Es
momento para hacer una mirada de fe a mi vida, no solo hacer una mirada a mi
vida de fe, sino desde un sentido y una visión creyente valorar toda mi vida
1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18
Hoy es
habitual en la mayoría de la casas andar muy preocupados y ocupados en los
preparativos para la nochevieja, para el fin de año. Es un hecho social. En el
calendario cae una hoja, pero con el cambio de año no parece una hoja
cualquiera. Son momentos de fiesta en la despedida del año que termina y en el
recibimiento del año nuevo. Todo son buenos deseos para el año que comienza.
Pero también
hay que decir que para algunos – y nos tendríamos que preguntar si no sería así
para todos – es un momento de un parón, aunque sea momentáneo para mirar hacia
atrás y contemplar el año que termina. Sería una cosa muy necesaria y
conveniente. Me atrevo a pensar que en medio de todas esas preocupaciones y
ocupaciones en que hoy estamos liados tendríamos que sacar unos momentos para
hacer esa mirada.
Socialmente
ha sido un año muy complejo porque la pandemia sigue y no terminamos de ver
previsiones de un próximo cambio, sino que más bien parece que en estos
momentos las cosas se ponen un tanto graves; la crisis social y económica que
acompaña cuanto sucede sigue afectando a muchas personas y es algo que tendría
que preocuparnos seriamente; en una de nuestras islas se han vivido unos
especiales momentos de angustia, donde en cierto modo todos los canarios nos
hemos visto afectados, con el volcán de Cumbre Vieja que asoló en parte la isla
de La Palma. Así podríamos seguir pensando en muchas más cosas de este calibre
que ya los medios de comunicación social en algún momento nos están recordando.
Pero creo que
ese detenernos, aunque existen estas preocupaciones graves, tendría que ir en
lo personal por caminos de mayor hondura. ¿Qué ha significado en mi vida
personal este año que termina? ¿Qué provecho ha tenido para mi vida? Lo que he
ido viviendo a través del año ¿ha contribuido a mi crecimiento personal, a mi maduración
como persona? Muchas cosas tendríamos que saber analizar con detalle; cada uno
conoce su vida con sus limitaciones y carencias y con el progreso personal que
va realizando, y la mirada tiene que ser muy personal de cada uno a sí mismo, a
su interior, y al mismo tiempo en consecuencia a todo lo que ha significado mi
relación con las personas de las que me rodeo.
Es momento, sí, de hacer balances, pero no de resultados económicos sino de ese enriquecimiento como persona en el cultivo de los mejores valores. Y es momento para hacer una mirada de fe a mi vida, no solo hacer una mirada a mi vida de fe, sino desde un sentido y una visión creyente valorar toda mi vida. Vamos a decir que es tratar de descubrir cómo me ven los ojos de Jesús, los ojos de Dios. Es en Cristo donde tenemos que centrar lo más hondo de nuestra vida, pero ¿ha sido así como realmente he vivido este año?
Hoy he
querido en este último día del año dejar esta reflexión, aunque nos pareciera
que no es un comentario al evangelio del día. No perdamos de vista, por otra
parte, que seguimos dentro de la octava de la Navidad y ese espíritu navideño
tenemos que seguir viviéndolo, aunque ya para el mundo que nos rodea les pueda
parecer que quedó atrás y muy lejos, aunque aún sigan los mismos adornos en
nuestras casas y en nuestras calles.
Hoy
precisamente en el evangelio se nos recuerda que ‘el Verbo se hizo carne y
plantó su tienda entre nosotros’. Es el misterio de Navidad que seguimos viviendo
y celebrando. Pero también se nos dice que ‘la luz brilló en la tiniebla y
la tiniebla no quiso recibirla’. Cuidado le demos la espalda a esa luz preocupados
como andamos por tantas cosas. Que seamos en verdad aquellos que la recibimos y
que ‘a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre les dio poder de
ser hijos de Dios’. Es lo que somos y es lo que hemos de vivir.