Nacidos
para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la
creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza
de Dios
Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5,
1-5; Juan 16, 12-15
Cuando litúrgicamente hemos retomado el
tiempo Ordinario parece que aun no queremos olvidar el sabor de la Pascua, nos
hemos quedado hambrientos de Pascua y es por lo que en este domingo nos dejamos
envolver por todo el misterio de Dios al contemplar y celebrar la Santísima
Trinidad de Dios. Porque la Pascua a eso nos ha llevado, a introducirnos en el
misterio del Dios amor dejándonos envolver por El en el misterio de su
Trinidad.
Decimos misterio, en todo lo referente
a Dios, porque realmente sentimos que es algo que nos supera, toda la
inmensidad de Dios, toda la inmensidad de su amor que nos regala y que nos da
vida, pero es que nuestra vida no puede ser otra cosa sino reflejar en nosotros
esa comunión de amor que es la Santísima Trinidad.
Allá en las primeras páginas de la
Biblia hay algo maravilloso que viene a definirnos nuestra vida, lo que Dios
quiere de nosotros cuando nos ha creado. ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza’, nos dice. Hechos a imagen y semejanza de Dios, somos algo más que
unas células que conforman nuestro cuerpo y decimos que somos un ser humano.
Hemos sido creados, repito y esto es algo muy importante en nuestra fe y
nuestra antropología, a imagen y semejanza de Dios; y hablamos de inteligencia
y voluntad, es cierto, como unos dones maravillosos que Dios nos ha dado, pero
no nos podemos quedar ahí sino que por esa inteligencia y por esa voluntad
estamos capacitados para amar.
Y esto es lo grande que contemplamos en
Dios y que tenemos que revertir en nosotros. Dios no es un ser inaccesible en
toda su inmensidad; primero en Dios encontramos una relación de amor y de
comunión entre las tres divinas personas que conforman esa unidad en la Trinidad,
pero que no se encierra en sí mismo sino que se va a manifestar en toda la
creación y sobre todo en su criatura más amada que es el ser humano. Se nos
manifiesta porque nos da la posibilidad de que le conozcamos, porque El mismo
se nos revela; se nos manifiesta revelándose a si mismo para que así podamos
nosotros entrar en esa comunión con El; se nos manifiesta inundándonos de su
amor para que ese amor amemos, no solo a El, a Dios, sino que podamos entrar en
esa comunión de amor con los demás. Es lo maravilloso de lo que nos hace
participes cuando nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios,
nacidos para amar, nacidos para ser hijos de Dios, nacidos para entrar en
comunión con toda la creación, nacidos para que entremos en esa comunión de
amor con los demás creando así una nueva humanidad.
Es lo que contemplamos y celebramos,
pero no solo para mirar al cielo, sino también para mirar al suelo, para mirar
cuanto nos rodea, para mirar a cuantos conformamos esta humanidad haciendo posible esa nueva relación
de amor de unos y otros. Podemos decir que nos adentramos en esa inmensidad de
Dios, pero más aun que dejamos y sentimos que es Dios mismo el que se hace
presente en nuestra humanidad. ¿No decimos que somos morada de Dios y templos
del Espíritu?
Pero allí donde está Dios tiene que
estar también el hombre, porque ya nos enseña Jesús que en el otro tenemos que
saber descubrirle a El, saber contemplar a Dios, pero es que si no damos
entrada al otro en nuestro corazón significa también que no estamos dejando
entrar a Dios en nuestra vida. Estaremos poniendo a Dios en nuestro corazón,
dejando que inhabite en nosotros, en la medida en que dejamos entrar en nuestro
corazón al otro, al que siempre tenemos que ver como un hermano, porque ya
siempre lo estaremos viendo desde el prisma del amor.
El verdadero creyente nunca puede ir
solo por la vida, como si él se bastara a si mismo. Siempre decimos que como
creyentes caminamos con Dios porque miramos con los ojos de Dios pero también
porque tenemos que dejar que nuestras manos sean las manos de Dios. Cuando puso
en nuestras manos la obra de su creación no solo para que la disfrutemos sino
para que continuemos creándola desde nuestra inteligencia y nuestra capacidad,
está poniendo en nuestras manos al hombre, a todo hombre y mujer al que
estaremos haciendo llegar ese amor Dios.
Como vemos son muchas las consecuencias
y entonces compromiso de vida para nosotros desde la contemplación del misterio
de la Santísima Trinidad. Como decíamos no nos quedamos mirando al cielo sino
que tenemos que poner bien los pies sobre la tierra para mirar con una mirada
nueva cuanto nos rodea, para vivir esa hermosa comunión con los demás a imagen
de la comunión de amor de Dios. No nos quedamos ensimismados, sino que nos
tenemos que poner en camino de amor y de comunión.
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