La fiesta de los Santos Inocentes en medio de las alegrías de la Navidad viene a ser un toque de atención en nuestro corazón para ver el sufrimiento de tantos inocentes en el mundo que nos rodea
1Juan 1,5-2,2; Sal 123;
Mateo 2,13-18
La alegría y la felicidad que vamos viviendo muchas
veces se ve en cierto modo nublada por las sombras de los sufrimientos y los
dramas que continuamente nos ofrece la vida. Queremos ser felices, queremos
llenar nuestro corazón de alegría pero surgen los problemas y nuestra alegría
parece que no puede ser total. ¿Tenemos que amargarnos y llenar nuestro corazón
de angustia por tales cosas? ¿O tendremos que buscar alguna forma para mitigar
desde nuestra solidaridad ese sufrimiento que vemos en los demás o encontrarle
un sentido y un valor a nuestros propios sufrimientos para no perder la alegría
del alma?
Comienzo haciéndome esta reflexión en esta fiesta de
los Santos Inocentes que celebramos en medio de las alegrías de la Navidad.
Seguimos con el gozo y la fiesta del nacimiento de Jesús. Pero como
contemplamos en el evangelio ya los primeros momentos de su vida se vieron
marcados por la sangre y el martirio de aquellos inocentes, pero también por el
propio desarraigo que sufrió en si mismo en el exilio que la familia tuvo que
sufrir con su huida a Egipto.
Creo que previamente a leer esta reflexión hayamos leído
el texto del evangelio que arriba aparece citado que nos narra el hecho del
martirio de aquellos inocentes. Creo que nos sea fácil hacer una lectura de ese
texto - aplicando así la Palabra de Dios a nuestra vida como siempre tenemos
que hacerlo - en los acontecimientos que vivimos ya sea en nuestra propia
persona por los problemas que nos afectan y nos preocupan, pero también en lo
que se vive en el mundo de hoy.
Por una parte sufrimientos y problemas que nos afectan
y que quizá no hemos buscado ni hemos sido causa de ellos, pero que ahí van
apareciendo en nuestra vida y que tenemos que afrontar no perdiendo nunca la
paz y la serenidad en su corazón. Hoy miramos a José en medio de los problemas
que surgían y que ponían en peligro la vida del niño pero que afronto poniendo
su fe y su confianza en el Señor que se le manifestaba en medio de aquellos
acontecimientos.
Pero en la muerte de los inocentes contemplamos el
sufrimiento de tantos inocentes en nuestro mundo; nos sentimos incapaces quizás
y abrumados cuando vemos el sufrimiento de tantos; no sabemos quizá qué hacer,
pero en nuestro corazón tiene que aparecer la solidaridad para ponernos a su
lado, para hacer de nuestra parte todo lo necesario para que nuestro mundo sea
más justo, para denunciar quizá las injusticias que contemplamos que hacen
sufrir a tantos.
Y vemos finalmente a una familia que tiene que dejar su
casa, su tierra, su patria en búsqueda de lugares de paz. ¿No es eso lo que
contemplamos en tantos emigrantes, desplazados, refugiados que andan de un lado
para otro en nuestro mundo de hoy? Nos sentimos quizá sensibilizados de manera
especial cuando esos refugiados están llegando a las puertas de Europa, pero es
en tantos lugares del mundo donde se suceden esas cosas pero que quizá por la lejanía
ni nos enteramos ni nos queremos enterar.
Que el Señor despierte esa sensibilidad en nuestro
corazón porque no nos podemos cruzar de brazos o mirar para otro lado. Pongamos
más y más amor en nuestra vida y que florezca en nuestro mundo.
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