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miércoles, 30 de diciembre de 2015

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Al escuchar el relato que nos ofrece el evangelio de hoy - nos habla de aquella anciana que llevaba muchos años en el entorno del templo y que al ver aquel niño que presentaban sus padres al Señor lo anunciaba con alegría a todos los que aguardaban la liberación de Israel como el cumplimiento de las antiguas promesas - me ha venido al pensamiento la imagen que contemplamos también en nuestros templos con muchas personas mayores que en su piedad no faltan nunca a los actos de culto cuidan amorosamente de iglesias y de ermitas de nuestros pueblos.
Hemos de reconocer que muchas veces no sabemos valorar la labor que realizan estas buenas personas y que en ocasiones vemos con desesperanza el futuro de la Iglesia porque pensamos que cuando falten esas personas nos vamos a encontrar vacíos y sin gente. Pero, repito, creo que tendríamos que aprender a valorar lo que realizan estas personas. Pienso que ahí están como un signo en medio de nuestra sociedad, pero también que son verdaderamente unas columnas que hacen fuerte a nuestra Iglesia.
Nos hablaba el evangelio de aquella anciana viuda  ‘que no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’. Ella era un signo de la esperanza de Israel que ahora se cumplía. Pero ella era también la expresión del pueblo orante que insistentemente pedía la llegada del Mesías del Señor. Y si nos fijamos en estas primeras páginas del evangelio aparecerán también otros ancianos. En este mismo episodio ayer contemplábamos al anciano Simeón, signo y expresión también de la esperanza de Israel. Pero hemos contemplado estos días a otros dos ancianos, Zacarías e Isabel, que eran escuchados en sus oraciones por el Señor. Más tarde en el evangelio contemplaremos también la alabanza de Jesús hacia aquella pobre viuda que compartía con el templo todo lo que tenía para vivir.
Quiero ver, pues, en esos ancianos que aparecen por nuestros templos fielmente en muchas ocasiones todos los días para participar en la Eucaristía o para ocuparse en muchas labores del cuidado y ornamentación de nuestras Iglesias un signo de la fe y de la esperanza del pueblo creyente. Quizá ya por ser mayores no realicen específicas obras de apostolado, pero creo que su oración, su presencia y participación en nuestras celebraciones litúrgicas son un hermoso pilar para nuestra Iglesia. Es la oración confiada y llena de esperanza que se eleva al Señor y que calladamente no solo están pidiendo por si mismos o por los suyos sino que en numerosas ocasiones con como padrinos de nuestros sacerdotes con su oración, padrinos de nuestras tareas apostólicas, padrinos de las misiones porque así por todo ellos elevan sus oraciones al Señor.
También hemos de destacar que apostólicamente también los hay muy activos, a pesar de ser mayores, porque quizá siguen participando en muchas acciones, o son voluntarios que ofrecen su tiempo para el apoyo de muchas actividades, pero también conocemos el movimiento de Vida Ascendente que precisamente se realiza desde y por las mismas personas mayores. Creo que hemos de conocerlo y reconocerlo.
No me alejo del sentido del evangelio en medio de nuestra navidad al hacerme estas consideraciones, sino que partiendo del mismo evangelio me hace mirar con unos ojos nuevos y distintos esa realidad de la sociedad que son los mayores y esa realidad de la Iglesia que son todas esas personas mayores que tan vinculadas vemos a la acción eclesial.  Aprendamos a valorarlas.

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