Nada
mejor para sentirnos sanados que sentirnos amados, por eso nos deja Jesús un
sentido nuevo de oración
2Corintios 11,1-11; Salmo 110; Mateo 6,7-15
Te vas a poner enfermo, nos dicen los
que parecen más expertos en esto de dolores y enfermedades; y es que sin
sentirnos mal, o al menos no reconocemos ningún síntoma concreto, sin embargo
sentimos eso que muchas veces describimos como mal cuerpo, no nos duele nada en
concreto pero parece que nos duele todo, hay partes de nuestro organismo que
parece que no funcionan bien del todo, hay como un malestar general sin saber
exactamente qué es; eso es que te vas a poner enfermo, algo se está incubando,
decimos o nos dicen.
Pero ya no se trata de enfermedades
somáticas, cosas que afecten a órganos concretos, sin embargo no siempre nos
sentimos bien; anímicamente parece que estamos decaídos u en otra honda, hay
cosas que, sí es verdad, nos duelen por dentro, parece que no nos sentimos en
paz y nuestras reacciones son descontroladas con los demás, parece que no
encontramos un rumbo para nuestra vida y andamos como desestabilizados
espiritualmente; y aquí qué necesitamos una medicina, que nos haga encontrarnos
con nosotros mismos, que nos abra a Dios y que nos ayude a entrar en una nueva
y mejor relación con los demás. Nuestro espíritu también se nos enferma,
necesitamos una sanción espiritual.
Jesús nos la da hoy. Nos enseña a orar.
Lo vemos a él continuamente a lo largo de las páginas del evangelio que busca
esos momentos de silencio, esos momentos en los que se aparta de todo y en
cierto modo de todos, se retira en la noche, o marcha a lugares apartados y
tranquilos. Lo vemos iniciar su vida pública retirándose previamente al
desierto para pasar allí cuarenta días; en lo que parecen aun los comienzos de
su predicación por Galilea, después de un día muy completo, diríamos, que
concluye en la tarde con muchas personas que se agolpan a las puertas del lugar
donde está con sus enfermos, en la madrugada del día siguiente los primeros discípulos
se lo encuentran a las afueras del pueblo que se había retirado a orar;
recordamos su subida al Tabor o sus retiros en los aledaños del monte de los
Olivos en Jerusalén, por mencionar solo algunos momentos.
Ahora en el llamado sermón del monte,
cuando nos ha proclamado las bienaventuranzas, nos va señalando diversos
aspectos en los que tienen que ir ahondando sus discípulos para vivir en el
sentido del Reino de Dios que está anunciando. Es entonces cuando también nos
habla de un modelo y de un sentido de oración.
Si le habíamos visto sanando a los
enfermos de todo tipo de dolencias ahora nos va a ofrecer la mejor medicina
para que en verdad nos sanemos interiormente. Será ese momento que tenemos que
vivir en paz y serenidad pero que verdaderamente nos va a llenar de paz y
pondrá serenidad en nuestro espíritu. Será el momento en que nos sintamos
llenos de Dios para encontrar en El todo lo que sana el alma.
Y no hay mejor cosa para comenzar a
sentirnos sanados que sentirnos amados. Es lo primero que nos quiere dejar
claro porque nos enseña la más dulce palabra con que podemos dirigirnos a Dios,
Padre. Llamamos Padre a Aquel de quien nos sentimos amados; si así nos
dirigimos a Dios es porque estamos saboreando su amor. Cuando sentimos que nos
aman y nos aman con ese amor eterno e infinito todo en nuestra vida queremos
que sea para quien nos ama. No solo le regalamos la camisa, por decir algo muy
elemental, sino que estamos poniendo toda nuestra vida en sus manos.
¿Qué son realmente esa serie de
invocaciones y peticiones que vamos expresando cuando vamos repitiendo las
palabras que Jesús nos enseñó? Todo para la gloria de Dios, todo para poder
vivir ese sentido nuevo del Reino de Dios que quiere construir en nosotros,
todo para hacer su voluntad y para sentirnos en sus manos.
Todos esos malestares que sentimos por
dentro se irán apagando con ese regalo de amor; todo eso que nos duele por
dentro porque no hemos sabido ser fieles o porque no hemos tratado a los demás
con esa dignidad que todos se merecen va a ser curado porque sentimos la misericordia
de Dios en nosotros, pero porque nosotros vamos a comenzar a actuar con esa
misma misericordia con los demás.
Esas desesperanzas que algunas veces
nos agobian se transforman porque en Dios nos sentimos seguros y con Dios nos
sentiremos fuertes para no dejar enfermar de nuevo nuestro corazón, nuestro
espíritu. Fijémonos bien en el sentido de cada una de las peticiones del
padrenuestro.
Igual que a las medicinas tenemos que
darle su tiempo, así tenemos que saber darle su tiempo al padrenuestro. No puede
ser nunca oración repetida a la carrera donde nos traguemos de cualquier manera
sus palabras; tiene que siempre algo a lo que nos acerquemos con calma y
buscando de verdad esa paz de nuestro espíritu. Será quien nos sane totalmente
nuestro espíritu.
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