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jueves, 21 de noviembre de 2024

Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

 


Unas lágrimas de Jesús sobre la ciudad santa que nos hacen mirarnos a nosotros mismos a quien Dios tanto ha regalado con su amor

Apocalipsis 5,1-10; Salmo 149; Lucas 19,41-44

Si hay algo que a todos nos conmueve son las lágrimas de cualquier ser vivo, de cualquier ser humano en nuestra presencia. Siempre nos preguntamos ¿por qué? ¿por qué esas lágrimas? Y tratamos de ser paño de lágrimas aunque no siempre sepamos como enjugarlas.

¿Por qué lloramos? ¿Por qué son esas lágrimas? Por empezar por las que puedan ser más agradable, podemos pensar que lloramos de alegría, de emoción, de sorpresa por algo bueno que nos acontece; todos hemos visto a una madre llorar de alegría cuando recibe noticias del hijo del que hace tanto tiempo que no sabe nada; lloramos de alegría si tenemos la suerte de que las cosas nos vayan bien o conseguimos aquella meta que tanto ansiábamos; todos nos emocionamos con quien está emocionado y terminamos derramando lágrimas con él; pero lloramos de rabia y de impotencia cuando no logramos el premio por el que luchábamos, o lloramos de angustia en la separación de un ser querido porque se va de viaje, lloramos de tristeza ante la muerte de seres queridos o allegados a nosotros; pero lloramos insatisfechos cuando vemos que hemos hecho tanto por alguien que no lo agradece, que incluso se puede volver contra nosotros y nos sentimos inútiles en lo que intentamos para el otro.

Muchas y distintas lágrimas pueden salir de nuestros ojos, que manifiestan sentimientos, amarguras, amores disfrutados o frustraciones en el amor, alegrías y tristezas, que expresan lo más hondo que llevamos dentro y que no tenemos palabras para expresarlo. ¿Sabremos descubrir no solo el por qué de nuestras lágrimas sino también el por qué de las lágrimas de tantos en nuestro entorno? ¿Acaso se nos secan nuestras lágrimas por alguna razón o nos volvemos insensibles ante las lágrimas que se derraman en derredor nuestro?

Hemos venido con el evangelio de san Lucas acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén; en ocasiones el caminar de Jesús parece que tiene prisa, como nos dice el evangelista, iba delante, conciente de la Pascua que en Jerusalén ha de celebrar, ha de vivir. Son muchos los anuncios que ha ido haciendo a lo largo del camino de lo que sucederá en Jerusalén aunque nunca los discípulos parecen entender las palabras de Jesús. Ahora se asoma ya como en un bacón a contemplar la ciudad de Jerusalén desde el monte de los Olivos. Allí nos queda una iglesia como recuerdo de ese momento.

Era de emoción grande para todo peregrino llegar a contemplar la ciudad santa a la que todos querían subir, además de la belleza que desde allí se contemplaba. Los que hemos peregrinado en alguna ocasión a aquel lugar hemos sentido también esa emoción, gratos recuerdos llevo en la memoria de mi alma.

Y nos dice el evangelista que Jesús llora. ¿Era solo la emoción de la contemplación de la ciudad santa? Todo buen judío sentía esa emoción. En otros momentos se nos hablará de cómo ponderaban las bellezas y tesoros que desde allí se contemplaban. Pero, ¿cuál era el motivo del llanto de Jesús? ¿El pensar en todo lo que allí había de sufrir en su pasión y en su pascua? Otros serían los momentos, al pie precisamente de ese monte en el huerto donde estaba el molino de aceite, para llegar incluso a sudar sangre por la angustia de lo que iba a suceder que El tan claramente veía.

Pero el llanto de Jesús ahora es distinto. Jesús llora por aquella ciudad a la que había amado tanto, por la que tanto había hecho, en la que había enseñado en sus calles y en la explanada del templo, en la que les había ido manifestando una y otra vez todo lo que era el misterio y el regalo de Dios, pero que ellos rechazaban. Es cierto que en algún momento los niños y la gente sencilla lo van a aclamar precisamente al final de aquella bajada del monte de los olivos, pero estaba el rechazo de quienes no querían recibir la luz; curaría a sus ciegos en sus calles, haría caminar a los inválidos postrados en sus piscinas siempre en eterna espera de la salud, pero ellos no sabían ver la luz, no sabían descubrir la verdadera salvación que Jesús les traía. Y llora Jesús por todos ellos, a los que había querido acoger como la gallina acoge a sus polluelos bajo sus alas.

Pero ¿nos dirá algo a nosotros hoy ese llanto de Jesús? Es un llanto que también es por nosotros a quienes tanto ha regalado, pero que tan poca respuesta hemos dado. Detengámonos a pensar ahora en nosotros mismos, en nuestras rutinas y en nuestras actitudes de derrotismo, en nuestras cobardías que a tantas negaciones nos han conducido, en nuestras cegueras cuando no hemos sabido descubrir la luz que nos llega de tantas maneras para despertar nuestro espíritu en tantas cosas que nos suceden a nuestro alrededor y que son señales de Dios en nuestro camino, en ese dejarnos envolver por ese egoísmo que nos hace insolidarios y que como lepra nos aísla y nos separa de los demás, en esos oídos sordos para escuchar lo que la Palabra nos dice a nosotros pero que esquivamos pretendiendo adosársela a los demás…

Cuántos motivos tendríamos pero para llorar nosotros, para terminar de escuchar esa palabra de Jesús que nos dice ‘levántate y anda’ como al paralítico de la piscina, ‘levántate y sal fuera’ como a Lázaro de Betania, ‘tus pecados quedan perdonados’ como al paralítico de Cafarnaún, ‘tu fe te ha curado’, como a la mujer de las hemorragias, ‘¿no te he dicho que tengas fe?, como a Jairo en el camino...

¿Nos sentiremos conmocionados por ese llanto y esas lágrimas?

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

 


Salgamos de la pasividad conservadora de no perder lo que tenemos con el riesgo que significar abrir nuevos horizontes desde nuestra fe en nuestro mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Salmo 150; Lucas 19, 11-28

¿En qué ocupamos la vida? Eso viene a decirnos el sentido que la vida tiene para nosotros. Hay quienes no piensan en  hacer nada, simplemente dejarse llevar por la pasividad, a lo que salga, pasarlo bien y vivir la vida; pero claro, tendríamos que preguntarnos y ¿qué es vivir la vida?  Creo que una vida así no se vive, se soporta o nos queremos aprovechar de ella, pero nada aportamos.

Pero hay quienes se arriesgan, quieren salir de esa pasividad, buscan algo nuevo y algo mejor, algo que en verdad les haga sentirse vivos, y siempre estarán buscando qué hacer, no simplemente por ocupar el tiempo sino por darle sentido a su tiempo haciéndolo productivo. Pero es un riesgo, conlleva esfuerzo, no siempre vamos a encontrar el resultado apetecido tan pronto como deseamos, nos exigirá sacrificios, buscar metas, darle hondura a la vida, aunque haya tropiezos, se puedan cometer errores, pero encontraremos satisfacciones más hondas que las de aquellos que no hacen nada y se quedan en la pasividad. Es un riesgo, porque nos exigirá poner todo lo nuestro, lo que somos más que lo que tenemos, porque no son cosas solo lo que buscamos.

Y surgen las personas emprendedoras, aparecen nuevas iniciativas, desarrollamos toda nuestra creatividad, porque de alguna manera estamos siendo creadores de esa vida que vivimos, y por eso mismo sentimos mayor satisfacción. Lo vemos en el orden también de lo material, quien quiere emprender un nuevo negocio, quiere avanzar en la vida para no quedarse en lo de siempre, quien busca también ¿por qué no?, un beneficio material, una riqueza para su vida, tiene que arriesgar y esforzarse, no se puede quedar con los brazos cruzados esperando que todo se lo den hecho.

De esto nos está hablando Jesús en el evangelio. Lo hace como una lección amplia para nuestra vida, pero está también en aquellas circunstancias que ahora mismo están viviendo sus seguidores, pero de alguna manera lo que es la vida del pueblo de Israel. Estaban subiendo a Jerusalén, nos dice el evangelista. Y algunos de sus seguidores más entusiastas ya estaban pensando que llegaba la hora de aquel reino que Jesús tanto había anunciado; claro que seguían sin terminar de entender el sentido del Reino de Dios que Jesús les anunciaba. Algunos pensaban que era la hora de la restauración de Israel, con todas las connotaciones que aquello tenía en su mentalidad. Pero también pensaban que todo se les iba a dar por nada, surgía un Mesías, un liberador y todo estaba hecho. Pero Jesús les propone una parábola.

Alguien que va a buscar el titulo de rey, aunque hay muchos que no están de acuerdo, pero mientras él deja a sus más cercanos un encargo. Les reparte una minas de oro (era una expresión que tenían de esos valores o riquezas que poseían), pero a no todos reparte de la misma manera, unos más y otros menos. Han de negociarlo.

Ponerse a negociar es una habilidad y es también un riesgo, porque aquel con quien negociemos también tiene sus mañas y habilidades y él también quiere ganar. Lo que son los negocios de la vida, como bien sabemos. A su vuelta pide cuentas; unos han dado rendimiento, más o menos según sus capacidades y habilidades, pero hay quien no ha rendido nada, porque nada ha negociado, y así lo reconoce. Había guardado aquella mina de oro que le habían confiado para no perderla y ahora la entrega dando la razón del miedo que tenía de no ganar, de perderla. Y con él aquel que viene con el titulo de rey es muy severo.

Como decíamos, Jesús quiere hablarnos de una forma general para la vida y para nuestras responsabilidades, y ya tomamos nota. Pero Jesús quiere hablarnos de lo que hemos de hacer para realizar ese Reino de Dios. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos decir que son tiempos difíciles, no nos podemos quedar en que la gente no responde por mucho que nosotros hagamos, no podemos quedarnos en la pasividad del que se resigna. Y cuidado que habemos cristianos resignados y pacíficos, cuidado que algunas veces también en nuestros ámbitos eclesiales nos falta ese entusiasmo, esa iniciativa y esa creatividad, cuidado que no contentamos, decimos, con conservar los que aun tenemos para que no se vayan, pero nada estamos haciendo para sean otros los que vengan, los que reciban el anuncio del Reino que tenemos que realizar.

¿Querremos entender de verdad lo que Jesús nos está diciendo con la parábola? ¿Llegará un momento en que terminemos por despertar y salir de nuestras rutinas? ¿Seguiremos los cristianos en nuestra dejadez y nuestro poco entusiasmo? ¿Seguiremos refugiándonos en nuestras reuniones de siempre y en nuestros rezos dentro de nuestros templos? ¿Nos daremos cuenta de que es algo más que organizar procesiones lo que los cristianos tenemos que hacer en medio del mundo?

martes, 19 de noviembre de 2024

Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

 


Nos subimos a la higuera y nos ocultamos tras sus hoja o nos bajamos pronto a la llamada que Jesús nos hace, un momento importante que nos hace llegar la salvación

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Salmo 14; Lucas 19, 1-10

Estamos allí aglomerados un grupo diverso de personas, unas conocidas, otras no, quizás vecinos o personas cercanas a nosotros, porque estamos esperando quizá para entrar en algún sitio, o porque estamos esperando el transporte publico para nuestro viaje; más o menos charlamos entre todos en nuestra impaciencia como suele ser habitual, pero en un momento dado se acerca una persona que desconocida que por sus características nos puede parecer que es de otro lugar, un inmigrante quizás, y se hace silencio, nos hacemos a un lado casi como si no quisiéramos que se pusiera junto a nosotros, nuestras miradas de desconfianza tratan de soslayar su mirada porque quizás nos sentimos incómodos; ¿habrá alguien que rompa el silencio y se dirija con una palabra amable al recién llegado al que quizás ni respondimos a su saludo? El también quiere tomar ese autobús, él también quiere llegar a ese sitio, ¿habrá alguien que le ponga las cosas fáciles? Seguro que brotaría una sonrisa de agradecimiento y se sentiría distinto.

He querido comenzar la reflexión de hoy con un episodio como este con el que nos encontramos en cualquier momento del día, queriendo traer al hoy de nuestra vida el episodio que nos narra el evangelio. También las gentes estaban aglomeradas en la vía que atravesaba la ciudad de Jericó y que tendría su continuación en el camino que llevaba a Jerusalén. Jesús estaba atravesando la ciudad y la gente se agolpaba para ver pasar a Jesús; quizás habían traído sus enfermos con la esperanza que Jesús los curara; todos querían verle y escuchar alguna de sus palabras.

En medio de toda aquella gente apareció el que menos pensaban que tuviera curiosidad por conocer a Jesús. El publicano Zaqueo con el que nadie quería mezclarse. Por eso le costó tanto encontrar un lugar desde donde él también viera pasar a Jesús, porque además era bajo de estatura y detrás de la gente poco podría ver. Encontró una solución; más adelante había una higuera y subido entre sus ramas podría ver pasar a Jesús y él pasaría desapercibido ya que tanto lo despreciaban sus vecinos.  No molestaría a nadie y se podía ver saciada su curiosidad.

Pero es Jesús el que inesperadamente se detiene ante aquella higuera; había descubierto a Zaqueo y ahora era Jesús el que se dirigía a El porque quería hospedarse en su casa. No es necesario poner mucha imaginación para ver la alegría y el entusiasmo con que se bajó Zaqueo de la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús. Algo renació en su corazón como luego se va a manifestar. Su vida cambiará radicalmente, así lo manifestará, devolverá y con creces lo que ha robado y lo que tiene lo repartirá entre los pobres. ¿Recordaremos quizá aquel joven rico al que Jesús un día le dijo que vendiera todo lo que tenía para repartir su dinero con los pobres?

‘Hoy ha entrado la salvación a esta casa’, proclamará Jesús. Un paso grande se había dado cuando se había atrevido – aunque pareciera una temeridad – subirse a la higuera para ver pasar a Jesús.

¿Significará esto algo para nosotros? Nos refugiamos muchas veces tras las hojas de tantas higueras en la vida, no por nuestra curiosidad de querer encontrarnos con Jesús; pesan quizás nuestros miedos y cobardías porque estamos pensando más en lo que pueda pensar la gente que en lo que realmente por nosotros mismos tendríamos que hacer, nuestras indecisiones a pesar de que pareciera que hay una vocecita en nuestro interior que nos está invitando a dar un paso distinto, nuestros respetos humanos o el amor propio tras los que queremos ocultarnos porque nos cuesta reconocer nuestra realidad, nuestros pedestales a los que queremos subirnos porque queremos estar en primera línea se convierten en obstáculo para que otros puedan alcanzar a ver a Jesús.

¿Daremos el paso de la higuera, porque fue importante el subirse a ella, pero fue importante también la prontitud para bajarnos? No solo es la curiosidad que podamos sentir porque queremos conocer algo nuevo, es el encuentro profundo que vamos a realizar con Jesús lo que verdaderamente va a transformar nuestra vida; no es solo la buena voluntad que nosotros podamos poner, sino el dejarnos llevar por los impulsos del Espíritu que nos empuja y guía dentro de nosotros lo que nos va a llevar a la auténtica conversión.

¿Cómo vamos a recibir y a tratar a ‘Zaqueo’ que se cruza con nosotros en cualquier aglomeración de la vida o en cualquier esquina del camino?

lunes, 18 de noviembre de 2024

Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

 


Detengámonos a pensar cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y algunas veces evitamos, qué es lo que quieren que hagamos por ellas

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Salmo 1; Lucas 18, 35-43

Al borde del camino, sin saber que hacer o sin tener nada que hacer, ensimismados quizás en nuestras cosas, en nuestras rutinas de cada día, abrumados por los problemas que caen encima como una loza que paraliza y encierra, perdida quizás la ilusión y la esperanza, llenos de miedos para emprender otros caminos, con deseos de hacerlo pero con cobardías que ciegan, sintiéndose quizás ignorados y no tenidos en cuenta marcados por una cierta marginación… son tantos los que podemos encontrar en nuestros caminos, pero que tampoco vemos porque quizás hemos perdido la sensibilidad o porque pensamos que si se hacen notar nos molestan porque pueden despertar inquietudes con las que no queremos cargar.

¿Quiénes son los ciegos? ¿Los que están tirados al borde del camino o los que vamos por el camino pero que miramos para otro lado? Mejor no enterarnos, mejor seguir con nuestras prevenciones y prejuicios, mejor hacernos los desconocidos cuando nos tropezamos con ellos en cualquier esquina o se suben al transporte con nosotros. Su manera de ser, su forma de actuar, sus gestos o sus palabras, las sonrisas que surgen en sus conversaciones entre ellos, sus miradas nos molestan y tratamos de evitarlos, hacernos los sordos o mirar para otro lado.  Y vamos a Misa.

¿Será posible que nos quedemos tan tranquilos sin implicarnos cuando escuchamos un evangelio como el que hoy se nos propone? Jesús iba de camino para Jerusalén; atravesaba Jericó, casi al final de la bajada del valle del Jordán antes de emprender la subida a Jerusalén; mucha gente lo acompañaba, por allí lo rodea el grupo de los discípulos que fieles van siempre con él, pero también mucha gente que hacía del camino de subida a Jerusalén, pues se acercaba la Pascua. Parece que lo importante es hacer el recorrido y de camino ir escuchando las enseñanzas de Jesús que siempre tiene una palabra que enriquece la vida; por el barullo de la gente y que no siempre podían mantenerse en la misma cercanía, en ocasiones se hacía costoso escucharle. No iban pendientes de nada más.

Pero al borde del camino hay un ciego pidiendo limosna. Era casi habitual encontrarlos, además siendo un lugar de paso de muchos peregrinos en su subida a Jerusalén. En la pobreza acrecentada con la ceguera era la ocasión de recoger alguna limosna que aliviara sus necesidades.

Al oír el barullo de gentes en el camino el ciego pregunta y le dicen que pasa Jesús, el Nazareno. No fue necesario  nada más para que su pusiera a gritar pidiendo a Jesús que tuviera compasión de él. Qué molesto, no podían escuchar las palabras de Jesús; quieren hacerlo callar, lo regañaban pero él gritaba más fuerte. Cuando Jesús se entera de lo que sucede lo manda llamar.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ el ciego soltándolo todo de un salto se había puesto a los pies de Jesús. ¿Qué es lo que puede pedir? ¿Qué es lo que hubiéramos pedido si  nos encontráramos en su misma situación? ¿Se nos habrá ocurrido pensarlo? Nosotros que llevamos la lista (de la compra) elaborada de nuestras peticiones cuando vamos a rezar… ¿Habría que hacer una revisión de esas listas que llevamos en nuestra mente?

Hemos comenzado hoy nuestra reflexión haciéndonos unas consideraciones sobre lo de estar al borde del camino. Traigamos acá ahora aquellos pensamientos, pero seguramente en aquellos en los que íbamos pensando cuando nos hacíamos aquella descripción y pensemos que es lo que realmente quieren.

¿Nos habremos detenido a pensar alguna vez cuando vamos viendo a esas personas con las que nos cruzamos por el camino y que algunas veces evitamos qué es lo que quieren que hagan por ellas? Quizás solo esperen de nosotros una mirada – esa mirada que tantas veces desviamos -, que los tengamos en consideración, que los saludemos igual que saludamos a los conocidos o a los amigos, el no sentirse ignorados, el que los dejemos actuar con libertad y confianza tal como son dejando a un lado nuestras prevenciones, nuestros prejuicios y nuestras desconfianzas. Volvamos a leer los primeros renglones de nuestra reflexión de hoy y pongamos por medio esa pregunta de Jesús ‘¿Qué es lo que quieres que haga por ti?

Pero no nos quedemos con los brazos cruzados, sino comencemos a hacer lo que desean de nosotros. Unas nuevas actitudes, unas nuevas posturas, unos nuevos gestos tendrán que ir acompañando nuestra vida a partir de que Jesús hoy a nosotros también quiere hacernos ver, quiere romper nuestras cegueras, quiere devolvernos también la visión. Da pasos como aquellos que iban con Jesús y al final ayudaron a ciego a ir también hasta Jesús.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

 


Si abrimos los ojos y nos dejamos iluminar por la fe y la esperanza descubrimos muchas cosas bellas, no solo negruras de sufrimiento sino muchas luces de esperanza

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

En la lectura de la historia y de la vida que todos de alguna manera nos hacemos surge la cuestión de si otros tiempos fueron mejores o peores, si acaso nosotros estamos viviendo los peores momentos de la historia o acaso nuestros tiempos son los mejores gracias al desarrollo que hemos alcanzado y el estilo de bienestar que hoy podemos vivir, aunque cuando contemplamos la cruda realidad de nuestro mundo pareciera que si todo eso del bienestar se nos queda en agua de borrajas.

No soy un experto para dictaminar si fueron o son peores o mejores los antiguos o los de nuestra época, pero siempre nos vamos a encontrar cosas que hacen sufrir a la humanidad, la naturaleza no sé si de manera cíclica o no pero se nos muestra violenta y destructora, como ahora hemos vivido en la cercanía de nuestra tierra, pero todos recordamos avalanchas y destrucción, volcanes y terremotos, devastación y muerte a lo largo de la historia que, vamos a decirlo así, nos ponen la carne de gallina, porque nos llenan de sufrimiento y de dolor.

Pero ¿nos resignamos ante lo irremediable? ¿O acaso nos llenamos de insensibilidad cuando no nos sucede a nosotros directamente? ¿Nos hará plantearnos quizás un sentido de la vida o una nueva manera de hacer las cosas o enfrentarnos a esas realidades? Claro que no nos quedamos en esos daños materiales, en esos sufrimientos y dolor diríamos solamente desde lo material. Descubrimos o nos damos cuenta que en la vida hay otros muchos sufrimientos que nos provocamos los unos a los otros cuando quizás vivimos un sentido egoísta de la vida, nos dejamos arrastrar por nuestros orgullos y pasiones, o algunas veces queremos convertirnos en dioses del mundo para que todos nos adoren.

No nos es fácil la vida porque muchas veces no son fáciles nuestras relaciones con los demás porque nos puede faltar madurez y entereza para afrontar la vida y sus problemas, para suavizar esas aristas que muchas veces todos llevamos con los que al rozar los unos con los otros en nuestros mutuos y necesarios encuentros nos podemos hacer daño. No siempre quizás estamos dispuestos a limar esas asperezas y nos vamos haciendo daño los unos a los otros. Algo nuevo y distinto tendríamos que hacer, tendríamos que plantearnos.

¿Se estarán refiriendo a esas turbulencias los anuncios que nos hace hoy Jesús en el evangelio? Es cierto que escuchamos un lenguaje apocalíptico, y parece como si nos hablara del fin del mundo, del fin de los tiempos. Muchos se han quedado en la interpretación de estos evangelios que escuchamos sobre todo en estos días del final del año litúrgico en este sentido. Es cierto también que es algo que está podríamos decir en el sentir de muchos de nuestra sociedad hoy como también ha sido en otros tiempos.

Los que tenemos unos años podemos recordar cuantas veces en los últimos tiempos se ha hablado de la proximidad del fin del mundo. Estos días pasados leía el anuncio que se hacía de que se podía datar ya la fecha o algo así del fin del mundo que hoy conocemos, aunque la verdad no me entretuve mucho en leer con detalle lo que se decía. De algunas maneras todos pensamos, aunque lo tratemos de disimular, en un final de la vida o de la historia. Pero ¿esto ha de ser motivo de angustias y de agobios?

Jesús con sus palabras en el evangelio, que no valen para todos los tiempos, son buena noticia de Dios en todos los tiempos, trata de hacer que vivamos en paz y en serenidad. ¿Por qué no seguir viviendo con responsabilidad el tiempo presente que de alguna manera estar construyendo un futuro mejor?

Jesús nos propone unas imágenes muy bonitas y que pueden ser bien significativas. Habla de los brotes de las yemas de la higuera, que nos anuncian primavera y nos anuncian un verano de frutos que se acerca. ¿Por qué, pues, en todo eso que sucede, en todo eso que es nuestra vida, con sus luces y con sus sombras, no vemos surgir esas yemas o esos brotes que nos anuncian un tiempo mejor? ¿No podríamos descubrir en medio de todas esas oscuridades pequeñas luces que van brotando porque van surgiendo corazones generosos y solidarios, porque nos hacen preguntarnos y plantearnos qué es lo que podemos hacer mejor para que nuestro mundo sea mejor?

Tenemos que saber descubrir y ver el esfuerzo de tantos que siguen luchando con responsabilidad y constancia a pesar de las dificultades, vemos el trabajo que se intenta realizar por una mejor educación de nuestra sociedad, constatamos el sacrificio de tantos que trabajan desinteresadamente por hacer que los que están a su lado tengan una vida más digna, el espíritu fuerte de tantos que se levantan de en medio del barro en que los ha envuelto la vida para recomenzar de nuevo con ilusión y con esperanza.

Si abrimos los ojos, dejándonos iluminar por la fe y la esperanza podemos ver muchas cosas bellas, no solo las negruras del sufrimiento o de los horrores que puedan ir surgiendo. Hay muchas luces en nuestro mundo que nos dan esperanza.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

 


Ojalá aprendamos a saborear desde la primera palabra o desde el primer momento que hacemos oración porque estamos saboreando a Dios

3Juan 5-8; Salmo 111; Lucas 18, 1-8

Mientras algunos tienen a gala el tener grandes amigos, poderosos e influyentes, a los que pueden acudir porque siempre estarán dispuestos a mover los hilos que sea para que nosotros logremos nuestras aspiraciones, o consigamos todo aquello que necesitamos, otros sin embargo andarán resabiados por la vida porque no estarán dispuestos a pedirle nada a nadie, o piensan que a determinadas personas nada le pedirán porque siempre les van a dar largas o el no por respuesta. ¿Qué confianza podemos tener para solicitar una ayuda o pedir algo perentorio que necesitamos? ¿Qué vamos a encontrar? Claro que por detrás también tenemos que pensar cuales son las respuestas que nosotros damos a quien nos pide. Algo muy complejo, que no lo podemos delimitar tan fácilmente. ¿Qué encontramos o qué ofrecemos?

¿Es verdad que necesitamos de esas influencias, o de esas instancias para ablandar el corazón de aquel a quien le pedimos? Claro que también tendríamos que pensar que nuestras mutuas relaciones no se reducen a un pedir o a un dar; alguna otra comunicación tendríamos que tener entre unos y otros, porque de lo contrario eso significaría que son muy pobres nuestras relaciones, que nos falta cordialidad y confianza, que nos falta cercanía para compartir que no solo son cosas sino algo más de nuestra vida.

¿No tendríamos que pensar en algo de todo esto en lo que es nuestra relación con Dios? Y es aquí donde tenemos que plantearnos qué son y cómo son nuestras oraciones. Es cierto que muchas veces parece que las convertimos solo en un reclamo o en pedir cosas. ¿No nos estará faltando esa comunicación que tiene que ser comunión en todo lo que es nuestra relación con Dios? Muchas veces también lo reducimos a algo formal, a lo ritual, y porque hacemos unos ritos, muchas veces mecánicamente, ya parece que lo hemos hecho todo, ya hemos hecho oración, pero quizá en lo hondo del corazón no hemos terminado de llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Qué pobreza entonces, tenemos que reconocer, en nuestra oración.

El evangelista nos dice que para enseñarnos Jesús cómo tenemos que ser perseverantes en nuestra oración nos propone una parábola. No dice solo perseverantes en nuestras peticiones, que también, sino perseverantes en la oración. Claro que el ejemplo nos habla de la viuda que pedía justicia a aquel juez que se portaba de manera injusta y no la escucha.

Pero me quiero quedar en unas palabras que pueden tener su significado para lo que estamos diciendo; aquella mujer quiere ser escuchada, aquel juez no la escucha, aunque al final terminará escuchándola. ¿No tendríamos que emplear esta expresión en lo que tiene que ser nuestra relación con Dios? Una escucha mutua, que de Dios tenemos garantizada, pero una escucha que nosotros también tenemos que saber hacer a lo que Dios nos dice o nos ofrece. Y escucha es ese querer entrar en comunicación, es llegar a esa comunión con Dios. Y no somos perseverantes, no es Dios el que se cansa de nuestras peticiones, sino que somos nosotros los que nos cansamos de escuchar a Dios, no nos ponemos en sintonía con Dios. Creo que es un aspecto muy importante que hemos de tener en cuenta.

Por eso nos dirá Jesús en otro momento cuando nos enseñe a orar que no tenemos que estar pensando en muchas cosas que tenemos que pedirle a Dios, que Dios conoce nuestras necesidades; como nos dice cuando nos enseña el padrenuestro como forma, que no fórmula, de oración nos dice que no necesitamos muchas palabras. Claro que nosotros lo hemos convertido en una fórmula que entonces nos parece que tenemos que repetir muchas veces para que Dios nos escuche. Ojalá aprendamos a saborear el padre nuestro desde la primera palabra de esa oración. Sí, digo saborear. Eso tiene que ser nuestra oración, saborear el que estamos con Dios.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Allí donde estamos o con la responsabilidad que tenemos muchas cosas tendríamos que cambiar en nosotros mismos para gestionar nuestra vida y lo que hacemos

 


Allí donde estamos o con la responsabilidad que tenemos muchas cosas tendríamos que cambiar en nosotros mismos para gestionar nuestra vida y lo que hacemos

2Juan 4-9; Salmo 118; Lucas 17, 26-37

La vida no siempre es fácil, todos lo sabemos. Exige esfuerzo y deseos de superación, nos pide muchas veces estar en pie de lucha ante las dificultades que van apareciendo, muchas veces nos suceden cosas que nos lo pueden trastocar todo y quedarnos como con las manos vacías sin saber que hacer, pero siempre podemos encontrar el ánimo, la fuerza de voluntad, el apoyo que necesitamos en ese camino. Son las luchas y los trabajos de cada día, familia, responsabilidades, crecimiento personal, que muchas veces desde nosotros mismos nos encontramos con tropiezos, por nuestros cansancios y nuestra falta de constancia, por nuestras propias pasiones que en ocasiones nos hacen perder el sentido más profundo, por cuanto nos sucede a nuestro alrededor. Pero yo diría que no podemos sentirnos derrotados.

Tiene que aparecer toda la madurez de nuestra propia persona, para reflexionar y para discernir, para saber encontrar el camino y no perder la esperanza, para mantenernos fieles a nuestros valores y a nuestros principios, para sentir también que la mano de Dios está detrás de todo eso y quizás a través de esas mismas cosas que nos suceden El quiere hablarnos al corazón, como al mismo tiempo abrirnos a nuevos horizontes. Aquí tiene que aparecer el discernimiento de nuestra fe, para no confundirnos, para saber que siempre hay una luz, que no nos faltará el amor de Dios, aunque el camino nos parezca oscuro. En cañadas oscuras El nos conduce como rezamos en alguno de los salmos.

El evangelio de hoy nos puede parecer un tanto enigmático y difícil de comprender. Jesús está en el camino de su subida a Jerusalén para la pascua y sabe bien cuál es la pascua que allí ha de vivir. En su entorno aunque los discípulos más fieles están siempre con El, alguno fallará sin embargo, comienza también a notarse el rechazo de algunos principales y que más tarde en Jerusalén se hará bien patente. Las palabras de Jesús de alguna manera tienen este trasfondo.

En los próximos días también vamos a escuchar mucho que Jesús hablará de los tiempos finales, de los últimos tiempos, como también anunciará proféticamente lo que va a suceder en medio de su pueblo, aunque a la gente le cueste entender las palabras de Jesús. Pero ahí han quedado en el evangelio y son palabras iluminadoras en todos los tiempos en que siempre los cristianos o nos vamos a encontrar con momentos difíciles, o vivimos también en la expectación de los últimos días. Por eso las palabras de Jesús siguen siempre palabras que iluminan, palabras de esperanza para los hombres de todos los tiempos.

Hemos hablado de nuestras luchas y de lo difícil que se nos pone la vida de muchas maneras, pero también hemos insinuado la necesidad de que reflexionemos sobre la vida y cuanto nos sucede, y seamos capaces de hacer un discernimiento para encontrar lo que tiene que ser nuestro camino, nuestro camino precisamente iluminado por esa fe que ponemos en Jesús.

En todo momento de la vida tenemos que descubrir esa luz que no nos falta, porque Dios estará siempre con nosotros aunque tengamos que pasar por momentos negros en la vida. Cuanto sucede a nuestro alrededor nos ha de servir de lección, de toque de atención, de plantearnos que es lo que de verdad estamos haciendo que la vida, qué estamos haciendo nuestro mundo, qué respuesta tenemos que ir dando.

En nuestra tierra hemos pasado – sobre todo en aquellas regiones más afectadas aunque todos queremos sentirlo como algo que nos ha sucedido a nosotros, como algo nuestro – unos momentos difíciles donde ha aparecido la destrucción y la muerte. ¿Todo esto no nos tendría que hacer pensar? ¿Cuáles han de ser los verdaderos afanes que hemos de tener en la vida? ¿Qué estamos haciendo allí donde estamos, allí donde vivimos, allí donde ejercemos nuestras responsabilidades por hacer que nuestro mundo sea mejor?

En medio de tanto dolor y oscuridad siempre podemos encontrar una luz, como siempre tenemos que sentir una llamada del Señor. Se ha despertado la solidaridad de muchos, hemos roto esa cadena de insensibilidad en que a veces parece que caminamos en la vida, ha habido una respuesta hermosa en tantos y tantos que han sentido como propios los sufrimientos de esas personas y de tantos que de una forma o de otra se han movilizado para ayudar.

¿No tendría que hacernos pensar en que sería de otra manera como gestionáramos nuestro mundo? Incluso desde nuestra vida personal, allí donde estemos o con la responsabilidad que tengamos, ¿no nos daremos cuenta que quizás haya muchas cosas que tendríamos que cambiar en nosotros mismos, en nuestra manera de hacer las cosas o donde empleamos lo que somos y lo que tenemos? Pueden ser llamadas que Dios está haciendo a nuestro corazón.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Es necesario que sepamos interiorizar para encontrar las verdaderas señales del Reino de Dios y podamos luego llevarlas al mundo que tanto lo necesita

 


Es necesario que sepamos interiorizar para encontrar las verdaderas señales del Reino de Dios y podamos luego llevarlas al mundo que tanto lo necesita

Filemón 7-20; Salmo 145; Lucas 17, 20-25

En la vida muchas veces nos vamos creando expectativas que no siempre son reales; son nuestros sueños o nuestra imaginación, muchas veces, cómo nos gustaría que fueran las cosas o lo que tendría que suceder, pero muchas veces no son realistas. Es bueno soñar, es bueno desear cosas mejores que las que tenemos y muchas veces esos sueños nos hacen caminar, nos hacen esforzarnos, nos hacen buscar; no es tan malo soñar, pero sabiendo diferenciar lo que es un sueño de lo que en verdad podemos conseguir, estamos capacitados para conseguir. Así hacemos camino, así avanzamos, así buscamos nuevas metas que queremos cada vez más altas, así en cierto modo nos vamos programando la vida.

Pero bien sabemos que tenemos que cuidar que no nos confundan; puede haber alguien que quiera aprovecharse de nuestra ilusión  y nos traza planes, pero que no son los nuestros, ni están adaptados a nuestras condiciones, que son las metas que de verdad tenemos en la vida, los principios por los que nos guiamos, y que no podemos dejar que se tergiversen, que se aprovechen de nosotros quizás desde otros intereses que no tienen que ver nada con nuestra vida. Por eso hemos de tener cuidado con las invitaciones o llamadas que nos puedan llegar de aquí o de allá y que no sabemos por qué vienen a nosotros. Otra cosa, claro, es que seamos capaces de dejarnos sorprender por Dios. Es aquí donde tenemos que discernir, sopesar las cosas, descubrir de verdad lo que Dios quiere de nosotros.

¿Sabremos nosotros discernir los signos que Dios va poniendo en nuestro camino de su presencia y de su amor y de la respuesta que nosotros hemos de dar? Atentos tenemos que estar; atentos para no dejarnos ni engañar ni confundir. De eso nos quiere hoy prevenir Jesús en el evangelio.

Por allá andan preguntándole sobre la inminencia de la llegada del Reino de Dios. Tenemos, es cierto, que entenderlos. Se habían creado también unas expectativas de lo que iba a ser y a hacer el Mesías. Confiaban en la inminencia de la llegada del Mesías, pero pensaban más en un Mesías caudillo, en un Mesías guerrero. La situación que vivían como pueblo que se pedía sometido a poderes extranjeros, por una parte, la situación de pobreza en que vivía el pueblo y la desorientación de sus vidas, les hacía soñar también.

Y Jesús había anunciado la llegada del Reino de Dios. Se habían hecho una idea, era el tiempo de la liberación de Israel, de unos tiempos nuevos de libertad, y poco menos que se veían como aquellos antepasados suyos que habían atravesado un desierto para llegar a una tierra prometida. ¿Serían ahora los tiempos de una nueva tierra prometida?

Jesús les hablaba y se los decía claramente que el Reino de Dios no era como los reinos de este mundo. Cuando incluso los apóstoles soñaban con poderes en ese Reino de Dios, Jesús les decía que entre ellos no podía ser como en los reyes del mundo. Otro era el sentido, otra era la manera de servir a ese nuevo pueblo de Dios. Pero les costaba entender, incluso a los discípulos más cercanos y que estaban siempre con Jesús, que seguían buscando puestos a la derecha y a la izquierda.

Por eso les dice que tengan cuidado con los tiempos de confusión que pueden venir, de si tienen que buscarlo aquí o allá. Jesús les están diciendo que se miren al interior, que el Reino de Dios tenemos que sentirlo en el interior de nosotros mismos. Había pedido conversión, cambio profundo desde el interior con nuevas actitudes, con nuevas manera de ser y de vivir, con nuevas manera de actuar. Y les costaba entender. Como nos sigue costando a nosotros hoy que también nos hacemos algunas veces una iglesia a la manera de los reinos de este mundo. Y a la gente le cuesta entender.

Es necesario que vayamos a lo más hondo de nosotros, que sepamos interiorizar, que sepamos buscar en el corazón esas señales del Reino de Dios que luego tendremos que manifestar en lo que hacemos, en nuestro trabajo o en el compromiso con los demás. No se trata solamente de hacer cosas como no se trata de contentarnos con celebraciones bonitas.

Tenemos que abrir nuestro interior a Dios y entonces lo encontraremos y lo podremos llevar también a los demás. Seremos en verdad misioneros que llevemos el mensaje del evangelio al mundo que nos rodea cuando en lo más hondo de nosotros mismos nos hayamos encontrado con Dios y desde nuestro interior saboreemos el verdadero sentido del Reino de Dios. Sin esa vivencia interior y profunda nada seremos ni nada podremos ofrecer con sentido al mundo que esta necesitando de esa luz.

Necesitamos ser lavados, limpios de una cierta lepra que nos ha ido envolviendo nuestra vida en todas esas actitudes no tan nobles apegadas a nuestros corazones

 


Necesitamos ser lavados, limpios de una cierta lepra que nos ha ido envolviendo nuestra vida en todas esas actitudes no tan nobles apegadas a nuestros corazones

Tito 3, 1-7; Salmo 22; Lucas 17, 11-19

‘Es de bien nacido el ser agradecido’, hemos escuchado más de una vez. Desde pequeñitos nos lo enseñaron, ¿qué es lo que se dice? Se dice gracias. Pero quizás algunas veces lo olvidamos. ¿Acaso nos creeremos merecedores de todo? Sin querer hacer esa afirmación como si fuera una acusación, sin embargo tenemos que reconocer que muchas veces nos pasa eso. Parece que nos cuesta decir gracias, o mostrar nuestro agradecimiento de alguna manera; las palabras son importantes, pero el gesto, la sonrisa, la mirada, la mano sobre el hombre puede decir mucho. Porque la gratitud hay que llevarla en el corazón, tiene que ser una actitud que tengamos en la vida, es una postura de relación.

Aunque no hacemos las cosas para que nos den las gracias, ni estén repitiéndonos zalameros lo buenos que somos, sin embargo para nosotros son una presencia agradable esas personas que llevan la sonrisa de la gratitud en sus gestos y en la forma de mostrarnos su cariño, como una correspondencia a lo que hayamos hecho por ellas. Mucho tendríamos que revisar en la vida para tener esa tan necesaria nobleza del corazón. Confieso que algunas veces cuesta, y demasiadas veces vamos de engreídos por la vida queriendo creernos que nos lo merecemos todo.

El evangelio de hoy nos hace pensar, en esas actitudes que hemos de tener con los demás, pero sobre todo en cómo es nuestra relación con Dios.  Jesús va de camino hacia Jerusalén; de camino se encuentra con un grupo de leprosos de lejos gritan y suplican compasión. Era el grito habitual que se escuchaba por aquellos campos, en cierta lejanía de poblados y ciudades; los leprosos no podían convivir en las poblaciones ni siquiera con sus familiares y vivían confinados en esos lugares apartados; tenían que gritar si alguien se acercaba que era un impuro para que no cayera también en esa impureza; pero su grito era pidiendo compasión. ¿Sabían realmente que era el profeta de Galilea el que encabezaba aquella marcha hacia Jerusalén?

‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Sabían lo que pedían y a quien lo pedían. Y la compasión siempre estaba presente en el corazón de Jesús, siempre compasivo y misericordioso. ¿Cuál iba a ser la respuesta? Para poder incorporarse de nuevo a la comunidad necesitaban quien acreditara que estaban sanos; por eso Jesús les manda presentarse ante los sacerdotes, quienes podían dar esa certificación. No esperan más y corren para cumplir mientras ven sus cuerpos sanos. Uno sin embargo se da la vuelta para postrarse ante Jesús. Ya conocemos la alabanza de Jesús. Allí está la fe de aquel hombre que le hacía tener ese reconocimiento ante Dios. ‘Se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias’.

Nos dirá a continuación el evangelista que era un samaritano. Jesús iba de camino entre Galilea y Samaría, nos había dicho antes el evangelista. Para los judíos era considerado como un extranjero; ya sabemos la discriminación que entre ellos había, pero el evangelio viene romper barreras y fronteras, porque será ese ‘extranjero’ el que merecerá la alabanza de Jesús por su fe.

Cuántas cosas nos va diciendo paso a paso el evangelio en este corto relato para alimento de nuestra fe. Actitudes que tenemos que revisar, discriminaciones que tenemos que hacer caer, barreras que tenemos que romper, nueva que tenemos que despertar, sentimientos de gratitud que tenemos que hacer resurgir. Merecería que nos fuéramos deteniendo en todas esas cosas que nos va señalando el evangelio. Es una buena nueva que tiene que transformarnos desde lo más hondo. 

¿No necesitaremos también nosotros ser lavados, ser limpios de una cierta lepra que se nos ha ido pegando en nuestra vida en todas esas actitudes que no son tan nobles y que se han apegado a nuestros corazones?

martes, 12 de noviembre de 2024

Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

 


Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

Tito 2, 1-8. 11-14; Salmo 36; Lucas 17, 7-10

¿Queremos tener fruto de todo lo que hacemos? Parece normal, vivimos en una sociedad de intercambio, yo sé hacer una cosa, tu sabes hacer otra, con lo que yo hago contribuyo a lo que tú puedes tener, y con lo que tú realizas puede servirme a mí; nacen así unas relaciones, llamémoslas comerciales, en donde por lo que yo hago recibo un beneficio, salario lo llamamos y no vamos ahora a entrar en el origen de la palabra, para que yo pueda vivir y pueda adquirir aquellas cosas que no tengo pero que otros han realizado. Son las relaciones, decíamos de intercambio o comerciales, que mantenemos los unos y los otros con lo que vamos realizando y construyendo nuestra sociedad.

¿Pero todo lo podemos o tenemos que fundamentar en ese tipo de relaciones, donde entran los beneficios y las ganancias? Muchos se preguntan cuando le piden un servicio, que realice algo que es capaz de hacer, ¿cuánto voy a ganar yo por esto? Pero creo que nuestra mirada tiene que ir mucho más allá de todos estos intereses cuando nos sentimos responsables de la vida y del mundo en el que vivimos.

No solo tenemos que mirar por nosotros mismos y esos beneficios gananciales por llamarlos de alguna manera que vamos a obtener, sino que tendríamos que ir pensando en el bien que hacemos, los beneficios que ya no tenemos que medirlos en ese plano material y económico sino en lo que me puede enriquecer humanamente a mi, pero también en el grado de humanidad que yo voy a ir poniendo en las relaciones entre unos y otros. Eso cuesta algunas veces.

Es necesario tener otra altura de mirada, o si queremos decirlo de otra manera, otra mirada más alta, con una nueva perspectiva. Cuando nos ponemos en un plano muy horizontal algunas veces nos tapamos los unos a los otros, o se nos ponen como espejos delante de nosotros aquellas cosas que vamos haciendo y no somos capaces de mirar más allá, será como una cortina que se nos interpone; por eso decíamos que tenemos que tener otra perspectiva, tener una mirada, por ejemplo, más alta, mirar desde otra altura, y ya no se nos interpondrán por medio tantas cosas, y ya podemos ver todo en su conjunto. Desde lo alto de la montaña podemos ver mejor la amplitud del valle, con todas sus variaciones, con todos sus colores, con toda su variada riqueza, podríamos decir.

Creo que esta reflexión que me vengo haciendo nos puede ayudar a encontrar un sentido más genuino y más profundo incluso de la vida; creo que nos puede ayudar también a entender el mensaje que hoy Jesús nos quiere trasmitir desde el evangelio. Habla de aquel que tiene que hacer su trabajo desde su responsabilidad, desde ese sentido que tiene su vida, y por lo que no tenemos que estar buscando agradecimientos ni homenajes.

Es la responsabilidad de su vida, son los valores que hay en él con sus cualidades y capacidades, con su saber hacer y con toda la riqueza que lleva en su interior y que va a reflejar en aquello que realiza. Por sí mismo en lo que está haciendo tiene que sentir su satisfacción interior, pero no lo hará buscando esa ganancia de unas alabanzas, sino que se sentirá enriquecido en sí mismo por haberlo realizado.

Nos dirá Jesús en una frase a la que queremos darle muchas interpretaciones, pero que hemos de tomárnosla incluso con toda la crudeza de sus propias palabras. ‘Siervos inútiles somos y no hemos hecho otra cosa que lo que teníamos que hacer’. Eso, lo que teníamos que hacer, y en esa responsabilidad con que vivimos, ya nos sentimos enriquecidos, ya sentimos el gozo del corazón. No siempre lo que hacemos tiene que ser buscando esas ganancias materiales.

Creo que tenemos que aprender mucho de la gratuidad, y para eso nos fijamos también en la gratuidad del amor que el Señor nos tiene. Como nos llegará a decir san Juan, no es que nosotros hayamos amado a Dios y por eso Dios nos ama, sino que Dios nos amó primero, incluso cuando nosotros no lo merecíamos a causa de nuestro pecado. Jesús es el que muere no por un justo, sino por nosotros aun siendo pecadores.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

 


Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás

Tito 1,1-9; Salmo 23; Lucas 17,1-6

Algunas veces se pone uno a pensar y no termina de ver por donde van los derroteros de nuestra sociedad. Es muy fácil decir que queremos una sociedad nueva; todos de una manera o de otra lo dicen sea cual sea la ideología o la manera de pensar que tengan; parece que nadie está de acuerdo con las cosas como marchaban antes, salvo los nostálgicos, y queremos hacer reformas por todas partes porque decimos que queremos una sociedad mejor.

Pero ¿sobre qué bases o fundamentos queremos construir esa sociedad? Por todas partes no vemos sino revanchas, palabras agrias porque no se sabe hacer un debate si no buscamos descalificaciones y enseguida salen a relucir los insultos, despertamos odios y enfrentamientos que habíamos dejado ya por zanjados y volvemos a desenterrar viejos enfrentamientos y divisiones; como alguien tenga un tropiezo, ya estamos todos haciendo leña del árbol caído, tapamos lo que nos conviene o lo de lo que está más cerca de nosotros buscando mil justificaciones, pero como podamos enterramos vivo al que haya tenido un tropiezo.

Escándalos del tipo que sea, errores en la realización de las cosas, cosas mal hechas o que han rayado con cosas injustas, las ha habido en todos los tiempos, pero parece que ahora yo no somos capaces de enmendar errores, no se da posibilidad a que haya una rehabilitación de las personas, y por supuesto lo del perdón parece que está bien lejos del pensamiento y del actuar. ¿Y de esa manera haremos que las cosas vayan mejor? ¿A dónde vamos a llegar?

Esto lo palpa uno en la vida de la sociedad en la que estamos, donde parece a veces que falta una madurez humana y unos valores que de verdad construyan a la persona. Y de esto todos podemos contagiarnos, porque ya no es solo a los niveles que podríamos llamar altos de la sociedad, sino que esto es lo que luego palpamos en las relaciones más a pie de calle de unos y otros, entre vecinos, entre familias, y cuidado que los cristianos y en el ámbito de la iglesia nos contagiemos de esa manera de actuar.

Me surge toda esta reflexión desde el evangelio que hoy se nos propone. Nos habla Jesús de los escándalos, y de alguna manera nos dice que son inevitables (teniendo en cuenta claro nuestra propia debilidad que fácilmente nos hace tropezar tantas veces y en tantas cosas) y ya nos dice que ay del que provoca el escándalo, pero también nos dice que tengamos cuidado. Tengamos cuidado ¿por qué? Porque, es cierto, nos podemos contagiar de la manera de reaccionar y de actuar del mundo que nos rodea. Pero Jesús a continuación nos ofrece todo un proceso, podríamos decir.

Nos habla Jesús de cómo tenemos que ser comprensivos los unos con los otros, porque todos podemos de la misma manera cometer errores - ¿No nos dirá en otro momento que el que esté sin pecado que tire la primera piedra?, y muchos buscarán cómo justificarse para tirar esa piedra – pero nos dice además como tenemos que corregirnos los unos a los otros, cómo tenemos que buscar la manera de ayudarnos; y la comprensión exige paciencia, y humildad, y mucho cariño y amor; la corrección nos lleva a perseverar en esas palabras buenas que queremos decir para convencer y para animar; y la corrección nos llevará al perdón, para que la persona se sienta en verdad rehabilitada y considerada de nuevo para volver a comenzar.  ¿Seremos capaces de hacer todo eso?

Muchas veces nos tomamos las palabras de Jesús allí por donde mejor nos conviene, pero no terminamos de escuchar todo lo que Jesús nos dice. Entiende Jesús que las personas tienen que realizar un proceso, y somos humanos, y no siempre es fácil. Pero no sabemos acompañar al que yerra y se quiere levantar; no sabemos valorar los esfuerzos que hace y que tanto le cuestan para tropezar quizás una y otra vez. ¿Es que nosotros somos tan perfectos y tenemos tanta fuerza para que a la primera cambiemos del todo y nos podamos presentar de nuevo como santos? Nos hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás.

Si entre nosotros no somos capaces de realizarlo, ¿como seremos capaces de verdad de contribuir a que la sociedad sea mejor y destierre de una vez por todas esas revanchas y esos odios renacidos que estamos viendo continuamente?

Los discípulos a todo esto que les planteaba Jesús terminaron pidiéndole que les aumentara la fe. Les parecía, es cierto, algo muy difícil. Pero Jesús nos habla del poder de la fe, de lo que podemos hacer si en verdad ponemos toda nuestra fe y toda nuestra confianza en Dios, de la fortaleza que nos va a acompañar. ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza…’ nos dice.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta lo pequeño y a saber colaborar desinteresadamente, a escuchar y a comenzar a activar la sintonía del amor

 


Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta lo pequeño y a saber colaborar desinteresadamente, a escuchar y a comenzar a activar la sintonía del amor

1 Reyes 17, 10-16; Sal. 145; Hebreos 9, 24-28; Marcos 12, 38-44

En nuestra arrogancia cuantas veces nos sucede que minimizamos el valor de cosas o de personas que nos parecen poco importantes en la vida, sobre todo desde nuestros criterios de pensar que solo lo nuestro es lo que vale, que las cosas pequeñas pasan desapercibidas y sin valor y que hay que hacer cosas verdaderamente llamativas o que ser un poco más significativo en la vida para que lo que tengamos en cuenta.

Nos dejamos impresionar por la presentación pero no vamos al fondo; una persona nos parece muy pequeña y humilde y sin valor, mientras que quizás tenemos más en cuenta al que va avasallando a todo el mundo. Cuántas veces nos desentendemos de personas y no valoramos lo que hacen simplemente porque nos parecen que son insignificantes y nada nos pueden aportar. Cuántas veces decimos también, ¿eso lo dijo fulanito? ¿Qué sabe ése o qué puede opinar de estas cosas si no sabe hacer la o con un canuto de caña? Y esto nos puede suceder en muchos aspectos de la vida. Es lo que viene a denunciarnos hoy Jesús en el evangelio.

Estaba a la entrada del templo, quizás en aquellas explanadas a donde todos, incluso los gentiles, podían tener acceso; había otros lugares más interiores que se acercaban al lugar de los sacrificios, y era donde enseñaban los maestros de la ley o se proclamaban las Escrituras de la Ley y los Profetas. Fuera cual fuera la situación de Jesús, en el atrio de los gentiles o en el lugar más reservado para la oración y la escucha de la Palabra, estaba atento Jesús a cuanto sucedía. Comenta la postura de los que van avasallando con su superioridad llena de vanidad y orgullo, pero está atento a quienes al pasar junto al cepillo de las ofrendas van allí dejando sus limosnas o contribución al culto del templo.

Una viuda anciana ha dejado allí su minúscula ofrenda en comparación con las monedas que hacen resonar los que antes o después han pasado, pero para que todos escuchen y alaben su generosidad. Pero Jesús se ha fijado en aquella mujer y para ella tiene hermosas palabras que comenta con sus discípulos más cercanos. Ha echado unos cuartos pero ha sido de más valor que cuantos en su vanidad hacían sonar sus monedas, pero que era solamente de lo que les sobraba. Aquella pobre mujer ha echado cuanto tenía para vivir.

Podría parecer irrelevante lo que aquella mujer hacía. Quizás nosotros desde la barrera que nos creamos con nuestros juicios previos y todo ese montaje que nos armamos muchas veces en la cabeza y en el corazón, también podríamos ponernos a hacer nuestros juicios. Quizás hubiéramos ido corriendo a decirle a aquella mujer que no tenía por qué hacer esa ofrenda cuando ella estaba pasando tanta necesidad; y nos ponemos a hacer nuestros juicios sobre la religión y sus prácticas, sobre las cosas que hace la gente sencilla que a nosotros nos puede parecer incluso un sin sentido, pero ¿por qué tenemos que juzgar lo que hay en el corazón de la persona que actúa no solo con buena voluntad sino con todo su amor?

¿Qué sabemos lo que hay en el corazón de la otra persona? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y dejar de valorar lo que el otro en la rectitud de su conciencia está haciendo porque está pensando que es lo mejor? ¿Por qué tienen que prevalecer nuestros criterios sobre las decisiones que nacen del corazón entregado de amor de los demás?

Con que facilidad vamos en la vida descalificando, quitándole valor a lo que hacen los demás, condenando cuando no hacen las cosas como a nosotros nos gusta hacerlas, viendo torcidas intencionalidades en lo que hacen los demás, porque como decimos por algo hacen lo que están haciendo, no respetando la buena voluntad del que quiere hacer lo mejor según su conciencia.

Aprendamos a respetar y a valorar, a tener en cuenta el bien que están haciendo las otras personas y a saber colaborar desinteresadamente con todo lo bueno que se pueda hacer por los demás, a escuchar lo que los demás nos puedan ofrecer y a comenzar a sintonizar que para ello es necesaria tener activada la sintonía del amor, a saber acercarnos al que nos parece pequeño e insignificante descubriendo también toda la riqueza y sabiduría que puede llevar en su corazón  y en las cosas que hace. Finalmente pongamos también generosidad en nuestra propia vida; lo podemos hacer cuando nos hemos dejado envolver y empapar por el amor.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos pero nos hemos olvidado los cristianos de cómo hemos de ser signo del Dios con nosotros en medio del mundo

 


Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos pero nos hemos olvidado los cristianos de cómo hemos de ser signo del Dios con nosotros en medio del mundo

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Salmo 45; 1Corintios 3, 9c-11. 16-17; Juan 2, 13-22

Por razones pastorales a lo largo de mis años he tenido la oportunidad de palpar en circunstancias distintas según cada comunidad y según los tiempos diversas maneras con que el pueblo cristiano manifiesta lo que significa para ellos tener un templo, tener una iglesia; desde quienes no tenían nada y luchaban y buscaban recursos de la forma que fuera para conseguir tenerla un día, la alegría que sintió aquel pueblo con la bendición de su Iglesia que tristemente con el paso de los años en el reciente volcán desapareció bajo el furor de la lava – fue la primera parroquia que tuve a mi cuidado -, o de quienes buscaban la manera de tenerla muy cuidada, muy adornada, gastando lo que fuera en tenerla dotada de todo, pero también muy hermosa con muchas flores en sus fiestas o celebraciones; muchas más cosas podía recordar pero no quiero extenderme en ello. La gente de nuestros pueblos ama a su Iglesia, y cuando decimos que aman a su Iglesia la referencia son sus templos, que de alguna manera se convierten como en un signo de identidad.

Me vienen a la memoria estos recuerdos por una parte por la celebración que hoy nos ofrece la liturgia y los textos de la Palabra de Dios que hoy se nos ofrecen. Litúrgicamente celebramos la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, que es la Catedral del Papa, con el hondo significado que tiene para toda la Iglesia, pues se le considera la madre de todas las Iglesias. No nos podemos quedar en su suntuosidad que la tiene, sino en el significado que tiene como ser el templo de la Sede de Pedro, de la Sede o Cátedra del Papa; de ahí el nombre que se le da de Catedral. Ese templo viene a ser como punto de unión y de encuentro de todos los cristianos con el Pastor supremo de la Iglesia.

Pero eso nos tiene que llevar a algo más. Ni nos quedamos en la suntuosidad de ese templo, como nos podemos quedar en el cuidado de nuestros templos simplemente quedándonos en su belleza externa. Tenemos que ir a algo más hondo. El Evangelio y la Palabra de Dios que hoy se nos proclama vienen a ayudarnos. Nos habla el evangelio del templo de Jerusalén que Jesús quiere purificar, porque en lugar de parecer una casa de oración, de encuentro con Dios, poco menos que se había convertido en un mercado.

El gesto de purificación que Jesús realiza, expulsando a los vendedores va a tener sonadas consecuencias que tiene también sus resonancias en nuestra vida. Cuando vienen a pedirle con que autoridad se ha atrevido a realizar esa purificación al expulsar a los vendedores, les quiere hablar de otro templo que sí que hay que cuidar. Habla de si mismo, que aunque quieran destruir su templo con la muerte, en tres días lo reedificará, y está haciendo una referencia a su pascua, a su muerte y resurrección, que los discípulos solo entenderán después de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

Pero está haciéndonos pensar a nosotros hoy, ¿quiénes son ese verdadero templo de Dios? De ello nos ha hablado el apóstol cuando nos recuerda que nosotros somos ese templo de Dios. ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?’ nos dice el apóstol.

Bien lo recordamos como hemos sido ungidos en nuestro bautismo, consagrados con el Cristo Santo para ser una cosa con Cristo, sacerdotes, profetas y reyes, pero para convertirnos en ese templo del Espíritu, morada de Dios en medio de los hombres. Si nosotros confesamos que Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros, cuando por nuestra consagración bautismal hemos sido convertidos en ese templo del Espíritu, en esa morada de Dios, podemos decir que tenemos que ser signos de ese Emmanuel, ese Dios con nosotros, por la santidad de nuestra vida, por nuestra identificación, configuración con Cristo, en medio del mundo que nos rodea.

Creo que son cosas que nos tienen que hacer pensar. Nos admiramos y llenamos de gozo con la belleza de nuestros templos, queremos lo mejor para nuestra Iglesia y nos gastamos lo que sea necesario para mantenerlas dignas y bellas de manera que incluso puedan ser admiración para quienes las visitan, porque además queremos que sean en verdad ese signo religioso, ese signo de la presencia de Dios en medio de nuestros pueblos.

Y aquí viene la pregunta que tenemos que hacernos. ¿Nos habremos olvidado los cristianos de cómo por la santidad de nuestras vida tenemos que ser ese Emmanuel, ese signo de Dios con nosotros en medio del mundo? ¿Hacemos lo mismo por cuidar nuestra santidad personal que lo que hacemos por mantener bellas nuestras iglesias?  Puede ser un interrogante muy serio e importante que nos hagamos a nosotros mismos.