Como
María pongámonos aprisa en camino para estar allí donde sea necesario compartir
la alegría de nuestra fe y el amor que nos llena de esperanza de nueva vida
Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32;
Lucas 1, 39-45
Solemos hacer
analogías y comparaciones entre el camino y la vida; y señal de esa vida es el
ponerse en camino, el estar en camino. La vida no se detiene, avanza, queremos
que camine hacia delante, no nos gustan los retrocesos; queremos salir e ir al
encuentro de la vida misma, al encuentro del mundo que nos rodea, atravesar
esos senderos haciendo camino y sabiendo ir también al encuentro con los demás.
Nos ponemos
en camino porque buscamos, nos ponemos en camino porque queremos ir al
encuentro del otro, nos ponemos en camino porque también tenemos algo que
comunicar, una alegría que compartir, o un pesar del alma para el que queremos
encontrar consuelo. Ojalá nuestros caminos sean siempre de alegría, no nos
falte la esperanza, nos sintamos siempre fuertes y seguros en el rumbo que
tomamos, o también seamos humildes para pedir ayuda en ese camino; no nos
queremos quedar pasivamente al borde del camino.
¿Nos estará
enseñando algo de todo eso María de Nazaret a quien vemos hoy que se pone en
camino para ir al encuentro de Isabel en la montaña? Era un camino en que no se
detuvo, fue aprisa dice el evangelio, la alegría que llevaba en su corazón le
daba alas porque quería ir allí donde ella sabía que debía de estar en aquel
momento. Era la alegría de la fe que resplandecía en su corazón de manera que
merece la alabanza de su prima desde el primer momento que llegue a su
encuentro, era la alegría de lo que llevaba en sí misma porque llevaba a Dios,
era la agraciada del Señor, y era la alegría del amor y del servicio que podía
prestar a su prima en las circunstancias de la maternidad en que se encontraba.
No olvidaba
María lo que llevaba en su corazón porque su vida era un puro cántico de
alabanza al Poderoso que en ella estaba realizando cosas admirables. Era
consciente del misterio de Dios en que se veía implicada, y por eso mismo ya
comenzaba a realizar su misión cuando con su presencia va derramando gracias,
porque solo por el sonido de su voz reconocería el niño que se gestaba en las
entrañas de Isabel quien llegaba hasta aquel hogar y con sus brincos en el seno
de su madre se unía a la fiesta y al cántico de alabanza al Creador.
María, sí,
nos está enseñando a ponernos en camino porque también son muchas las cosas que
nosotros podemos llevar a los demás. Aprendamos a ir siempre con la alegría de
María, porque no nos falte esperanza, porque seamos conscientes de la misión que
nosotros también tenemos con nuestro mundo donde siempre tenemos que ser
portadores de evangelio.
Como María
hagámonos nosotros también buena noticia, evangelio para los que están a
nuestro lado porque de igual manera resplandezca en nosotros la fe, porque
vayamos con el testimonio de nuestra esperanza aunque el mundo y los caminos
del mundo se nos llenen tantas veces de sombras, porque vayamos con el
testimonio del amor y del servicio porque siempre tenemos alguien a quien
servir, alguien a quien mostrarle toda la ternura de nuestro corazón.
Es el
testimonio de luz que tenemos que dar en medio de nuestro mundo; son demasiadas
las oscuridades pero en nosotros siempre hay una esperanza. Y podemos
levantarnos, y podemos ayudar a los demás a levantarse también y a ponerse en
camino de algo nuevo, de algo bueno que siempre puede suceder en sus vidas.
Como creyentes en Jesús somos los caminantes optimistas que siempre seremos
capaces de ver la luz, siempre estaremos comprometidos a llevar la luz, siempre
tenemos que ser sembradores de ilusión y de esperanza en aquellos que caminan,
algunas veces arrastrándose, a nuestro lado en los caminos de la vida. Seamos
siempre con nuestras palabras y con nuestro testimonio sembradores de vida y
portadores de luz.
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