En la
ya inmediata navidad que vamos a celebrar dejémonos sorprender por Dios que
quiere ser Emmanuel en nuestra vida, algo quiere decirnos
Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1,
57-66
Tenemos el
peligro hoy de perder la capacidad de sorpresa. El ritmo de la vida o el ritmo
con que todo progresa, de manera que ahora podemos contemplar cosas que ni
podíamos imaginar hace muy poquitos años, puede hacernos perder esa
sensibilidad, nada nos sorprende, damos casi por sentado que las cosas cambian
de un momento a otro y nos iremos encontrando cosas nuevas a cada instante.
Aceptando
incluso ese ritmo vertiginoso de la vida no podemos perder la capacidad de la
sorpresa, porque en cosas que nos pueden parecer normales y sencillas sin
embargo podemos descubrir grandes maravillas, o podemos describir cosas que nos
pueden engrandecer, nos puede ayudar en nuestro camino como personas en medio
del mundo, para no ser unos autómatas. Y nos sorprenden no solo las cosas que
nos asustan o llenan de temor, sino que nos hemos dejar sorprender por algo
sencillo que sin embargo puede llenar de alegría nuestro corazón.
El nacimiento
de Juan en casa de Zacarías e Isabel allá en las montañas de Judá aunque en una
cierta cercanía de Jerusalén estuvo lleno de sorpresas no solo para la propia
familia, sino también para sus vecinos y los habitantes de aquel lugar. El
mismo hecho del embarazo de Isabel siendo ya una mujer mayor causó admiración
entre sus vecinos y ya nos dice el evangelista en su relato que la felicitaban
porque Dios había obrado con misericordia con ella. Ya también era algo que no
entendían por qué Zacarías se había quedado mudo desde que nueve meses antes
había regresado de su servicio en el templo.
Pero las
sorpresas aún con la alegría del nacimiento de un niño fueron grandes en los
siguientes momentos. A la hora de la circuncisión era el momento de la
imposición del nombre al recién nacido; lo normal para todos ellos era que se
llamara Zacarías como su padre, pero la madre insistía en que había de llamarse
Juan; no era un nombre que llevara ninguno de sus familiares pero sorprendía la
insistencia de Isabel. Preguntan por señas al padre cómo había de llamarse y
escribiendo en una tablilla – estaba aún mudo – señaló que había de llamarse
Juan.
‘¿Qué va a
ser de este niño?’, se preguntaban todos asombrados; el nombre tiene también su
significado y Juan viene a significar ‘Dios ha tenido misericordia con él’, que
se correspondería como dicen algunos analistas de significados como el hombre
que es respuesta a esa misericordia se mantiene fiel a Dios por encima de todo.
Ya los mismos vecinos habían felicitado a Isabel porque Dios había tenido
misericordia con ella al concederle el don de la maternidad, algo que era muy
apreciado en Israel. No ha de extrañar, pues, el nombre que se le quiere
imponer. Pero las gentes se sorprenden y se admiran porque están viendo que la
mano del Señor se está allí haciendo presente.
¿Seremos
capaces de ver nosotros la mano de Dios que también se hace presente de mil
maneras en nuestra vida? A todo hoy queremos darle explicaciones naturales y
racionales, pero sigue habiendo misterio en la vida del hombre, se sigue
haciendo presente el misterio de Dios en nuestra vida. Es lo que el corazón de
un creyente ha de saber intuir y descubrir, es precisamente la base que nos
hace creyentes. Dejémonos sorprender por Dios, incluso en aquellas cosas que
nos suceden que nos puedan resultar o incomprensibles o duras. Dios nos está
queriendo decir algo, Dios quiere manifestarse en nuestra vida, dejemos actuar
a Dios.
¿Nos hará
falta esa capacidad de sorpresa y admiración ante la cercana navidad en las
circunstancias concretas en que tendremos que vivirla en este año? ¿Qué nos
estará queriendo decir el Señor cuando así de esa manera se hace, se sigue
haciendo Emmanuel, Dios con nosotros?
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