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jueves, 31 de diciembre de 2015

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

1Juan 2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18

‘Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo…’ No terminamos de dar gracias a Dios lo suficiente. Seguimos viviendo el misterio de la Navidad, pero hemos de seguir haciéndolo con toda profundidad.
Hay el peligro que nos distraigamos con todas las cosas que el mundo nos ofrece estos días en nombre de la navidad, pero no nos podemos quedar en lo superfluo, en lo superficial. Recojamos, sí, todo lo bueno que podemos encontrar en la alegría que vive la gente que está en nuestro entorno, aprovechemos todo lo que significan esos buenos deseos que nos tenemos los unos hacia los otros, disfrutemos de todo lo que sea encuentro en las familias, con los amigos, con las personas cercanas, pero centrémoslo de verdad todo en Cristo.
El es la verdadera motivación de toda esta celebración, aunque ya algunos no lo tengan tan en cuenta o tan claro, pero nosotros sabemos que sí, que en Jesús está el centro y lo que El quiere con su venida a la tierra es que verdaderamente seamos felices y nos hagamos felices los unos a los otros.
Todos esos buenos deseos son semillitas de ese Reino de Dios que El ha venido a instaurar. Pero pensemos que todo es gracia, porque todo es don de Dios, es regalo de amor que El nos hace; no olvidemos nunca que la verdad y la luz verdadera la vamos a encontrar solo en Jesús; busquemos esa vida que El nos ofrece, porque El es la vida misma y nos la concede con la mayor plenitud.
De eso  nos habla el evangelio que la liturgia nos ofrece en esta mañana del 31 de diciembre, cuando estamos casi finalizando la octava de la navidad. El es el Verbo de Dios que se hace carne, que planta su tienda entre nosotros para ser nuestra luz y nuestra vida. Pero ya sabemos cómo muchos rechazan la luz, prefieren la oscuridad, las tinieblas, porque sus obras no son obras de luz.
Pero como nos dice el evangelio a los que lo recibieron les dio el poder ser hijos de Dios.  Es la grandeza y la maravilla que nos descubre nuestra fe en Jesús. Por eso, como decíamos al principio, no tendríamos que cansarnos de darle gracias continuamente. El, el Hijo de Dios, ha venido a tomar nuestra carne haciéndose hombre como nosotros, para levantarnos a nosotros, para hacernos hijos, hijos de Dios.
‘La gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo…’ nos decía el Evangelio. Vivamos en esa gracia, vivamos en esa luz, tengamos la certeza de la verdad de Jesucristo en nosotros y que en nosotros no haya nunca mentira, falsedad, hipocresía, oscuridad, muerte. El nos fortalece con su gracia para que así sea; así nos regala.
Y termino con un buen deseo para todos cuando nos aprestamos a iniciar un año nuevo. Que en verdad iniciemos este año nuevo en esa gracia de Jesús y no nos falte nunca paz en el corazón para que así construyamos ese mundo en paz, comenzando por los que más cerca están de nosotros. Que la paz que llevamos en el corazón llene de paz a cuantos nos rodean y así hagamos que todos sean más felices. No es cuestión solo de desearlo con buenas palabras, sino que sea nuestra vida la que construya esa paz.

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