Nuestros ojos no se desprenden de Jesús y contemplamos al mismo tiempo a María pidiendo que Dios vuelva su rostro sobre nuestro mundo y nos conceda la paz
Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Los ojos estos días no se nos han desprendido del Niño;
no podía ser de otra manera porque contemplábamos la humanidad de Dios que ha
tomado nuestra carne. A Dios con los ojos de la carne no lo podemos ver, pero
El ha querido hacerse hombre y lo contemplamos en Jesús; vemos su humanidad,
pero estamos contemplando a Dios.
No nos cansamos de mirar a Jesús y toda la maravilla
del amor de Dios que en El contemplamos. Nos quedamos extasiados - ¿Quién no se
queda extasiado ante la ternura de un niño recién nacido? - porque además en
esa ternura estamos descubriendo la ternura de Dios, y parece que ya no
quisiéramos mirar otra cosa. Pero nuestros ojos hoy quieren de manera especial
ampliar la mirada y contemplamos a aquella que lo sostiene en sus brazos y
sencillamente dejando que aflore también la ternura en nuestro corazon le
decimos ‘gracias, María, gracias, madre,
porque nos has dado a Jesús’.
Hoy la liturgia quiere que sin dejar de mirar a Jesús -
hoy la pusieron con la circuncisión el nombre de Jesús - contemplemos también a
María. ‘Al cumplirse los ocho días tocaba
circuncidar al Niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el
ángel antes de su concepción’. Es la madre de Jesús, la que con su Sí hizo
posible que Dios se encarnase en sus entrañas. ‘Cuando se cumplió el tiempo,
envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer…’ Es la madre de Dios. ‘Gracias, María, por tu Si; gracias, María,
por tu disponibilidad y por la generosidad de tu corazón’.
‘Los pastores fueron
corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el
pesebre’. Allí
estaba el niño que los ángeles habían anunciado como el salvador que había
nacido en la ciudad de David. Y lo encontraron con María, y María observaba en
silencio, María lo guardaba todo en el corazón. Ya no hay palabras de María.
Aquel Sí de Nazaret era el Sí que la había llevado hasta Belén, como un día la
llevará hasta lo alto del Calvario, al pie de una cruz, porque estará siempre
con Jesús. María ahora nos enseña a mirar, a observarlo todo y a guardarlo en
el corazón. Es la Palabra que ella había plantado en su corazón. Es la Palabra
que sigue llegando a nosotros y que también hemos de guardar en nuestro
corazón, plantar en nuestro corazón.
Casi no es necesario decir muchas cosas sino que nos
quedemos contemplando la escena, contemplando a Jesús y contemplando a María,
contemplando también todo el misterio que ante nosotros se realiza con los ojos
de María. Para que reconozcamos de verdad en aquel hijo de María al que es el
Hijo de Dios; para que nos llenemos también de los sentimientos de María; para
que sintamos cerca de nuestro corazón a Jesús, como lo sentía María, pero
también para que sintamos todo su calor de Madre. Ahí está ella y la
contemplamos como la Madre de Dios, pero sabemos que un día se nos va a regalar
como madre, para ser también nuestra madre.
Estamos celebrando la octava de la Navidad. Seguimos
con los gozos en el alma por el nacimiento de Jesús que celebramos hace ocho
días y la fiesta de la Navidad sigue resonando en nuestro entorno. A esto se
une que en el calendario que rige el devenir de nuestra sociedad en este día
celebramos el inicio de un año nuevo. Junto a aquellos buenos deseos de
felicidad que nos augurábamos hace unos días porque era la navidad se unen hoy
las esperanzas, las buenas esperanzas de futuro en el año que comienza. Todo
son parabienes y buenos deseos; nos deseamos felicidad y queremos que el año
que iniciamos sea bueno.
Es cierto que le vida de nuestra sociedad y nuestro
mundo está entretejida por los distintos acontecimientos que se suceden y en la
globalidad actual de nuestro mundo a todos nos afecta lo que pueda suceder en
cualquier rincón de nuestro planeta. Pero no miremos el devenir de la vida como
un destino fatal del que no nos podemos sustraer. Pensemos también que ese
mundo está en nuestras manos, en las manos de los hombres que en él habitamos.
Y es ahí donde hemos de pensar en esa contribución que cada uno hace o ha de
hacer para que nuestra sociedad sea mejor, nuestro mundo sea más habitable para
todos y todos seamos más felices.
Nuestros deseos de paz y bien de estos días tendrían
que ser compromisos de solidaridad para entre todos hacer ese mundo mejor,
poniendo cada uno nuestro granito de arena. No somos ajenos a lo que suceda en
nuestro mundo. Todos tenemos que sentirnos responsables de él.
En esta jornada además de primero de año celebramos la
Jornada de la paz. ¿Qué cosa mejor podríamos desear y en lo que comprometernos?
Es tarea de cada uno de los hombres que habitamos en este planeta, pero es
también una gracia del Señor. Por eso para nosotros los cristianos esta jornada
de la paz es una jornada de oración por la paz. Como escuchábamos en la lectura
de los Números aquella en aquella bendición antigua pidamos que en verdad el
Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz. Es la bendición,
pero es también la suplica que queremos elevar al Señor.
Que María, la madre de Jesús y nuestra madre que
escuchó a los Ángeles en el nacimiento de su hijo cantando la gloria del Señor
pero al mismo tiempo la paz para los hombres que somos amados de Dios, se
convierte en nuestra intercesora ante de Dios de la paz para nuestro mundo.
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