en
nuestra vida.
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