En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia
1Juan
2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40
Al escuchar el relato que nos ofrece el evangelio de
hoy - nos habla de aquella anciana que llevaba muchos años en el entorno del
templo y que al ver aquel niño que presentaban sus padres al Señor lo anunciaba
con alegría a todos los que aguardaban la liberación de Israel como el
cumplimiento de las antiguas promesas - me ha venido al pensamiento la imagen
que contemplamos también en nuestros templos con muchas personas mayores que en
su piedad no faltan nunca a los actos de culto cuidan amorosamente de iglesias
y de ermitas de nuestros pueblos.
Hemos de reconocer que muchas veces no sabemos valorar
la labor que realizan estas buenas personas y que en ocasiones vemos con
desesperanza el futuro de la Iglesia porque pensamos que cuando falten esas personas
nos vamos a encontrar vacíos y sin gente. Pero, repito, creo que tendríamos que
aprender a valorar lo que realizan estas personas. Pienso que ahí están como un
signo en medio de nuestra sociedad, pero también que son verdaderamente unas
columnas que hacen fuerte a nuestra Iglesia.
Nos hablaba el evangelio de aquella anciana viuda ‘que no se apartaba del templo día y
noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’. Ella era un signo de la esperanza de Israel que ahora se cumplía. Pero
ella era también la expresión del pueblo orante que insistentemente pedía la
llegada del Mesías del Señor. Y si nos fijamos en estas primeras páginas del
evangelio aparecerán también otros ancianos. En este mismo episodio ayer
contemplábamos al anciano Simeón, signo y expresión también de la esperanza de
Israel. Pero hemos contemplado estos días a otros dos ancianos, Zacarías e
Isabel, que eran escuchados en sus oraciones por el Señor. Más tarde en el
evangelio contemplaremos también la alabanza de Jesús hacia aquella pobre viuda
que compartía con el templo todo lo que tenía para vivir.
Quiero ver, pues, en esos ancianos que aparecen por nuestros templos
fielmente en muchas ocasiones todos los días para participar en la Eucaristía o
para ocuparse en muchas labores del cuidado y ornamentación de nuestras
Iglesias un signo de la fe y de la esperanza del pueblo creyente. Quizá ya por
ser mayores no realicen específicas obras de apostolado, pero creo que su
oración, su presencia y participación en nuestras celebraciones litúrgicas son
un hermoso pilar para nuestra Iglesia. Es la oración confiada y llena de
esperanza que se eleva al Señor y que calladamente no solo están pidiendo por
si mismos o por los suyos sino que en numerosas ocasiones con como padrinos de
nuestros sacerdotes con su oración, padrinos de nuestras tareas apostólicas,
padrinos de las misiones porque así por todo ellos elevan sus oraciones al
Señor.
También hemos de destacar que apostólicamente también los hay muy
activos, a pesar de ser mayores, porque quizá siguen participando en muchas
acciones, o son voluntarios que ofrecen su tiempo para el apoyo de muchas
actividades, pero también conocemos el movimiento de Vida Ascendente que
precisamente se realiza desde y por las mismas personas mayores. Creo que hemos
de conocerlo y reconocerlo.
No me alejo del sentido del evangelio en medio de nuestra navidad al
hacerme estas consideraciones, sino que partiendo del mismo evangelio me hace
mirar con unos ojos nuevos y distintos esa realidad de la sociedad que son los
mayores y esa realidad de la Iglesia que son todas esas personas mayores que
tan vinculadas vemos a la acción eclesial.
Aprendamos a valorarlas.
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