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domingo, 15 de junio de 2025

Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios


Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios

Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15

Cuando litúrgicamente hemos retomado el tiempo Ordinario parece que aun no queremos olvidar el sabor de la Pascua, nos hemos quedado hambrientos de Pascua y es por lo que en este domingo nos dejamos envolver por todo el misterio de Dios al contemplar y celebrar la Santísima Trinidad de Dios. Porque la Pascua a eso nos ha llevado, a introducirnos en el misterio del Dios amor dejándonos envolver por El en el misterio de su Trinidad.

Decimos misterio, en todo lo referente a Dios, porque realmente sentimos que es algo que nos supera, toda la inmensidad de Dios, toda la inmensidad de su amor que nos regala y que nos da vida, pero es que nuestra vida no puede ser otra cosa sino reflejar en nosotros esa comunión de amor que es la Santísima Trinidad.

Allá en las primeras páginas de la Biblia hay algo maravilloso que viene a definirnos nuestra vida, lo que Dios quiere de nosotros cuando nos ha creado. ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’, nos dice. Hechos a imagen y semejanza de Dios, somos algo más que unas células que conforman nuestro cuerpo y decimos que somos un ser humano. Hemos sido creados, repito y esto es algo muy importante en nuestra fe y nuestra antropología, a imagen y semejanza de Dios; y hablamos de inteligencia y voluntad, es cierto, como unos dones maravillosos que Dios nos ha dado, pero no nos podemos quedar ahí sino que por esa inteligencia y por esa voluntad estamos capacitados para amar.

Y esto es lo grande que contemplamos en Dios y que tenemos que revertir en nosotros. Dios no es un ser inaccesible en toda su inmensidad; primero en Dios encontramos una relación de amor y de comunión entre las tres divinas personas que conforman esa unidad en la Trinidad, pero que no se encierra en sí mismo sino que se va a manifestar en toda la creación y sobre todo en su criatura más amada que es el ser humano. Se nos manifiesta porque nos da la posibilidad de que le conozcamos, porque El mismo se nos revela; se nos manifiesta revelándose a si mismo para que así podamos nosotros entrar en esa comunión con El; se nos manifiesta inundándonos de su amor para que ese amor amemos, no solo a El, a Dios, sino que podamos entrar en esa comunión de amor con los demás. Es lo maravilloso de lo que nos hace participes cuando nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nacidos para amar, nacidos para ser hijos de Dios, nacidos para entrar en comunión con toda la creación, nacidos para que entremos en esa comunión de amor con los demás creando así una nueva humanidad.

Es lo que contemplamos y celebramos, pero no solo para mirar al cielo, sino también para mirar al suelo, para mirar cuanto nos rodea, para mirar a cuantos conformamos  esta humanidad haciendo posible esa nueva relación de amor de unos y otros. Podemos decir que nos adentramos en esa inmensidad de Dios, pero más aun que dejamos y sentimos que es Dios mismo el que se hace presente en nuestra humanidad. ¿No decimos que somos morada de Dios y templos del Espíritu?

Pero allí donde está Dios tiene que estar también el hombre, porque ya nos enseña Jesús que en el otro tenemos que saber descubrirle a El, saber contemplar a Dios, pero es que si no damos entrada al otro en nuestro corazón significa también que no estamos dejando entrar a Dios en nuestra vida. Estaremos poniendo a Dios en nuestro corazón, dejando que inhabite en nosotros, en la medida en que dejamos entrar en nuestro corazón al otro, al que siempre tenemos que ver como un hermano, porque ya siempre lo estaremos viendo desde el prisma del amor.

El verdadero creyente nunca puede ir solo por la vida, como si él se bastara a si mismo. Siempre decimos que como creyentes caminamos con Dios porque miramos con los ojos de Dios pero también porque tenemos que dejar que nuestras manos sean las manos de Dios. Cuando puso en nuestras manos la obra de su creación no solo para que la disfrutemos sino para que continuemos creándola desde nuestra inteligencia y nuestra capacidad, está poniendo en nuestras manos al hombre, a todo hombre y mujer al que estaremos haciendo llegar ese amor Dios.

Como vemos son muchas las consecuencias y entonces compromiso de vida para nosotros desde la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad. Como decíamos no nos quedamos mirando al cielo sino que tenemos que poner bien los pies sobre la tierra para mirar con una mirada nueva cuanto nos rodea, para vivir esa hermosa comunión con los demás a imagen de la comunión de amor de Dios. No nos quedamos ensimismados, sino que nos tenemos que poner en camino de amor y de comunión.


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