No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean
1Juan
2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18
‘Pues de su plenitud
todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por
medio de Jesucristo…’
No terminamos de dar gracias a Dios lo suficiente. Seguimos viviendo el
misterio de la Navidad, pero hemos de seguir haciéndolo con toda profundidad.
Hay el peligro que nos distraigamos con todas las cosas
que el mundo nos ofrece estos días en nombre de la navidad, pero no nos podemos
quedar en lo superfluo, en lo superficial. Recojamos, sí, todo lo bueno que
podemos encontrar en la alegría que vive la gente que está en nuestro entorno, aprovechemos
todo lo que significan esos buenos deseos que nos tenemos los unos hacia los
otros, disfrutemos de todo lo que sea encuentro en las familias, con los
amigos, con las personas cercanas, pero centrémoslo de verdad todo en Cristo.
El es la verdadera motivación de toda esta celebración,
aunque ya algunos no lo tengan tan en cuenta o tan claro, pero nosotros sabemos
que sí, que en Jesús está el centro y lo que El quiere con su venida a la
tierra es que verdaderamente seamos felices y nos hagamos felices los unos a
los otros.
Todos esos buenos deseos son semillitas de ese Reino de
Dios que El ha venido a instaurar. Pero pensemos que todo es gracia, porque
todo es don de Dios, es regalo de amor que El nos hace; no olvidemos nunca que
la verdad y la luz verdadera la vamos a encontrar solo en Jesús; busquemos esa
vida que El nos ofrece, porque El es la vida misma y nos la concede con la
mayor plenitud.
De eso nos habla
el evangelio que la liturgia nos ofrece en esta mañana del 31 de diciembre,
cuando estamos casi finalizando la octava de la navidad. El es el Verbo de Dios
que se hace carne, que planta su tienda entre nosotros para ser nuestra luz y
nuestra vida. Pero ya sabemos cómo muchos rechazan la luz, prefieren la
oscuridad, las tinieblas, porque sus obras no son obras de luz.
Pero como nos dice el evangelio a los que lo recibieron
les dio el poder ser hijos de Dios. Es
la grandeza y la maravilla que nos descubre nuestra fe en Jesús. Por eso, como
decíamos al principio, no tendríamos que cansarnos de darle gracias
continuamente. El, el Hijo de Dios, ha venido a tomar nuestra carne haciéndose
hombre como nosotros, para levantarnos a nosotros, para hacernos hijos, hijos
de Dios.
‘La gracia y la verdad
nos vinieron por Jesucristo…’
nos decía el Evangelio. Vivamos en esa gracia, vivamos en esa luz, tengamos la
certeza de la verdad de Jesucristo en nosotros y que en nosotros no haya nunca
mentira, falsedad, hipocresía, oscuridad, muerte. El nos fortalece con su
gracia para que así sea; así nos regala.
Y termino con un buen deseo para todos cuando nos
aprestamos a iniciar un año nuevo. Que en verdad iniciemos este año nuevo en
esa gracia de Jesús y no nos falte nunca paz en el corazón para que así
construyamos ese mundo en paz, comenzando por los que más cerca están de
nosotros. Que la paz que llevamos en el corazón llene de paz a cuantos nos
rodean y así hagamos que todos sean más felices. No es cuestión solo de
desearlo con buenas palabras, sino que sea nuestra vida la que construya esa
paz.
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