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jueves, 19 de junio de 2025

Nada mejor para sentirnos sanados que sentirnos amados, por eso nos deja Jesús un sentido nuevo de oración

 


Nada mejor para sentirnos sanados que sentirnos amados, por eso nos deja Jesús un sentido nuevo de oración

2Corintios 11,1-11; Salmo 110; Mateo 6,7-15

Te vas a poner enfermo, nos dicen los que parecen más expertos en esto de dolores y enfermedades; y es que sin sentirnos mal, o al menos no reconocemos ningún síntoma concreto, sin embargo sentimos eso que muchas veces describimos como mal cuerpo, no nos duele nada en concreto pero parece que nos duele todo, hay partes de nuestro organismo que parece que no funcionan bien del todo, hay como un malestar general sin saber exactamente qué es; eso es que te vas a poner enfermo, algo se está incubando, decimos o nos dicen.

Pero ya no se trata de enfermedades somáticas, cosas que afecten a órganos concretos, sin embargo no siempre nos sentimos bien; anímicamente parece que estamos decaídos u en otra honda, hay cosas que, sí es verdad, nos duelen por dentro, parece que no nos sentimos en paz y nuestras reacciones son descontroladas con los demás, parece que no encontramos un rumbo para nuestra vida y andamos como desestabilizados espiritualmente; y aquí qué necesitamos una medicina, que nos haga encontrarnos con nosotros mismos, que nos abra a Dios y que nos ayude a entrar en una nueva y mejor relación con los demás. Nuestro espíritu también se nos enferma, necesitamos una sanción espiritual.

Jesús nos la da hoy. Nos enseña a orar. Lo vemos a él continuamente a lo largo de las páginas del evangelio que busca esos momentos de silencio, esos momentos en los que se aparta de todo y en cierto modo de todos, se retira en la noche, o marcha a lugares apartados y tranquilos. Lo vemos iniciar su vida pública retirándose previamente al desierto para pasar allí cuarenta días; en lo que parecen aun los comienzos de su predicación por Galilea, después de un día muy completo, diríamos, que concluye en la tarde con muchas personas que se agolpan a las puertas del lugar donde está con sus enfermos, en la madrugada del día siguiente los primeros discípulos se lo encuentran a las afueras del pueblo que se había retirado a orar; recordamos su subida al Tabor o sus retiros en los aledaños del monte de los Olivos en Jerusalén, por mencionar solo algunos momentos.

Ahora en el llamado sermón del monte, cuando nos ha proclamado las bienaventuranzas, nos va señalando diversos aspectos en los que tienen que ir ahondando sus discípulos para vivir en el sentido del Reino de Dios que está anunciando. Es entonces cuando también nos habla de un modelo y de un sentido de oración.

Si le habíamos visto sanando a los enfermos de todo tipo de dolencias ahora nos va a ofrecer la mejor medicina para que en verdad nos sanemos interiormente. Será ese momento que tenemos que vivir en paz y serenidad pero que verdaderamente nos va a llenar de paz y pondrá serenidad en nuestro espíritu. Será el momento en que nos sintamos llenos de Dios para encontrar en El todo lo que sana el alma.

Y no hay mejor cosa para comenzar a sentirnos sanados que sentirnos amados. Es lo primero que nos quiere dejar claro porque nos enseña la más dulce palabra con que podemos dirigirnos a Dios, Padre. Llamamos Padre a Aquel de quien nos sentimos amados; si así nos dirigimos a Dios es porque estamos saboreando su amor. Cuando sentimos que nos aman y nos aman con ese amor eterno e infinito todo en nuestra vida queremos que sea para quien nos ama. No solo le regalamos la camisa, por decir algo muy elemental, sino que estamos poniendo toda nuestra vida en sus manos.

¿Qué son realmente esa serie de invocaciones y peticiones que vamos expresando cuando vamos repitiendo las palabras que Jesús nos enseñó? Todo para la gloria de Dios, todo para poder vivir ese sentido nuevo del Reino de Dios que quiere construir en nosotros, todo para hacer su voluntad y para sentirnos en sus manos.

Todos esos malestares que sentimos por dentro se irán apagando con ese regalo de amor; todo eso que nos duele por dentro porque no hemos sabido ser fieles o porque no hemos tratado a los demás con esa dignidad que todos se merecen va a ser curado porque sentimos la misericordia de Dios en nosotros, pero porque nosotros vamos a comenzar a actuar con esa misma misericordia con los demás.

Esas desesperanzas que algunas veces nos agobian se transforman porque en Dios nos sentimos seguros y con Dios nos sentiremos fuertes para no dejar enfermar de nuevo nuestro corazón, nuestro espíritu. Fijémonos bien en el sentido de cada una de las peticiones del padrenuestro.

Igual que a las medicinas tenemos que darle su tiempo, así tenemos que saber darle su tiempo al padrenuestro. No puede ser nunca oración repetida a la carrera donde nos traguemos de cualquier manera sus palabras; tiene que siempre algo a lo que nos acerquemos con calma y buscando de verdad esa paz de nuestro espíritu. Será quien nos sane totalmente nuestro espíritu.

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